Digestiones pesadas: cuando te toca tragarte el orgullo 

A ver, repite conmigo: PER. DÓN. Venga, otra vez: PER. DÓN. Y ahora, todo de golpe: PERDÓN. ¿Ves? ¿A que no era tan difícil? 

El hombre es ese animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y echarle la culpa a la piedra porque quién le manda a ella estar en medio, hombre ya. Porque que se quite ella que yo tenía prioridad en el camino. Porque cómo va a ser culpa mía, a ver por qué tengo yo que mirar por dónde camino. Porque cómo, cuándo, dónde, por qué iba yo a cometer un error. ¿YO? ¿EQUIVOCARME YO? ¡POR FAVOR! 

Se supone que somos el animal más inteligente sobre la faz de la tierra. Y acabamos usando esa inteligencia para buscar todo tipo de elaboradas excusas y razonamientos para no dar nuestro brazo a torcer. Antes morir que perder la vida. Antes tener razón que tener amigos, familia o a nuestra pareja. 

De verdad, es que hay personas que viven fatal eso de tener que pedir perdón, como si fuese una humillación, como si el error que han cometido les definiese como personas y lo dijese todo sobre lo que han hecho y dejado de hacer a lo largo de su vida. Pues lo siento, pero es una idea absurda. Un error no es eso que cometen las malas personas, sino eso que cometen TODAS LAS PERSONAS DE ESTE MUNDO. 

Te has equivocado tú, me he equivocado yo, se equivocan todas las personas que forman WLS, las que están en tu vida y a las que no conoces ni vas a conocer. Porque va en nuestra naturaleza meter la pata hasta el codo. La imperfección es algo que no vamos a poder eliminar. Siempre será nuestra compañera de vida. A veces nos hará el viaje más ameno, porque nos podremos reír de ella. Otras, será como Frodo Bolson al final del viaje, que ya tenía que dejarse cargar por Sam o no destruían en el anillo ni pa’ Dios. La cuestión es que no te vas a poder deshacer de ella. 

Pues mira, te voy a decir, no uno, sino tres verdaderos errores que deberías evitar en la vida: el primero, es dejar que tu orgullo tenga más peso que conservar a gente que te quiere. Mari, es que alejarte de personas dañinas, pues sí… Pero ¿perder a buenas personas que te quieren y te hacen feliz solamente por no pedir perdón? ¿De verdad quieres eso? ¿No es preferible pasar por ese dolor de estómago que supone tragarte el orgullo antes que pasar por el dolor de perder a alguien querido? 

El segundo gran error es pedir perdón “de mentirijillas”. No, cari, pide perdón de corazón. Esto no va de tener la fiesta en paz, pasar a otra cosa y aquí no ha pasado nada. Has hecho daño, toma conciencia de ello, ponte en su lugar, arregla el desaguisado si puedes y modifica tu conducta. Repito: MODIFICA TU CONDUCTA. 

Porque de ahí viene el tercer gran error a evitar. Meter la pezuña es de humanos. Pero cogerle cariño a tus errores y convertirlos en un patrón de conducta, ahí ya no vamos bien. En el momento que detectes que un comportamiento hace daño, deja de hacerlo. Pedir perdón y volver a las andadas no sirve de nada. Ahí está la diferencia entre ser mala persona o ser una buena persona que la ha cagado: la buena persona se esfuerza en no hacer daño dos veces. La mala se dedica a “quedar bien”, a disculparse por conservar su buena imagen, pero al no sentir arrepentimiento ni tomar conciencia de lo que ha hecho, vuelve una y otra vez a su patrón. 

¿Y si pido perdón pero no me perdonan? ¿Qué hago? Pues mira, no te queda más remedio que ACEPTARLO. En ocasiones, incluso sin ser nuestra intención, nuestro error es tan grande que es irreparable. Cuando eso ocurre, el mejor regalo que podemos ofrecer es alejarnos y dejar vivir a los demás. Es doloroso, pero no siempre se puede desandar lo andado. Aparta de su camino y dedícate a ti, a ser mejor persona, a aprender de la experiencia. Ya llegarán otros para conocerte en tu mejor versión. 

Mia Shekmet