Se suponía que mi pareja y yo manteníamos una relación feliz en la que todo era maravilloso y comíamos perdices. Al menos así se nos veía desde fuera y yo misma nunca me hubiese imaginado que, detrás de esa fachada, en realidad él mantenía una vida paralela en la que nunca había dejado de tener no solo contacto sino relaciones íntimas con su ex…
Lo cierto es que está chica era una persona que siempre estuvo presente en mi relación. Desde el principio, él me dejó muy claro que, a pesar de no estar juntos ya, ella era y siempre sería una persona muy importante y casi imprescindible en su vida, ya que habían mantenido una relación de casi diez años que había acabado por «falta de amor» pero nunca por factores más graves que pudiesen acabar con el vínculo fuerte que se había formado entre ellos.
Quiso que aceptara que siempre serían amigos y que ella siempre podría contar con él por todas las cosas que habían vivido juntos, pues por lo que habían significado el uno para el otro, siempre la consideraría como una especie de hermana o alguien fundamental de su familia.
A mí esto, lejos de molestarme, me pareció hasta bonito y una buena señal de la clase de persona que era ni pareja. Podéis llamarme ingenua o directamente TONTA. Yo también lo he hecho muchísimas veces.
Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo, aquello comenzó a chirriarme. Esta chica era una figura extraña y oscura que estaba siempre ahí pero no de forma natural y limpia (por parte de ambos), o eso sentía yo.
Muchas veces, ellos quedaban para tomar un café, para comer, para cenar. Al principio yo lo veía normal, pero conforme iba avanzando nuestra relación y pasando el tiempo, lo que no me parecía tan normal es que yo nunca fuera invitada o incluida en esos encuentros.
Es verdad que, como amigos que eran y con la relación tan especial que habían tenido, tampoco era lógico que yo estuviese siempre presente. Entendía que necesitasen momentos para estar a solas porque obviamente la ex no iba a tener tanta confianza conmigo como tenía con él a la hora de contarle sus propias cosas, por ejemplo, pero… no sé.
Ya que ella formaba parte de su vida, que poco a poco también fuera formando parte de la mía, ¿no? Igual que, poco a poco, iba conociendo y coincidiendo cada vez más con su familia, sus amigos de toda la vida, etc.
Era como si formarse parte de un mundo al que yo no tenía ni podía tener acceso.
De esta manera, él mantenía esa relación de «amistad» en paralelo y sin que se cruzase apenas conmigo. Y cuando alguna vez fue así, siempre de casualidad encontrándonos en la calle o en otro sitio, yo sentía el ambiente enrarecido, como si se dijesen más con las miradas que con las palabras, como si se cortasen o reprimiesen al estar yo delante.
Yo me sentía mal por estas percepciones, y directamente me callaba y me autocastigaba. Con lo bueno que era mi chico… ya me valía por tener estas desconfianzas y pensamientos hacia él.
Por si fuera poco, ella no dejaba de llamarle y de escribirle por Whatsapp (y supongo que él también iniciaba este tipo de contacto, aunque teóricamente solo le respondía y quedaba con ella después de que esas proposiciones saliesen de ella).
Con el tiempo, él y yo ya nos habíamos ido a vivir juntos, y con la convivencia empecé a notar otras cosas turbias a las que, una vez más, no quise dar importancia. Cosas como que se escondiese para hablar por teléfono u ocultase sus mensajes o incluso sus citas con ella.
Yo todo esto tampoco lo llegaba a entender ya que yo no solo no había puesto nunca ningún problema sino ninguna mala cara o comentario.
Hasta que un día llegó a casa llorando y me dijo que tenía que contarme algo muy importante: me imaginaba cualquier cosa menos la que me acabó soltando:
Su ex se había quedado embarazada, ese bebé era de él y habían decidido tenerlo.
Mi reacción fue totalmente inexpresiva porque realmente no podía creerme que eso fuera cierto. Estaba segura de que en cualquier momento soltaría una carcajada y admitiría que tan solo se trataba de una broma de muy mal gusto. Pero no.
Empecé a asimilarlo cuando, hecho un mar de lágrimas, me empezó a pedir perdón de una forma reiterada y desesperada, me juró que solo había ocurrido una vez (esa vez, vaya puntería) y me explicó que lo que consideraba adecuado era hacerse cargo del niño.
Insistió en que le perdonase y juró y perjuró que nunca volvería a pasar y lo sumamente arrepentido que estaba…
Yo, como es lógico, me quedé tan patidifusa como dolida. Me sentía traicionada y engañada y le dije que necesitaba tiempo para pensar, que no sabía si sería capaz de perdonar.
A pesar de todo, yo le quería y, un par de semanas después en las que estuvo prácticamente todo el tiempo detrás mía, acabé creyendo su versión y acepté perdonarle, volver con él y aceptar a su hijo en mi vida.
Solo le puse, como única condición no negociable, que -a partir de ese momento- la relación con su ex se limitase al contacto como padres que era evidente que deberían seguir teniendo siempre por el bien de esa criatura. Él aceptó sin rechistar, y me prometió que así sería y que nunca me arrepentiría de darle esa oportunidad.
No os podéis ni imaginar el infierno que viví a partir de ese momento: aunque no quisiese, me moría por dentro cada vez que conversaban sobre el bebé, sobre el futuro, sobre crianza, compras. Intenté apoyarle en esa nueva ilusión que él mostraba pero interiormente sentía cada una de esas cosas como puñales que se me clavaban directamente en el corazón…
Cuando nació el niño, la cosa fue a peor. Yo no soportaba que él estuviese, cada vez más a menudo y durante más tiempo, en su casa. Entendía que el bebé era un recién nacido, que él no quisiese perderse prácticamente nada y que, tan pequeño, no debía separarse de su madre. Pero yo seguía sin estar incluida en estas visitas.
Ella no paraba de llamarle, de encargarle cosas, de contarle novedades a las que veía a él responder más ilusionado y feliz que nunca.
Llegó un momento en que pasaba prácticamente más tiempo con ellos que en nuestra casa. Yo me sentía la segundona, como si fuera la amante en esa historia. Y, un buen día, mi cabeza hizo click.
Decidí que no aguantaba más esa situación y que no estaba dispuesta ni siquiera a intentar cambiarla. Me sentía en medio de algo y que la que sobraba era yo.
Y me fui de su lado, de nuestra casa.
Él intentó retenerme y se mostró muy compungido, pero no debió dolerle ni importarle tanto cuando, un par de meses después, me enteré de que estaba viviendo con su ex y además volvían a ser una pareja oficial.
A mí me costó bastante superar todo esto y recuperar mi autoestima, que se había ido haciendo añicos y resquebrajando a cámara lenta durante todo ese tiempo…
Pero lo conseguí y hoy soy una persona nueva. Menos inocente, más madura y con las cosas muchísimo más claras.
Y creo que ellos continúan juntos a día de hoy, aunque no es algo que me importe a estas alturas.
Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real
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