En aquel momento llevábamos ocho años de relación, de los cuales tres ya casados.

Nosotros hemos sido siempre MUY diferentes. Sólo tenemos un par de gustos en común, a lo sumo. Nuestras personalidades son totalmente opuestas. Prácticamente no compartimos apenas hobbies.

Pero nos enamoramos. Nos enamoramos de nuestras personalidades opuestas, de nuestras diferencias, de la misma forma que teníamos de ver la vida y de entenderla, y de nuestros valores en común.

Aquello pasó de a poco. Empezamos una amistad que un buen día se transformó en algo más. Y ese algo más no pudo ser algo pasajero, no. Ese algo más estaba destinado a ser algo serio, algo formal, algo duradero.

Construimos una relación muy bonita y sana, llena de amor, de comunicación, de comprensión y de cambio.

Los años pasaron y tuvimos muchas diferencias. Hubo épocas oscuras, llenas de distanciamiento y de trifulcas. Pero también hubo épocas maravillosas, llenas de amor y de adaptación. Conseguimos ser una familia, mejores amigos, amantes. Nos hicimos una única unidad. Y le juré mil y una veces que estaría con él para siempre. Le dije, mil y una noches, que era mi compañero de vida, por y para siempre. Y nos prometimos amor eterno.

Pero, un día, en una etapa bastante jodida de la relación en la que yo empecé a notar que ya no sentía exactamente lo mismo, la vida me puso en las narices a Antonio.

Antonio entró nuevo en mi trabajo a principios de año. Era un chico normal, pero tenía un atractivo, para mí, espectacular. Su sonrisa perfecta y sus ojos grandes, negros y profundos, me pusieron nerviosa desde el primer momento en que lo vi.

La vida, que parece ser un extraño y retorcido ser jugando a los Sims con bastantes ganas de divertirse, lo puso además a trabajar conmigo. Compañeros mesa con mesa.

Cada vez que me hablaba, se me ponía cara de gilipollas.

Cuanto más me hablaba, más me empezaba a gustar. Opinábamos igual en muchísimas cosas, y teníamos muchos gustos en común. Incluso algunos gustos que nunca nadie había compartido conmigo.

Cada frase que soltaba por aquella bella boca me hacía estar más cerca de él y más lejos de mi marido. 

Con el tiempo, nos hicimos muy muy buenos amigos-compañeros de trabajo. Siempre estábamos de risas, de cachondeo, echándonos una mano y acabamos con una confianza y complicidad gigantescas. Hasta desarrollamos expresiones propias. El feeling y la compatibilidad no podían ser más latentes, aunque nunca hubo tonteo ni nada por el estilo. Yo me mantenía al margen y él era muy respetuoso. La cosa no pasaba más que hablar del trabajo, de nuestras vidas en general y de enviarnos memes y videos de nuestras cosas en común.

Sin embargo, un día, tuvimos que pasar varias horas extra solos en el trabajo, terminando un proyecto que tenía que entregarse al día siguiente y con el que íbamos algo retrasados.

Aquella tarde fue una de las tardes más bonitas de mi vida. Además de trabajar bastante duro, entre cosa y cosa, íbamos hablando y riéndonos. Empezamos como siempre, con las bromas y las risas, y la complicidad. Continuamos hablando de temas más serios, y acabamos adentrándonos en profundidad en nuestras vidas. En nuestros deseos, nuestras pasiones y nuestros sueños. Hablamos a pecho descubierto y la magia que se pudo palpar en el ambiente era real.

En un momento, nos dimos un abrazo. Y ese abrazo estaba lleno de amor. Lo sentí. Lo sintió.

Nos despegamos muy despacio, rozándonos la cara piel con piel, como si el tiempo estuviera siendo ralentizado.

Sus ojos profundos me miraron de cerca. Penetraron mis pupilas y se me clavaron en el alma. Mi corazón latía a mil. Fue imposible quitarle la mirada, como si algo me mantuviese clavada allí.

