Hoy vengo a contaros por qué dejar la carrera es la mejor decisión que he tomado en mi vida.

 

Seguramente muchas personas han tenido el mismo sentimiento que tuve yo hace años. No entendía en su momento por qué con 18 años, cuando una no sabe absolutamente nada de la vida, tenía que decidir qué carrera estudiar.

Vengo de una familia donde los estudios no es que sean algo muy importante pero sí que sentía esa presión externa por hacer una carrera. A menudo se relaciona tener este tipo de estudios superiores con ser alguien importante o sentirse parte de una sociedad con titulitis. No he sido una alumna de sobresalientes pero tampoco suspendía a menudo, estudiaba lo que me ponían delante porque si, porque hay que tener conocimientos de muchas cosas que luego en realidad te sirven si vas a jugar al trivial con unos amigos y te vienen recuerdos de que Jovellanos se llamaba Gaspar Melchor y ya.

Me vi en la obligación de escoger entre un montón de carreras que no me llamaban para nada la atención y me decanté por 3 o 4 que podían ajustarse un poco a lo que en ese momento se me daba bien: idiomas y arte. Como el arte no estaba muy bien visto en mi familia (el tiempo me dio un poco la razón y estudiar arte no significa que vayas a morirte de hambre en la calle) tuve que descartar Bellas Artes e Historia del Arte porque no me iban a ayudar a pagar ese tipo de estudios, según ciertas personas no iba a hacer nada productivo con mi vida si tiraba por ahí. Como persona joven que ni siquiera sabía qué tipo de persona quería ser dentro de unos años, ni tenía una personalidad clara, hice caso y seguí por lo que terceras personas me recomendaron (y lo más importante, personas que iban a ayudarme a pagar esos estudios).

Llega septiembre y empiezan las clases de lo que iban a ser 4 años de idiomas. No os voy a negar que desde el primer día ya entré a aquellas clases con el ánimo por los suelos, no tenía ningún tipo de motivación. Iba a clase, conocía gente, charlaba, pasaba apuntes, estudiaba, salía de fiesta… lo típico de las carreras vaya. Pero me iba a dormir con la sensación de que esa persona no era yo. Yo no quería saber ni alemán, ni chino, ni italiano; no me malinterpretéis, inglés y francés sí que me han ayudado bastante pero nada que no se pueda aprender en una academia o simplemente por amor al arte.

Pasaban los semestres y todo iba de mal en peor, dejaba de ir a ciertas clases para quedarme en casa llorando. No sabía identificar el sentimiento que tenía en ese momento, lo relacionaba con la culpa que tenía porque mis padres estaban pagando unos estudios que no me llenaban y que no les veía futuro alguno. Segundo de carrera fue terrible; no es que faltara a algunas clases no, es que directamente me presentaba los días de los exámenes con la convicción de que lo único que tenía que hacer era aprobar para que yo fuera alguien de provecho, alguien que la sociedad no escupiera. Ese sentimiento de culpa se acabó convirtiendo en una ansiedad de caballo con toques de depresión. Empecé tercero con el alma por los suelos, solo de pensar que tenía que seguir estudiando alemán o italiano me revolvía el alma. Aprendía todo lo que entraba en los exámenes, lo vomitaba en el folio y vuelta a casa. Dejé de relacionarme con mis compañeros (algunos incluso amigos) porque lo único que quería era llorar y meterme en la cama. Empecé a beber, sola en mi habitación. Evidentemente todo empeoró rápidamente y las personas que me querían veían como me deterioraba la vida y no sabían qué hacer porque básicamente no sabían qué me ocurría. 

dejar la carrera

Yo sabía perfectamente lo que pasaba en mi cabeza pero era incapaz de exteriorizarlo por lo mismo de siempre, miedo al fracaso y miedo a decepcionar. No os puedo decir que llegó un día que lo vi todo más claro y le eché huevos, para nada fue así. Fue un proceso largo, días y días en mi cama llorando y pensando que esa persona no era yo, que yo no quería que mis padres se dejaran el dinero en algo que odiaba, que lo único que quería era quemar todos los apuntes y olvidarme de todo lo que había aprendido. Pensamientos  y decisiones aparte, llegó el día en el que mi ansiedad no pudo más y explotó de una forma en la que no me reconocía.

Ese día hablé, me desahogué en alto y evidentemente decepcioné a muchas personas. Mis padres estuvieron enfadados conmigo un tiempo, los que eran mis suegros en ese momento me dejaron de invitar a comidas familiares (esto fue muy drástico, pero eran personas muy clasistas, si no eras médico o abogado no eras nadie para ellos), mis amigos intentaron entenderme pero notaba como una ola de opiniones y sentencias se formó alrededor mío.

Sin saber por donde tirar en mi vida hice un poco de introspección y me dediqué un tiempo para mí, busqué trabajo y viajé. Tampoco os puedo decir que ese momento para mí me abrió las puertas a lo que de verdad quería hacer, sigo pensando que era muy joven para tomar ciertas decisiones. Pero sí que me di cuenta que soy una persona a la que le atraen muchos temas, muchos trabajos y que como persona curiosa no me quería cerrar puertas.

El día que debería empezar mi cuarto año de carrera lloré de felicidad. No estaba en la facultad, no tenía que ir obligada a ninguna clase, no tenía esa sensación de vacío existencial que durante años sentía cada mañana al despertar.  Dejarlo fue la mejor decisión que tomé y posiblemente la más difícil por miedo a decepcionar a todo el mundo, pero no me decepcioné a mi misma.

 

Sandra Regidor