Madre, mamá, máma. ¿por qué se dejo convencer? Ella nunca había querido tener un crío. ¿Perro? Bueno, quizás. Incluso un gato, mucho más independiente, donde va a parar. Un pez a lo sumo. ¿Pero un niño? No, un niño no. Los niños solo quitan tiempo, sueño y dinero.

Se pasó media vida dedicada en cuerpo y alma al trabajo. Y así lo quería, nadie la obligó a ello. Un trabajo que le apasionaba, pero en un mundo de hombres, aunque digan lo contrario, el techo de cristal existe y ella lo había sentido en sus propias carnes. Echaba tantas horas que apenas le daba tiempo a comer o a dormir. Había perdido a sus padres y los pocos amigos que tenía los había perdido. Vivía por y para esos papeles, esos números y esa oficina en la que su mayor compañía era el cactus que le quitaba el exceso de radiación del ordenador ( o eso ponía en la etiqueta) y aún así siempre era otro, otro el que conseguía el aumento, el cliente o el ascenso. Otro el que conseguía el proyecto. Otro, con o, siempre con o.

Y fue allí donde conoció a Julián. Fue allí porque no podía ser en otro lugar. Para ella no había bares, vacaciones o hobbies. Julián era encantador, carismático y extrovertido. No era guapo, pero tenía ese algo, esa cosa que te hace que te enredes, te engatuses, te enganches. Y así fue como poco a poco se enamoró. Como nunca lo había hecho, porque nunca lo hizo.

Así que cuando esa prueba de embarazo que se hizo en los baños de la oficina coloreó la segunda raya, no lo pensó. Sus esquemas no habían cambiado mucho, Julián era tan adicto como ella al trabajo, o incluso más. Sin embargo, el había logrado ser gerente en 6 meses. Ella seguía haciendo favores o llevando cafés de vez en cuando a reuniones a las que nunca estaba invitada. Y él la convenció de que serían muy felices, tanto que parecería que estaban soñando.

Quedarse embarazada cavó su tumba profesional. Pero estaba enamorada, eso la llenaría. Y estaba embarazada, que al fin y al cabo era lo que todo el mundo esperaba de ella. “se te va a pasar el arroz” decían, “será abuela en vez de madre” hablaban. “La maternidad es una experiencia preciosa, que te realiza como mujer” leía. Lo que nadie le había dicho es a cuantas cosas iba a renunciar, cuantas noches se quedaría sin dormir, o cuantas veces abrazaría la taza del inodoro para vomitar. Mientras Julián seguía trepando puestos, y ella lo miraba con unos ojos que no sabía si eran de envidia o admiración.

Quedarse embarazada cavó su tumba personal, porque antes del noveno mes de embarazo, su príncipe azul se fue a una multinacional de Singapur para no volver. Y ella quedó sola en una habitación de hospital tan fría como el corazón de Julián, como el techo de cristal al que se enfrentaba cada día, sola, sin ayuda. Con una criatura recién nacida que ella nunca había querido del todo, pero que ahora amaba incondicionalmente tras 7 años a su lado.

Y hoy, hoy por fin recibía esa llamada que tanto esperaba, hoy por fin conseguiría el ansiado ascenso si todo iba bien. Tenía los libros de cuentas cerrados, el cliente estaba encantado con ella y llevaba meses sin llevar cafés a la sala principal. 12 años en la misma empresa, y por fin hoy puede que ella se convirtiera en la primera gerente femenina. Hoy…

-“¿Señorita Padilla?, aquí está Teo, lleva con fiebre todo el día, por eso la hemos llamado” La enfermera del colegio la saco de su ensimismamiento.

-“Pero es que yo, hoy… ¿no puede quedarse aquí unas horas más?”- Tenía solo 1 hora para llegar a la maldita reunión de su vida.

-“comprenderá que con todo esto del coronavirus no es lo más adecuado ¿verdad?”- replicó enfadada la enfermera.

Cogió a Teo fuerte del brazo y lo arrastró hacía el coche. Estaba ardiendo. Ella empezó a llorar, en silencio, como tantas veces. La rabia se apoderaba de todo su ser. No tenía con quién dejar a su hijo. La niñera estaba enferma con el maldito virus y, aún así, nadie se querría quedar con un niño con fiebre en estos tiempos de pandemia que corren.

Llegaron a casa y Marina aisló a Teo en su habitación. Le dio una sopa caliente, llamó al médico para pedir cita y sopesó la idea de dejarlo solo e ir a la reunión.

  • Buenos días Martín, me temo que no voy a poder ir a la reunión. Tengo a Teo con síntomas de coronavirus ¿te importa hacer tu la presentación para el cliente? Gracias

Colgó el teléfono y la nariz le empezó a sangrar de nuevo, la hostia contra el maldito techo de cristal, otra vez.