Dramamá: En qué momento se me ocurrió hablarles a mis hijos de la reencarnación

 

Niños: Patitas está malito. Lo hemos llevado al veterinario y se ha quedado ingresado. Está muy enfermo, van a intentar curarlo, pero está bastante grave.

 

El pobre Patitas era nuestro hámster y había fallecido esa mañana mientras ellos estaban en clase. Los niños adoraban a su pequeño roedor, ni de coña les decía, así de sopetón, que Patitas ya no se encontraba entre nosotros. Me planteé prolongar el ingreso de Patitas lo que fuera necesario para que se les olvidara, pero los chavales tienen memoria de elefante. Además, no paraban de pedir que los llevara a la clínica veterinaria para verlo.

Tenía que contarles la verdad, lo sabía.

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Me senté frente a ellos y les dije que me había llamado la veterinaria para darme la noticia de que Patitas se había ido.

A ver, confieso que yo también lloré cuando fui a ver cómo iba y me lo encontré ya, digamos, solo de cuerpo presente. Si es que se les coje muchísimo cariño, jová. Pero lo mío no fue nada comparado con la devastación de los niños.

Se pusieron a llorar unos lagrimones de esos gruesos que les mojaron hasta las camisetas. Unos llantos, un desconsuelo… A mí se me partió el alma y no sabía cómo hacerles sentir mejor.

Y entonces, se me ocurrió. Me dio por decirles que tal vez Patitas se había reencarnado en otro animalito. Podía ser una de las lagartijas que viven entre las piedras de nuestro jardín. O tal vez un gatito colmado de amor.

 

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Mira, en qué momento. ¡En qué momento se me ocurrió hablarles a mis hijos de la reencarnación!

Si yo llego a saber la movida que estaba cociendo, me coso la boca un mes.

Porque lo cierto es que el objetivo se cumplió, los niños dejaron de llorar y se sintieron mucho mejor. Pero solo porque les acaba de dar todo un mundo de posibilidades sobre las que pensar. Y sobre las que cuestionarse y romperme la cabeza a preguntas que no sé muy bien cómo responder. Menudo jardín en el que me metí yo solita. Que el capullo de su padre, cuando le van a él con esas cosas, les dice que la experta en el tema es mamá y es mejor que hablen con ella. Gracias, amor, yo me encargo de la reencarnación y demás cuestiones sobre la vida y la muerte, ok; para ti el análisis sintáctico y las ecuaciones de segundo grado.

El caso es que, desde que Patitas dio un paso más en la evolución de su alma, mis hijos andan rayados con el tema.

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Surge de repente con preguntas y comentarios del tipo: ‘Mira, ese cuervo a lo mejor es Patitas’. O ‘Cuidado, no pises ese caracol, igual es el perrito de Hugo, que se murió la semana pasada’. Y, eso último, mira, pues ni tan mal.

 

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Lo malo es que, cuando falleció mi abuela, la pequeña estuvo semanas preguntando si ya había vuelto a nacer y en qué forma. Responde tú eso.

Y el mayor, que tenía siete años el día que dijo adiós al hámster, se plantea cosas que van un punto más allá. De vez en cuando, y sin venir a cuento, me dice —angustiado a más no poder— que él no quiere reencarnarse en un animal. Me tenéis que ver explicándole que (1), ser un animal puede molar un montón. Que (2) seguro que su alma está ya tan evolucionada, que ya solo podría reencarnarse en un ser humano. Y (3), que nadie sabe con certeza qué pasa después de la muerte. Que también es posible que nos vayamos al cielo, por ejemplo.

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No obstante, lo peor es cuando me pregunta qué va a pasar con nosotros cuando vayamos muriendo. Cuando me dice que él no quiere reencarnarse en otra familia, que quiere que yo vuelva a ser su madre, y tener el mismo padre y la misma hermana. Porque el niño sufre con el tema y no le cuadran los tiempos para que el esquema familiar se repita. No a diario, gracias a Dios/Buda/El Universo/Diego Armando Maradona/quien sea, pero le da por ahí con relativa frecuencia. Se le viene a la cabeza cada cierto tiempo.

Yo, por el momento, he conseguido ir saliendo adelante contestándole que nuestras almas están conectadas y que seguro que nos encontramos. Que quizá incluso en la próxima vida él sea el padre y yo su hija, por ejemplo. Y la idea de ser él quien me eduque a mí le ha hecho mucha gracia.

 

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A ver si hay suerte y se les va olvidando la movida hasta que tengan la madurez suficiente para formarse su propia opinión. Pero vamos, maldita la hora en que se me ocurrió tirar por ahí para dulcificar la muerte del pobre Patitas.

 

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