Dramamá: ¡A mi hijo le salen gusanos del culo!

 

Tener hijos es maravilloso y asqueroso en la misma medida.

Es lo más de lo más, para lo bueno y para lo malo. Al menos en mi experiencia personal, pero admito que soy un poco especial y puede que la mía difiera mucho de las de otras madres y padres.

El caso es que, yo concretamente, sufro mucho desde que soy mamá. En parte porque soy de esas que se preocupan por todo, todo el rato; en parte porque soy un poco lela. O torpe. O una madre nefasta. Tal vez una combinación de lo anterior.

Me paso la vida sintiéndome a prueba y, lo que es peor, fallando todo el rato. Hasta con las cosas más tontas. Como, por ejemplo, la que vengo a contar. La del día que se rieron de mí en urgencias.

Resulta que mi nene llevaba unos días con la mano permanentemente metida en el culo. Literal. Todo el rato rascándose el culo. Él a rascarse y yo a decirle que eso no se hace, a mandarle lavarse las manos y a bañarlo con gran esmero. Como aún tenía reciente la fase en la que se pasaba el día con las manos en la entrepierna, pensé que ahora le había dado por ahí. Sin más. Ya se le pasaría.

Pero me di cuenta de que no era lo mismo cuando se despertó por la noche llorando y gritando que no podía dormir porque le picaba mucho y que le dolía. El pobre estaba muy nervioso, no dejaba de decir que le picaba muchísimo. Así que le quité el pijama para ver qué narices le pasaba.

 

Dramamá: ¡A mi hijo le salen gusanos del culo!

 

Como a simple vista no había nada que me llamara la atención, y el niño seguía insistiendo en que le picaba ‘dentro’ del culo, fui a por el móvil para mirar con la linterna.

Le planté la luz encima del ojete, le abrí los cachetes, me acerqué y… No sé ni como pude reprimir el grito al ver aquella cosa. ¡Había algo blanco y minúsculo asomándose! ¡Algo que se movía!

¡Dios! ¿Qué mierda era eso? ¿Era grave? ¿Se lo estaba comiendo por dentro? ¿Era por mi culpa? ¿Cómo le sacaba eso de ahí? ¿Le ponía un bocata de chorizo a modo de señuelo para hacerlo salir?

Mira, menuda nochecita pasé una vez que el pobre se calmó un poco y consiguió dormir. Yo no pegué ojo. Esperé a que fuera una hora prudente y me llevé al niño a urgencias. No entré allí al grito de ‘¡A mi hijo le salen gusanos del culo!’, pero casi.

La pediatra que nos atendió apenas podía contener la risa mientras me explicaba que el niño tenía lombrices. Algo que a mí me sonaba a dolencia medieval y que, al parecer, está a la orden del día entre los chavales. No es grave, el tratamiento es de lo más sencillo y la mejora casi inmediata. Que avisara en el cole ya si tal.

Me quedé más tranquila, pero ahora tengo una paranoia que antes no tenía.

Y tengo al niño lavándose las manos catorce veces al día.

 

Marisa

 

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