Se conocieron en aquel cuchitril infecto, haciendo horas extra que jamás cobrarían y limpiando grasa convertida en gelatina con agua fría y sin jabón porque va muy caro.
Ella estaba terminando la carrera y necesitaba dinero para pagar su parte del piso que compartía, ya que su padre trabajaba en la construcción y se quedó en paro, así que debía buscarse la vida si quería seguir estudiando fuera. La situación de él era similar, solo que era a quien había dejado en la calle la explosión de la burbuja inmobiliaria. Al morir su padre, su madre había entrado en una terrible depresión que le impedía trabajar, así que él debía dejarlo todo para poder pagar las facturas y mantener a su familia. Su hermana pequeña quería estudiar y solamente él podía ayudarla a conseguirlo.
Y así, Sara y Pablo se encontraron atados durante años a un trabajo de mierda del que no podían salir. Era un restaurante (por llamarle algo) que ofrecía menús del día a bajo coste para estudiantes cerca de la universidad. El dueño trasladaba cada verano a todo su equipo al restaurante que tenía muy cerca de la playa en un pueblo cercano. Los llevaba cada mañana en su furgoneta y, como estaban lejos de casa, tenían que aprovechar su descanso para limpiar y pagar así el derecho a transporte. Hubo una chica que amenazó con denunciarlo. La despidió y se acabó el problema.
Eran 6 personas las que trabajaban allí y el ritmo de trabajo era tan bestia que apenas podían dirigirse un par de palabras en cada servicio. El requisito para trabajar allí era tener mucha necesidad. Así sabía que, por más que los quemase, no podrían irse, ya que no había trabajo.
Al poco tiempo de entrar Sara a trabajar, su ex novio empezó a pasarse a saludarla con demasiada frecuencia. Pablo la escuchó contándole a una compañera que lo había dejado cuando un día, discutiendo con ella, rompió la puerta de su habitación de un puñetazo. Habían estado juntos unos meses y, al ver la violencia con la que reaccionaba sin sentido alguno, decidió alejarse. Pero temía haber tardado demasiado, ya que, tras romper, la acosaba por la calle, por teléfono e incluso, ahora, en el trabajo.
Una noche, después de servir las últimas cenas, Pablo escuchó murmullos desde la cocina. Sara le pedía a alguien que se fuera y parecía nerviosa, así que se asomó hacia el mostrador y escuchó como un tío bajito con cara de malo de serie cutre la amenazaba con decirle a su jefe que la echase por puta. Pablo se quitó el mandil, se acercó a ellos y preguntó si había algún problema. Sara, muy asustada, le dijo que no, pero aquel chico venía buscando problemas, así que le dijo que era el jefe y que por qué estaba increpando a su empleada, que la estaba interrumpiendo cuando debería estar fregando. Él, muy cortado, le pidió perdón y se fue. Sara parecía muy avergonzada, pero Pablo le sujetó la cara y se la levantó “Que nadie jamás te haga agachar la cabeza”. Ella sonrió sutilmente y siguió con su faena.
Ese día terminaron su turno a la misma hora. La compañera que solía llevar a Sara en coche al salir todavía tenía un par de horas por delante, así que Pablo se ofreció a acompañarla a casa. Ella le dio las gracias, pero le dijo que prefería ir sola. Él, que vio por donde iban los tiros, le dijo que podía estar tranquila, que él no quería nada con ella y, aunque sabía que ella podría defenderse sola y no necesitaba a un hombre que le protegiese, le daba miedo que aquel chico fuese un desquiciado y la estuviese esperando. Sara valoró la posibilidad de que Pablo tuviera razón y, aunque lo conocía poco porque siempre estaba en la parte de las frituras en la cocina, supuso que no sería peor que su ex. Y así dieron su primer paseo nocturno juntos. Sara no vivía muy cerca del trabajo, así que les llevó un buen rato llegar, por lo que pudieron romper el hielo y tener una buena charla antes de despedirse.
Fue coincidencia (al menos al principio) que sus horarios de salida empezasen a coincidir siempre y ambos se alegraron mucho, pues ambos estaban muy cómodos en compañía del otro.
Pablo le hablaba de su madre, de cómo estaba consiguiendo que volviese a comer sin ayuda, de cuanto le costaba la terapia a la que la llevaba y de cómo había acabado atrapado en aquel horrible trabajo. Sara le contaba cómo veía desde lejos a su padre caer en el alcohol tras perder su trabajo y no poder mantener a su familia mientras su madre se echaba a la espalda 4 o 5 portales más para limpiar. La vida de los dos había sido difícil y no se veían atisbos de mejora, así que, sin darse cuenta, se convirtieron en el confidente en uno del otro.
Pocos días después de su primer paseo, el ex de Sara los vio y gritó de lejos que era una puta que se follaba a su jefe, pero al salir Pablo corriendo a su encuentro, este se fue dando con las piernas en el culo de tanto correr y nunca más se supo de él. Ya se sabe que esos machitos pronto se acobardan.
Cuando llegó el verano, y con él las jornadas intensivas de trabajo, ya eran inseparables. Les costana horrores despedirse cada noche y llegaban muy cansados a la mañana siguiente por haber estado sentados en el postal charlando hasta las tantas la noche anterior. Ninguno se atrevía a mencionar la posibilidad de estar en un lugar más íntimo y no en la calle. Los dos sabían lo que podría pasar y no querían arriesgar aquella amistad tan bonita que estaban cultivando.
Al volver el frío y con él las lluvias, ya no era una opción seguir en aquel portal, así que una noche, Sara invitó a Pablo a subir y… Solamente hicieron falta unos minutos para que llegase el primer beso. Llevaban casi un año siendo muy amigos y tenían tanto miedo que ambos temblaban. Temblaban tanto que se les resbalaban las prendas de los dedos al quitárselas.
A la mañana siguiente, Pablo salió corriendo de casa de Sara tras darle un beso en la frente, pues no le daba tiempo de atender a su madre antes de ir a trabajar. Ella no podía dejar de mirar la chaqueta que Pablo había olvidado encima de su cama.
Solamente habían pasado tres meses cuando Sara, al ver cada día a Pablo desesperado por no llegar a todas sus responsabilidades, le propuso irse a vivir con él y así ayudarlo con su madre.
Sara resultó ser una pieza clave para la recuperación de la madre de Pablo. Congeniaron tan bien que incluso consiguió que saliera a pasear un ratito cada día, después de tanto tiempo sin salir de casa. Cuando el antiguo jefe de Pablo lo llamó para ofrecerle trabajo en una obra pública muy importante, él le pidió que contratase al padre de Sara. Y así, ambos se ayudaron mutuamente mientras su amor crecía y crecía.
La crisis llegó a su fin y actualmente tienen ambos muy buenos trabajos. Su ex jefe cayó en desgracia al no poder pagar las multas que sanidad le puso al poco tiempo de irse Sara de allí (¿casualidad? no lo creo).
Hoy han pasado ya 15 años desde aquel primer paseo, oliendo a grasa y llevando un ridículo uniforme, y le cuentan a sus hijos cómo papá fingió ser el jefe de mamá para quitarle de encima a un pesado que se creía con derecho a molestarla y cómo mamá supo en poco tiempo que él sería el padre de sus hijos.
Luna Purple.
Si tienes una historia interesante y quieres que Luna Purple te la ponga bonita, mándala a [email protected] o a [email protected]