Cuando te quedas embarazada la sociedad te prepara para todo lo malo que va a llegar. Lees que el parto duele, que la lactancia es un coñazo, que los problemas de apego de tu hijo a veces te harán llorar y que encima cuando vaya al colegio le echarás de menos. Es una lucha constante entre querer ser libre y querer vivir pegada a tu hijo 24 horas y 7 días a la semana. Lo que nadie te dice es que tarde o temprano ese bichito saltarín va a querer apuntarse a alguna actividad extraescolar y es ahí cuando llega el drama.

Podía haber elegido baile, costura, clases de arte, escritura creativa o cualquier otra cosa, pero mi niño eligió fútbol. ¿Por qué? Pues no lo sé, porque tanto su padre como yo somos lo más antipelotas del mundo. No hemos visto ni un solo partido solos ni con el niño, así que no sabemos de dónde ha sacado esas ideas. Esto es como cuando tu hijo sale asesino en serie. Nadie se lo esperaba, parecía normal, pero pasó.

Los entrenamientos tienen su gracia salvo cuando lo único que te apetece es tirarte en el sofá para ver alguna serie de Netflix. También es un coñazo cuando por azares de la vida te toca trabajar. Al final te acabas buscando la vida y simplemente sueltas al niño y luego le vas a buscar. La putada llega con los partidos. Ay, los partidos…

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Tu quieres que tu hijo se autosuficiente y que haga las cosas por él, no para impresionar a los demás, pero ese discursito no te vale cuando te pone cara de pena y dice “mamáaa, ¿no vas a venir a verme?”. Anulas tu momento de vaguería semanal y el domingo te pegas un madrugón para asistir a un evento que ni te va ni te viene.

Miras el espejo del coche y tu niño va con una sonrisa, eso es lo que te da fuerzas. Luego te empiezas a cagar en el calor (en verano) o en el frío (en invierno) mientras tu hijo te saluda desde el banquillo porque seamos realistas, es un poco malo con el balón. No pasa nada, tú le animas porque le quieres y no hace falta ser Ronaldo para dedicarte al fútbol. “Si el niño es feliz, que juegue”.

Miras a tu marido sentadito a tu lado en las gradas y ves que se le cierran los ojos. Le das un codazo que significa “si yo tengo que aguantar esto, tú también”. Los males de los hijos se viven en pareja, esto es así.

Durante 10 minutos tu hijo sale al campo e intenta darle al balón, pero no lo consigue. Da igual, tú gritas, animas, vitoreas y demuestras que estás orgullosísima. Después le sacan otra vez al banquillo y con él se van tus ganas de vivir.

Sin embargo, hay algo todavía peor en los partidos infantiles y son los padres y madres sin educación. Sí, esos que se ponen a insultar al árbitro o a otros niños porque no tienen ni respeto ni un ápice de sentido común. ¿En qué cabeza cabe gritar a unos niños que sólo quieren disfrutar? ¿Son conscientes de la educación que están dando a su descendencia? ¿Y el pobre árbitro por qué tiene que aguantar tantas tonterías? Así que murmuras por lo bajo “tío, cállate la puta boca” y sigues comiendo tus pipas.

La vida es eso que pasa cuando tu hijo juega al fútbol y tú te preguntas “¿Por qué estoy aquí aguantando a padres gilipollas cuando podría estar en la cama?”. Yo solo espero que se le pase pronto este hobby y tire por el arte, que las clases son los miércoles y es el día que su padre libra.

 

Redacción WLS