EL CAMARERO QUE ACOSABA ADOLESCENTES

 

Hacía mucho que no pensaba en esta historia, pero hace unos días, leyendo historias parecidas, me vino a la cabeza este horrible y asqueroso recuerdo. Y es que, a los diecisiete años, viví una situación, sostenida en el tiempo, que no supe gestionar de la manera correcta por falta de información y por ser una niña. Pero vamos a empezar por el principio, porque, aunque por suerte no llegó a mayores, aún me siento sucia e incómoda cuando pienso en todo aquello.

Como os digo, yo tenía diecisiete años, aunque se extendió hasta los dieciocho casi. En aquella época no tenía internet en casa —no era tan común tenerlo—, así que pasaba varias de mis tardes en un cibercafé que había cerca de mi casa. De hecho, es que era una cafetería con el ciber justo en la planta de abajo. Y podías, si querías, pedirte algo y bajarlo para tomarlo allí sin problema. Los chicos que trabajaban allí eran la mar de majos, me llevaba súper bien con todos, y en especial con una chica que se llamaba como yo y con la que apenas me llevaba un par de años. No sé si era la cercanía de edad, que teníamos el mismo nombre y nos hizo gracia o qué, pero enseguida congeniamos y muchas veces solo bajaba para hablar con ella. Y aunque esto no parezca importante para la historia, lo es.

Esas tardes, cuando bajaba a meterme en internet, entraba en los chats de rol donde me gustaba dar rienda suelta a mi imaginación y donde tenía a varios amigos. La cosa es que un día, estaba yo tan a gusto hablando con mis amigos, cuando noto una mano en mi hombro. Al girarme, pensando que sería Moni, me di cuenta de que no, que era uno de los camareros del bar. Un tío alto, corpulento —que no gordo, ojo—, y que superaba los treinta años de lejos, vaya. Me sentí un poco incómoda, porque no le conocía de nada como para que se tomara esas confianzas, pero él, con una sonrisa, me preguntó que si quería algo de beber, que me lo bajaba. Le di las gracias, le dije que no, y tras decirme un «para lo que necesites, estoy arriba», se fue. Ya os digo, me sentí incómoda, pero no le di mucha importancia.

Días después, de nuevo estando yo abajo tan tranquila —ese día, además, no estaba Moni—, se me abrió una ventana en el chat y la conversación fue la siguiente más o menos.

—Qué guapa vienes hoy.

—Perdona, pero no sé quién eres.

—¿No te lo puedes imaginar?

Claro, yo en ese momento miré hacia el puesto donde se sentaba el trabajador del ciber, pensando que a lo mejor el chico me estaba vacilando porque nos llevábamos muy bien, pero no, estaba en uno de los ordenadores ayudando a otro cliente. Ahí empecé a sentirme un poco más incómoda.

—Pues no, pero es un poco raro que me estés hablando por aquí.

—No quería acercarme e incomodarte. Ya sabes, si necesitas algo, estoy arriba.

Y se desconectó. Claro, ahí ya caí en quién era y mi incomodidad fue a más. Pero coño, es que yo no sabía manejar aquello, ni qué tenía que hacer, solo me sentía incómoda, incluso sucia. Y lo peor era que cada día que estaba, al entrar y al salir me saludaba o se despedía con una sonrisa y un tono asqueroso. Es que lo recuerdo y aún se me ponen los pelos de punta.

Esto pasó un par de veces más, no llegaba a decirme nada más fuerte, pero me seguía pareciendo súper violento todo esto. Durante esa época, lo bueno, es que Moni y yo empezamos a tener más relación aún, y me presentó a su novio y a un amigo suyo, con los que enseguida me empecé a llevar de lujo. Siempre que venían, nos sentábamos donde no molestáramos y nos poníamos a hablar, a beber algo que ellos mismos traían… Algún finde, incluso, comprábamos comida en el búrguer y comíamos ahí abajo los cuatro para que Moni no estuviera sola.

Hasta que un día, estando Moni en el puesto, el camarero en cuestión volvió a hacer acto de presencia. Yo me había cambiado el nickname, porque me había creado otro personaje, así que pensé que, al no encontrarme, pasaría del tema. Pero, de algún modo, consiguió ver mi pantalla y localizarme. Y ese día sí que fue asqueroso.

—Ufff, hoy estás tan sexy que me he puesto cachondo.

Cerré la ventana, con el corazón latiéndome en la garganta, en las sienes… Me sentía tan mal…

—Vente al baño conmigo, por favor.

—Déjame en paz de una vez.

—Vamos, lo pasarás bien. Verás lo gorda que se me ha puesto.

Del susto, y de las ganas de vomitar que tenía, cerré la sesión del chat y del propio ordenador, y fui hacia el puesto donde estaba Moni. Claro, ella, que me vio la cara de pánico, sin decirme nada, me cogió de la mano y me llevó al baño con ella para que me lavase la cara y le contase lo que me pasaba. Yo, aún temblando, porque es que tenía hasta miedo, le conté lo que había pasado, lo que llevaba pasando ese tiempo, y la verdad es que se preocupó bastante. Tampoco sabía bien qué hacer, me sacaba dos años solo y no había tanta información como ahora, pero al menos sí que tuvo una idea para que yo me sintiera segura al salir de allí: llamó a su amigo, que vivía cerca, y le pidió que viniera al ciber.

Cuando salimos del baño, el camarero se había ido de vuelta a su puesto de trabajo, y aunque estaba un poco más tranquila, yo seguía temiendo el momento de tener que subir a la cafetería y cruzarla entera para salir a la calle. Incluso me daba pánico pensar que pudiera salir detrás de mí. Menos mal que el amigo de Moni se presentó allí a los diez minutos de que lo llamara, le contó toda la movida súper indignada, y él se prestó encantado a, como decía él, «ser mi escolta personal contra cerdos». Y funcionó. 

Entonces, Moni me dijo los días en los que trabajaba por las tardes, y el amigo que teníamos en común solía venir para tomar algo con nosotras y, en caso de estar el depredador arriba, acompañarme dando un paseo hasta mi casa. 

 

La verdad es que el tío desapareció como dos o tres meses después. Moni me dijo que ella había hablado con el dueño, diciendo que algunas clientas se habían quejado de él en el ciber, pero que pensaba que no le habían hecho mucho caso. Sin embargo, el tío desapareció, yo pude seguir bajando y mantuve durante mucho tiempo una bonita amistad con esos chicos.

Eso sí, a día de hoy, cada vez que pienso en lo que pudo pasar si no llego a tener a «mi escolta contra cerdos» y a Moni a mi lado, se me pone la piel de gallina. Y, de verdad, ojalá haber tenido más información entonces sobre cómo actuar, porque las cosas habrían sido muy diferentes. 

Si os pasa algo parecido, no os lo calléis, el silencio les hace fuertes, de verdad. Denunciadlo, buscad ayuda. No podemos seguir permitiendo que nos sucedan estas cosas.

 

Nari Springfield.