Me separé hace muchos meses, y desde entonces nada de nada en cuanto a acción se refiere.

Digo me separé muy a la ligera, porque se trató de un divorcio, del único hombre con el que había estado en mi vida, lo conocí cuando tenía 17, a los veinte salí embarazada, a los veintiuno nos casamos, y cinco años después tuvimos nuestro segundo hijo. La relación estaba muerta antes de eso, pero éramos lo único que el otro conocía, así que supongo que por eso nos aferramos. En fin, no terminó bien.

Me puso los cuernos, me enteré, no me dolió demasiado porque ya no lo quería, usé eso como excusa para ponérselos yo a él, también se enteró, se hizo el dolido pero los dos sabíamos que no tenía moral. El punto es que para cuándo finalmente decidimos dejarlos hasta ahí, estábamos tan desgastados que lo hicimos en buenos términos, o al menos sin pelearnos como perros y gatos.

Estaba sola, y estaba feliz. No quería y sigo sin querer una relación de ningún tipo porque después de más de una década de compromiso, la libertad me apetecía. Lo que también me apetecía era un buen revolcón, pero no hacerlo por hacerlo, sino que quería sentirme deseada, que me tocaran con anhelo, sentirme guapa, y en resumidas como, como hacía casi diez años que no me sentía.

Quería estar con alguien que se muriera por follarme, y no tardé en identificar a mi víctima: el instructor de béisbol de mi hijo, que era una media década menos que yo.

Hacía tantos años que no estaba en el ruedo que dudé en estar leyendo bien las señales, pero el chaval prácticamente se babeaba por mí, y a mí me encantaba su boquita redondita y la barba que usaba, así que procedí al coqueteo.

Acabamos en un motelito, el más escondido que pudimos encontrar. En lo que empezamos se me olvidaron las inseguridades porque muy bien podía ser el mejor día de toda su vida por lo entusiasmado que estaba. Se me olvidaron las estrías y la piel del abdomen estirada, se me olvidó incluso lo falta de práctica que estaba y creo que él no sospechó que era la primera que la pasaba así de bien en años.

Los dos teníamos claro lo que era así que fue además todo muy relajado, un asunto que se resuelve, un antojo que se mata y listo. Adiós y aquí no ha pasado nada.

Resultó que esa aventurilla era justo lo que necesitaba para darme cuenta que a pesar de todo lo que me daba miedo al quedarme soltera, estoy y me siento mejor que la chiquilla de 17 años con cuerpo tonificado y sin marcas de embarazo.

 

Anónimo