Un día mi padre me dijo que en la vida solo hay una cosa y es la muerte. Me lo creí, pero con el tiempo aprendí que hay más cosas que no puedes arreglar por mucho que te empeñes, como por ejemplo un corazón roto. Con esta historia no busco excusarme ni justificar todo lo que hice mal, sino dar visibilidad a una realidad que mucha gente vive y que entendáis que no somos monstruos, sino personas que cometen errores.

Hace dos años yo vivía con mi expareja en un piso de Madrid. Se podría decir que mi vida era perfecta, pero yo no me sentía así. Acababa de aprobar unas oposiciones y por fin trabajaba de lo que soñaba, y él también había encontrado de lo suyo. Se supone que debíamos ser felices, pero yo no me sentía así. Te metes en Instagram y en Twitter y todo el mundo te dice que salgas de tu zona de confort, que huyas de la monotonía, que vivas cosas nuevas. En mi cabeza resonaba todo eso y empecé a sentir que me faltaba algo.

En el trabajo empecé a tener buena relación con un grupito de gente, entre ellos un chico de mi edad que me llamó la atención. Me hacía reír y sentir un cosquilleo en el estómago que no notaba desde hacía años, y en mi cabeza surgió el caos. Por las mañanas me despertaba con ilusión por verle. Me arreglaba más y no podía parar de pensar en él. Después salía del trabajo y me daba pereza volver a casa. Mientras tanto mi novio por aquel entonces no sabía lo qué pasaba, pero cada vez lo hacíamos menos y estábamos más distantes (yo estaba más distante).

La situación era insostenible y mi relación con mi compañero de trabajo cada vez iba a más. Por aquel entonces yo creía que poner los cuernos era algo físico, por ejemplo, enrollarte con otro o acostarte. Ahora veo que infidelidad es mucho más, y que yo rompí el vínculo que me unía con mi pareja al empezar a sentir algo por otro y no frenarlo.

Antes de cometer una locura (que en realidad llevaba cometiendo meses), dejé a mi novio y al mes empecé a salir con mi compañero de trabajo.

El tiempo pasó y me di cuenta de a lo que había renunciado: al cariño, la intimidad, estar tumbados con pintas de mierda un domingo resacosos, llorar viendo Bambi, reír viendo películas de terror, ir al cine a ver pelis malas y arrepentirnos, hacer pizza casera y que nos saliese mal, salir a correr para no correr. Renuncié al amor de mi vida por dos minutos de enamoramiento.

El rehízo su vida y yo no quise meterme porque bastante daño le había hecho, pero comprendí lo preciosa que es la rutina cuando tienes a alguien con quien compartirla.