¿Sabes esas madres que se angustian por todo lo relacionado con sus hijos y lo pasan fatal incluso cuando a ellos las cosas parecen no afectarles? Pues yo soy esas madres. Me encanta sufrir por adelantado. Y cuando llegó el momento de que mi hijo empezara en el colegio de mayores, empecé a pasarlo mal con meses de antelación. Recordaba cómo lo había vivido yo y lo pasaba fatal. Porque yo tardé meses en entrar en clase sin llorar, porque tardé muchísimo en adaptarme y, en general, el colegio no era mi sitio favorito. No me gustaba ir, ni estar con los otros niños ni la profesora. Sé que no es lo habitual, pero recuerdo perfectamente el miedo que me daba aquella mujer que fue mi tutora los dos primeros cursos. Lo mío era pavor.

Así que imagínate cómo me encontraba al pensar en que a mi niño le pudiera pasar lo mismo. Era pavor por mil.

Intenté no trasmitirle nada de eso a mi hijo, claro está. Preparamos todo lo necesario para el inicio del cole juntos, compramos el material como quien va a comprar la decoración para una fiesta, y la verdad es que el niño estaba feliz y ansioso por empezar esa nueva etapa.

Llegó el primer día y fue todo genial. La adaptación pasó en un suspiro y el crío seguía encantado. Fue un alivio verle ir tan contento al colegio. Todo el día hablando de la profe. Que si Vane esto, que si Vane lo otro. Vane es muy buena. Vane es muy lista. Cuántas cosas nos enseña Vane.

Con el miedo que yo tenía a que su profe le pareciera la bruja que me parecía a mí la mía, y él totalmente in love con la suya. Qué bien. Qué maravilla.

Pues sí, todo genial. Solo hay un pequeño problemilla que en realidad no es un problema para nadie salvo para mi ego, supongo. Y es que parece que mi hijo quiere más a su profesora que a mí. Literal, no creo que sea paranoia. Al fin y al cabo, pasa más tiempo con ella que conmigo. Al menos, tiempo de calidad, porque de lunes a viernes conmigo todo son prisas y venga a la ducha, y come que es tarde y a dormir que mañana hay cole. Aunque a Vane la comparte con otros veinte compañeros, Vane es su persona favorita en el mundo.

Tiene su nombre siempre en la boca. Nos cuenta todo lo que hace, muchas veces sin venir a cuento para nada. La nombra en sueños. Es a ella a quien llama cuando se hace pupa, y no creas que es fácil consolarle y convencerle de que no podrá verla hasta el lunes.

Por un lado, estoy feliz de que mi hijo adore a la persona con la que pasa gran parte de su día, cinco días a la semana. Por otra, me agobia un poco pensar en cómo lo llevará cuando acabe la etapa de infantil (está en el último curso) y Vane ya no sea su profe ni la vea muy a menudo. Y, por otra, la más pequeña y egoísta, me duele muchísimo que su profesora se haya ganado tanta cuota del corazón de mi chiquitín. Porque si yo no soy su favorita ahora, no creo ya que lo vaya a ser jamás.

 

Anónimo

 

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