Su vista se dirigió a mis labios, y se acercó a mi boca. Nos acercamos. Y mi cuerpo no opuso la más mínima resistencia.

Aquel beso fue lento, cálido y profundo. El tiempo se paró y un escalofrío me recorrió desde el pecho hasta la punta de mis pies.

Entonces Antonio se separó y me cogió de las manos.

< Sé que lo que te voy a decir no es fácil para ti, pero no aguanto más. Llevamos un año siendo compañeros, pero para mí eres algo más. Eres la mujer más especial que he conocido en mi vida y, sinceramente, creo que eres mi alma gemela y el amor de mi vida. Quizá esté actuando como un loco ahora mismo, y esto que te voy a decir lo mismo te espanta, pero te quiero. Llevo queriéndote casi desde que nos conocimos, y sé que tú sientes lo mismo. Lo sé porque lo noto, porque lo siento. Y- >

Volví a besarlo. No sé si lo hice porque me fue imposible no hacerlo después de escuchar aquello, o porque me dio miedo. Pero lo hice.

Y me abrazó.

Nos abrazamos unos segundos. Pegados el uno al otro. Callados.

Pero mi marido vino a mi cabeza. Y empecé a llorar.

Y Antonio, no sé por qué, pareció entenderlo. Y sus ojos se tornaron vidriosos.

<… No puedo responderte con las mismas palabras porque para mi forma de pensar sería una falta de respeto muy grande hacia…>

< Lo sé> me interrumpió. <Pero no me equivoco, ¿verdad?>

<No, no te has equivocado en una sola palabra… Ahora mismo me siento muy confusa, pero…>

<Ya, conozco tu forma de pensar, pero siendo sincero tenía la esperanza de que conmigo lo cambiaras. Porque lo nuestro es fuera de lo normal.>

<Sí, no es normal, pero yo no puedo hacerle esto…>

Reconozco que por unos segundos dudé. Dudé de si hacer caso a mi corazón en aquel momento.

Y entonces, recordé aquella frase que siempre he llevado a fuego.

“El amor no es sólo un sentimiento. Es una promesa, una decisión”.

Y así fue.

Decidí apostar por mi marido. Por nuestra relación. Porque me enamoré de él hace muchos años, y aunque en este momento mis sentimientos no estuviesen al 100% y no estuviésemos pasando por un buen momento, nuestra relación se merecía que luchásemos por ella. Él había sido siempre mi promesa y mi decisión.

Él se había caído, levantado, y luchado junto a mi por nuestro amor. Por la familia que habíamos logrado ser. Y, a pesar de todo, tanto lo bueno como lo malo, nos queríamos con locura. Me quería con locura.

Y yo lo elegí hace muchos años. Y lo volví a elegir aquel día, aunque mi corazón quisiera tirar por el camino contrario.

Decidí seguir con él.

Puede, y seguramente sea así, que Antonio fuese el verdadero amor de mi vida. Pero mi marido era el auténtico compañero de la misma.

No sé cómo, pero tuve la cabeza suficientemente fría como para no caer en lo fácil. Porque sí, porque la cabeza también tiene que ver en esto del amor, y por idílico que fuese todo, a veces hay que pensar también con ella.

No voy a negar que una pequeña parte de mi se haya quedado con la espinita del “Y si…”. Tampoco voy a negar que no eche de menos aquella sensación.

Pero mi matrimonio está por encima de todo esto. Es fácil caer en la tentación cuando todo va mal y cuando se llevan muchos años, pero no estoy dispuesta a perder a mi marido ni lo que tenemos.

Lucharé por nosotros con todas mis fuerzas, con paciencia, y con terapia si hace falta.

Y si todo falla y en algún momento tiene que terminar, ahí sí, buscaré a Antonio sin dudarlo.

Aunque, quizá, para entonces ya sea demasiado tarde.

 

RELATO REAL DE UNA SEGUIDORA ESCRITO POR UNA DE NUESTRAS COLABORADORAS