Siempre me ha parecido demasiado exagerado eso que mucha gente comenta sobre “el viaje que cambió mi vida”. Puedo entenderlo si sufres un accidente gordo, o si conoces al padre de tus hijos, por ejemplo, pero aquello de que simplemente por viajar durante unos días la cabeza te haga click y cambies, sinceramente, no lo veo. O no lo veía. Porque aunque no podría decir que un viaje me transformó la vida, sí que hizo que me replanteara mi matrimonio y cambió mi concepto sobre las relaciones amorosas.

Mi pareja y yo llevábamos varios años juntos y teníamos una hija, cuando decidí ir un fin de semana a otra ciudad para visitar a mi mejor amiga. Yo seguía muy enamorada de mi marido, aunque reconozco que nuestra relación no pasaba por su mejor momento. Supongo que la crianza, la monotonía y algunos problemas en la cama nos habían hecho mella.

Hacía tiempo que no veía a mi amiga, pues estaba estudiando fuera, y más tiempo incluso que yo no salía de fiesta sin mi pareja (o salía de fiesta, en general). Tampoco me había separado tanto de mi hija, pero me apetecía muchísimo ese pequeño viaje para desconectar y pasármelo bien. Como no quería conducir tan lejos yo sola, decidí usar por primera vez la app para encontrar un coche compartido. Localicé a un chico que iba al mismo sitio que yo, me dio buena impresión y le venía bien recogerme cerca de mi casa para viajar con él.

Yo estaba bastante nerviosa, por diferentes motivos. Obviamente, el hecho de irme con un desconocido en su coche a una ciudad situada a más de 4 horas de la mía, lo hacía todo más difícil. ¡Pero también más excitante! Mi marido y mi hija me acompañaron al lugar donde había quedado con el conductor, nos despedimos y me senté en el asiento del copiloto. No había nadie más, por ahora, porque teníamos que recoger a dos chicos más.

La primera impresión que me dio el muchacho que conducía fue buena, por eso me relajé al instante: no parecía un asesino en serie dispuesto a descuartizarme. (¿Acaso los asesinos tienen cara de asesinos?) Además, me dio bastante conversación desde el principio, así que eso me hizo sentir cómoda. ¡Y menos mal! Porque nos esperaba un viaje largo.

Conforme iban pasando los kilómetros yo me sentía más en mi salsa. Reconozco que él tenía una labia impresionante, se gustaba y resultaba casi magnético, tanto, que me empezó a parecer incluso atractivo. No recordaba cuándo había sido la última vez que tuve una charla tan extensa con alguien, llevaba demasiado tiempo encerrada en casa, en mí y en el cuidado de mi hija.

La vida de este chico me pareció apasionante, y no solo al compararla con mi prácticamente monótona existencia, es que además tenía una energía desbordante. Había viajado muchísimo, tenía siempre mil planes y actividades en mente, un gran grupo de amigos y un trabajo que le encantaba.

Los otros dos pasajeros dormían con los cascos de música puestos detrás, y yo no quería que llegáramos a nuestro destino. Estuve ordenando la guantera del coche, poniendo las canciones que a mí me gustaban, y reconozco que en ocasiones no llegué a recolocarme la falda bien cuando se me subía un poquitín. “¿No vas a pasar frío así?”, llegó a decirme, porque se había fijado en ese detalle… ¡Por supuesto que se había fijado! Y es que no estábamos teniendo simplemente una charla agradable para que le puntuase bien como conductor; hasta yo, que estaba muy desentrenada en el flirteo, notaba que, como mínimo, quería despertar mi interés.

No me sorprendió cuando comenzó a hablar de sus relaciones y de su teoría sobre el amor romántico y la fidelidad. Llevaba varios años viviendo con su novia, pero, por lo que me contó, eso de la monogamia no era para él.

Desarrolló toda una hipótesis sobre la necesidad de estar con otras personas para saciar una necesidad biológica de deseo en el ser humano que tu pareja no puede proporcionarte. Y hasta a mí, mujer fiel y monógama, me pareció que tenía bastante sentido. Era muy convincente.

Estaba hecha un lío. Cuando finalmente llegamos y nos bajamos para coger mi equipaje del maletero, algo en mí se derretía de ganas porque el chico este se lanzase. Pero solo quiso soltarme un par de sonrisitas provocativas más y desear que nos encontrásemos de nuevo en otra ocasión. Me quedé muy muy rallada.

Jamás en los más de 5 años que llevaba con mi marido había deseado a otro hombre, es que ni siquiera había tenido ojos para nadie más, todos me parecían feos a su lado. Siempre había llevado la fidelidad por bandera, ya que consideraba que era una traición imperdonable. Y nunca me había planteado que mi matrimonio pudiese acabarse.

¡¿Qué me estaba pasando?! ¿Cómo podía un trayecto en coche con un desconocido hacer que se tambaleara así mi vida?

Me pasé un buen tiempo dándole muchas más vueltas de las que realmente se merecía. Sentía que estaba faltando a mi marido por tener todos esos pensamientos. Pero llegué a la conclusión, no sé si acertada o no, de que no era tan grave ni insalvable.

Me avergoncé por haberme dejado engatusar por la seducción de un hombre encantadísimo de conocerse, 10 años mayor que yo, que se había divertido de lo lindo con mi inocencia. Le había dado demasiada importancia al hecho de que alguien me atrajera lo más mínimo, cuando no es realista pensar que por mucho que ames a tu pareja, nunca vas a sentir cierta atracción por nadie más en tu vida.

Y me di de bruces con la necesidad de socializar más, por mi salud mental. No podía sentirme especial simplemente porque alguien me diera una buena conversación, así que eso era algo que tenía que solucionar.

Y por supuesto debía hablar con mi pareja sobre todas estas necesidades e inquietudes, antes de que fuese demasiado tarde.

Anónima