Tengo un problemón. Bueno, muchísimos, pero uno que me hace ser muy poco funcional y asertiva a la hora de discutir: le tengo miedo al conflicto.
Y no sólo eso, sino que, cuando estoy enfadadísima por algo o discuto más fuerte de lo normal, me da por llorar. Y esto provoca una de estas dos cosas, o las dos a la vez: o bien que la otra persona se enfade aún más (porque piense que lloro para dar pena) o que se niegue a seguir discutiendo con alguien que actúa como un bebé.
En la discusión que jodió mi compromiso, pasó lo primero. Y mi ex me mostró una cara que yo no conocía.
El contexto se había repetido ya varias veces: mi ex se pasaba bebiendo y empezaba a actuar como un imbécil, yo me sentía incomodísima, le decía que se controlara, él se enfadaba y me contestaba gritando.
Él siempre hablaba alto, estuviera discutiendo o no. No era capaz de argumentar sin levantar la voz. Y a mí, con esa aversión hacia el conflicto, os podéis imaginar lo poco que me gustaban los gritos. Entonces, le pedía que no gritara y se cabreaba aún más.
Aquella noche estábamos en otra ciudad, en una escapada, en teoría, romántica. Mientras íbamos al parking a coger el coche para regresar al hotel, iba gritándome por la calle. Yo estaba avergonzadísima, quizá más por la gente que por mí misma (esa obsesión con lo que piensen los demás también me la tengo que hacer mirar), y por mucho que quisiera calmarlo, no podía.
En un momento dado, lanzó la botella de cerveza que llevaba en la mano hacia la otra acera, haciéndola volar sobre los coches que atravesaban la calle.
La botella se estampó contra el suelo y se rompió en mil pedazos, con la suerte de que los cristales rotos no alcanzaran a nadie. Podría haber pasado algo grave.
En el coche, siguió gritando. Yo le pedía que parara, y me contestaba que a ver por qué yo podía llorar, y él no podía gritar. Llegamos al hotel, y a partir de ese momento la memoria se me pone algo borrosa.
Sé que le dije que no iba a darle bola estando borracho, que no entendía qué había hecho yo para que me tratara así. Se sintió ofendidísimo, “¡¿Me estás llamando maltratador?!”, y comenzó a lanzar cosas al suelo. Sus gafas, botellas de agua, cargadores, lo que pillaba.
En algún momento, estando yo cerca de la pared, me acorraló. Se me plantó delante (es un chico alto y de espaldas anchas), gritándome en la cara, acercándoseme mucho, y levantó la mano derecha mientras chillaba “¡¡¡Yo nunca te voy a hacer daño!!!”, “¡¡¡Yo nunca te voy a tocar!!!”.
Yo no sabía quién era esa persona, no sabía de lo que sería capaz. Afortunadamente, tuve el valor de retirarle de delante de mí con mis manos, y a partir de ahí, se calmó. Doy las gracias cada día por aquella bronca. Si no, nos habríamos casado, y quién sabe qué habría pasado después.