Hace varios años, mucho antes de tener un hijo, mi hermana me contó una historia que me dejó marcada. Ella es profesora en un colegio, concretamente de los alumnos de parvulario. Hay tres clases y tres profes para cada una, ella, otra chica y un chico.

Resulta que su compañera, vamos a llamarla Ana (nombre ficticio para proteger la intimidad de todos los implicados) tenía una alumna de 4 años que todas las semanas repetía la misma frase cuando le preguntaban qué tal había pasado el fin de semana: “bien, mi abuelo ha jugado con mi mariquita”. Y Ana no daba importancia a ese inocente comentario pensando que la mariquita era alguna muñeca o que su abuelo vivía en el campo rodeado de naturaleza. Un año más tarde se enteraron de que “mariquita” era la palabra que la madre de la niña utilizaba para referirse a la vagina.

Obviamente ni Ana, ni la niña ni la madre tenían culpa de esta situación, la responsabilidad recae únicamente sobre ese monstruo que había en la familia, pero es innegable que la agresión sexual se habría detectado mucho antes si llamásemos a las cosas por su nombre.

Cuando mi hermana me contó la historia yo no tenía claro ni siquiera si quería tener hijos, pero sabía a ciencia cierta que de hacerlo no tendrían ni “florecita” ni “pajarito”, sino una vagina y un pene.

¿Por qué enseñamos a los peques a nombrar con normalidad partes de su cuerpo como los brazos, la cabeza o los pies, pero nos achantamos cuando entran en juego los órganos sexuales? Desde mi punto de vista como madre de un niño de 5 años y psicóloga (aunque no me dedique al ámbito infantojuvenil) es que es básico utilizar los nombres reales de la vagina y del pene.

  • Por un lado, así fomentaremos una educación afectivo-sexual completa y coherente, para que a lo largo de su vida sepan qué es lo que tienen y qué es lo que quieren sin miedo, sin culpa y sin vergüenza.
  • Por otro lado, serán capaces de desarrollar una autoimagen corporal más positiva, libre de tabúes e inseguridades innecesarias. Esto hará que tengan mejor autoestima en un futuro. ¿Cuántas mujeres adultas conocéis que jamás han mirado su vagina en un espejo? Y la razón es que nos da corte, cuando la vulva no es diferente a el codo, los pechos o la punta de los dedos.
  • También será más sencillo enseñarles que el pene y la vagina son algo personal e íntimo, ya que sabrán identificarlos con más claridad y nos podrán comunicar cualquier problema o situación que les haga sentir incomodos.

No se me ocurre ninguna razón para no utilizar los nombres reales de nuestros genitales, así que eduquemos a los niños para que sepan que entre las piernas tienen un pene y unos testículos o una vulva con sus labios, su clítoris, su uretra y su vagina.