No sé si a vosotras os pasa, pero yo tengo ciertos conflictos con los lugares de estética. Si les parece, voy a hacer un poco de catarsis colectiva.

Vamos a decirlo claramente: siento que cada vez que voy a depilarme a uno de estos sitios, en donde  todas las chicas están monísimas, súper maquilladas, peinadas y obviamente depiladas, me veo en la obligación de arreglarme un poco yo también.

Es que llega el punto en el que creo que tengo que depilarme para ir a depilarme, ¿me explico?. Es como si estuviera fuera de lugar que una llegue en short exhibiendo sus tremendos pelos de hace meses, los que viene postergando con una y mil excusas vagas.

¿Pero acaso no voy y desperdicio horas de mi vida justamente porque tengo pelos y me los quiero quitar?

Sinceramente la depilación me parece una tortura a la que, en mi caso, reconozco adhiero porque el patriarcado y sus roles de género me han calado hondo en ese aspecto. Aplaudo a todas las que van por la calle con sus pelacos como si nada y yo soy la traumada que igual me muero de calor en verano con tal de no mostrarlos al mundo.

Pero encima hay que sumarle la presión de que nos miren de reojo si damos el paso de ir con ellos a removerlos, a quienes después de meses de invierno juntos les tenemos hasta cierto cariño.

Lo mismo pasa con la pedicura. No sé a vosotras, pero a mí me da mucha vergüenza llegar con unas uñas desastrosas, los pies con callos y que, como si una no lo supiera, quien te atiende te dice que los llevas fatal, que te cortas mal las uñas, etc, etc. Confieso que hay veces que prefiero ir cambiando de sitio con tal de que no me recuerden como la chica demasiado peluda o con garras.

En fin. Me gustaría darle muerte a la estética cuqui de estos lugares que nos hacen sentir incómodas y expuestas. Ya me he resignado con varias cosas pero sigo pensando que no voy a depilarme para ir a depilarme.

Valentina Rodríguez