Cuando te quedas embarazada te preparan para una cantidad sobrehumana de situaciones: hacerte caca en el parto, las insufribles náuseas, que de repente te de asco esa comida que tanto te gusta (a mí me pasó con el helado de chocolate blanco porque el universo es cruel) o que de repente te salgan unos granos que ni en el instituto. Eso sí, nadie te cuenta lo horrible, traumático, humillante, vergonzoso e insatisfactorio que resulta echar un kiki preñada.

Empecemos por el principio. Chica conoce a chico. Chico es un empotrador más majo que las pesetas. Chica y chico se enamoran. Chica y chico empiezan a salir. Chica y chico se van a vivir juntos. Chica y chico deciden tener un hijo. Tras unos cuantos intentos la semillita de mi churri se dio un abracito con mi óvulo perezoso y de ahí salió un embrión con forma de renacuajo que ahora es un feto al que yo llamo Lacasito (porque es lo único que me apetece comer cada santo día).

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Total, que estoy gigante. No me da el cuerpo para tanto tripón y mis tobillos han triplicado su tamaño. Soy completamente incapaz de ponerme unas botas porque no llego a mis pies. Por si fuera poco, mis pedos huelen a muerto. Os juro que hasta mi gata me rehuye cuando se me escapa alguno. El embarazo no es bonito, tías, el embarazo es una tortura eterna, y encima la gente te dice que mires el lado bueno. «Tienes un brillo especial». Sí, porque mi piel ahora vuelve a ser grasa. Soy una quinceañera acnéica de nuevo.

Por si esto fuese poco, vivo cachondísima perdida. Os juro que se me pone el pussy como un jacuzzi hasta cuando eructa, así que echar un polvete para mí es una necesidad. Necesito darle alegrías a mi cuerpo Macarena, pero hay algo que se interpone en este proceso natural: el bombo que llevo en mi interior.

Hemos probado todas las posturas. Misionero, perrito, cucharita, de pie, en la ducha, en el sofá, estilo amazona, y en todas parece que él es un ladrón de botijos. Sí, yo soy el botijo. Para añadir gracia al drama al ladito de la cama hay un armario empotrado gigante con un espejo, así que cada vez que le damos cañita me veo reflejada. No puedo evitar mirar, es como cuando tienes un paluego en la boca y la lengua se va hacia él.

El lado bueno es que el embarazo me está ayudando a aceptar mi cuerpo tal y como es, y oye, estoy teniendo más orgasmos durante estos meses que en los últimos 5 años. ¡Algo bueno tenía que tener estar preñada! Sólo espero que mi hijo no salga con ningún chichón por tanto meneito, si acaso con algún hoyuelo.

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