HIZO «CHAS», Y DESAPARECIÓ

 

Amores, voy a ser sincera: no tengo suerte en el amor. Debe ser que siempre elijo a los más capullos, porque es que no me lo explico. En posts anteriores os he hablado de alguna que otra cita desastrosa, polvos terribles, y hoy toca hablar de una de las decepciones más dolorosas que me llevé en su día. Porque, de verdad, la historia tiene telita.

Desde hace años yo me he movido mucho por chats de rol, y en uno de ellos conocí al que ha sido, hasta que por desgracia nos dejó, mi mejor amigo. Y, como suele pasar, yo le fui presentando amigas mías con los mismos gustos, y él igual, me presentaba amigos suyos. Cabe decir que él era de Valencia y yo soy de Madrid, así que siempre hablábamos, todos, en Skype, Messenger, Discord y este tipo de aplicaciones. Y sí, aún  existía Messenger en esta época, echadle años. De hecho, hace ya diez años de todo esto.

Bueno, la cosa es que en una de estas me presentó a un muchacho, más joven que nosotros —yo le sacaba cinco años, él tenía 21 y yo 26—, que encajaba muy bien con nuestros gustos. Solía jugar los mismos videojuegos, entró en el foro de rol donde estábamos todos… Vamos, que se integró a la perfección. Como siempre, para conservar su anonimato, le vamos a llamar Periquito. Bueno, pues como decía, Periquito estaba súper integrado en el grupo, hablábamos mogollón, y la verdad es que el chico tenía labia, era divertido, sarcástico y tenía un punto de inteligencia que personalmente me gustaba, porque soy una persona muy curiosa por naturaleza y me encanta que me expliquen cosas que no sé. Claro, poco a poco empezamos a hablar más veces a solas, de ahí nació el tonteo y, cuando me quise dar cuenta, hacíamos videollamadas y hablábamos durante horas. La verdad es que ese verano fue bastante mágico.

Claro, la cosa parecía ir súper bien, así que él decidió venir a verme aprovechando que había un evento manga al que yo iba a ir, quedarse en mi casa y dar un pequeño paso más. Claro, yo encantada, ¡iba a verlo y a pasar todo el fin de semana con él! Imaginad mi emoción en esos momentos. Encima, se juntó con la adopción de mi primera gatita, Nana, que era una bebita de pocas semanas. 

Cuando llegó el día, la verdad es que fue súper bien. Le fui a buscar a Atocha, vinimos todo el viaje a casa hablando, siempre súper dulce, y yo con ese cosquilleo tonto de adolescente a mis veintiséis años. Tras cenar y estar con Nana —que, es que encima, él se puso a darle el biberón y todo, así que imaginad mi cara de boba—, nos trajimos la cajita a la habitación para que estuviera con nosotros, nos tumbamos a ver anime y ahí la cosa empezó a fluir. Nos besamos, dejamos el ordenador a un lado, me desnudó y sí, se bajó al pilón. Claro, yo estaba más caliente que el palo de un churrero y quería más, pero… no, él dijo que no, que solo quería que yo disfrutase y ya está. Así que sí, tuve un orgasmo, pero me quedé con una sensación un tanto rara. Total, que nos tumbamos a dormir juntos y pasamos la noche abrazados, despertándonos, eso sí, cada tres horas a dar el biberón a Nana.

Todo iba bien, el fin de semana desde entonces lo pasamos todo el rato juntos, de la mano, que si besándonos… Yo estaba en una nube, vaya. Pero llegó el domingo y, lógicamente, se tenía que ir. Así que le acompañé de nuevo a la estación, nos despedimos y le dije que, cuando llegara, me avisase. Y… desapareció.

Literalmente. No es que ese día no me contestase, que lo habría entendido si volvía muy cansado. Es que durante meses, MESES, no apareció por ningún lado: ni contestó a mis primeros mensajes —obviamente, como no quería ser pesada, paré de escribirle como a la semana y algo—, ni volvió  a conectarse a Skype, ni a los juegos donde estábamos todos juntos… Se había volatilizado. Mi amigo me dijo que sí, que lo había visto alguna vez por el pueblo, que estaba bien, pero… que tampoco hablaba con él.

Claro, en esos momentos, yo estaba hundida. ¡Joder! ¿Qué demonios había pasado? ¡Si el fin de semana había sido perfecto! No sabéis la de veces que di vueltas a cada conversación, que reviví aquel fin de semana en busca de algo que le hubiera podido molestar. Pero claro, es que no lo encontraba. Y aquello me generó mucha ansiedad y, como siempre, volver a sentirme una auténtica mierda.

 

Pero la historia no acaba ahí. Porque sí, apareció casi nueve meses después en Skype. Y sí, me habló como si nada. Se excusó diciendo que había estado muy mal, que había sido algo suyo, que blah. Yo estaba muy reticente, claro. Joder, ¿nueve meses? ¿En serio? ¿Sin decir una maldita palabra? Pero lo peor no fue eso, por supuesto, sino que después de tooooodas sus excusas, yo decidí lanzarme directa al cuello con la pregunta: ¿qué coño había pasado entre nosotros? Y, adivinad… ¡Sí! Me dijo que yo le gustaba mucho, que me quería incluso, pero que como estaba gorda —cosa que siempre supo, por cierto—, no le ponía nada, que por eso no echamos un polvo ese fin de semana.

Que, a ver, él podría vivir sin sexo, pero que sabía que yo no, y que no podía hacerme eso. ¡Tócate los ovarios, Mariloli! ¡Que encima tenía que darle las gracias por ser considerado! Obviamente le dije que era la misma mierda que me había encontrado siempre, o bueno, peor aún porque jugó conmigo y me destrozó, y le dije que ojalá alguien le hiciera sentir alguna vez como me había hecho sentir a mí para que viera lo cerdo que había sido. Y ahí se quedó la cosa.

A día de hoy, aquello queda como una anécdota, claro. Y, de hecho, intentó volver a hablar conmigo como dos años después, pero lo bloqueé de todos lados porque a ver, una ya no tiene el chichi para farolillos. No sé qué ha sido de él, y la verdad, tampoco me interesa. Periquito se ha quedado como un manchurrón más en mi vida.

 

Nari Sprinfield