Desde el colegio mi madre me animó a estudiar. Me decía que estudiara para encontrar un buen trabajo y no depender nunca de un hombre. Que mis primos trabajaban de sol a sol y no tenían casi tiempo para vivir, y eso me marcó. Pasé de ser una alumna más a sacar sobresalientes en todo. Llegué al instituto y me esforcé el doble. Recuerdo estar en mi habitación haciendo deberes en primero de la ESO mientras mi hermano y mi madre disfrutaban de una peli en el salón. 

Fui a las olimpiadas matemáticas dos años seguidos. Leía libros opcionales para subir nota en Lengua. Me pasaba las tardes en la biblioteca y los chicos quedaron en un segundo plano en mi adolescencia. Llegué a bachillerato y conseguí más de un 9 de media y ser matrícula de honor, lo que me pagaría la matrícula de la universidad. Yo le explicaba a mis compañeros por las tardes en la biblioteca lo que no entendían. Recuerdo explicar sintaxis a dos mesas de seis compañeros. Yo pasaba los apuntes de historia para selectividad y explicaba los comentarios de texto. 

Entré en Traducción e Interpretación, saqué la carrera en los cuatro años y al terminar, me dije que ahora me tocaba vivir un poco y me dediqué a dar clases a niños por la tarde. No quería calentarme la cabeza lo más mínimo. Conseguí adelgazar lo que siempre había querido. Me metí de voluntaria en una asociación de jóvenes y niños donde conocí a mucha gente y viví momentos muy especiales. Salí de fiesta como nunca y quedaba con mis amigos siempre que podía.

Hice un posgrado, trabajé de dependienta, hice el máster de profesorado, trabajé en un ayuntamiento, lo dejé y ahora que veo lo difícil que es sacar la oposición de profesora, me estoy preparando las de Correos. Han llegado los 30 y el otro día me metieron en un grupo de Whatsapp para hacer una cena de reencuentro del instituto.

A los que yo les explicaba el temario, ahora son maestros, periodistas, banqueros, inspectores de hacienda, médicos… están casados o viven con sus parejas, y yo me veo como una estudiante de oposición con cero ingresos que vive en casa de sus padres, nunca ha tenido pareja formal y está más gorda que nunca. 

Pero me di cuenta de que me veo así cuando me miro a través de sus ojos. Cuando me miro desde dentro, sabiendo todo lo que he vivido, veo a alguien que pasó su adolescencia estudiando y perdiéndose muchas vivencias necesarias para esa edad. A alguien que fue voluntaria en una asociación durante casi diez años. A alguien que nada más terminar la carrera intentó compaginar estudios con trabajo para no pedir ni un euro más a sus padres, a pesar de que no andaban nada mal de dinero. A alguien que cayó en la trampa de dieta muy estricta más ejercicio muy duro sin saber que se estaba metiendo de lleno en un TCA. A alguien que no le ha dado miedo empezar de nuevo cada vez que ha visto que no había escogido el camino que quería, y que por fin, a los 30 años, sabe perfectamente lo que quiere, sin que sea el mundo quien le diga lo que debería ser. 

Así que mirémonos más con nuestros ojos, desde dentro. Solo nosotras sabemos todo lo que hemos vivido, todo lo que nos hemos esforzado y sobre todo, lo que hemos cambiado a lo largo de los años y por qué. El mundo no sabe cómo somos, solo lo que parecemos. Y si algo me enseñó la sintaxis es que el orden correcto es ser, estar y parecer.

 

Cora C.