Os voy a contar una historia que me sucedió nada más y nada menos que a mis 19 años. Yo estaba en segundo año de carrera y en verano decidí que debía perfeccionar mi nivel de inglés, así que me fui a un curso de una semana organizado por una universidad en Santander, para lo que en un principio parecía aprender, conocer gente y pasármelo bien.

Las clases comenzaban el lunes y yo llegué el domingo al hotel para dejar todo bien preparado e ir conociendo a la gente. Nada más llegar ya tuve un flechazo con tres compañeros (y teniendo en cuenta que sólo había cinco chicos en total, creo que puedo afirmar que filtro, lo que se dice filtro, tengo más bien poco), pero decidí pasar del tema, yo había ido para ensayar mi inglés, no para que ensayaran en mis ingles (este es el nivel de mis chistes, lo siento).

 

Bueno, ya era lunes y empezaron las clases, nos dividieron en niveles y comenzó un primer examen oral con los profesores nativos especializados. Después de 20 minutos esperando, apareció por la clase un hombre de 45 años, de estatura media, calvo, con traje, una mochila de saco del Real Madrid, tres paquetes de tabaco y un café (todo real). Éste nos fue llamando uno por uno para hacer el examen, y la verdad es que me llevé muy bien con él, pero nada más (era mi profesor, y un poco rarito). El problema fue al llegar el segundo profesor: un hombre de unos 30 años, alto, con pelazo, barba de madurito, unos ojos azules en los que te podrías dar un chapuzón, con una dentadura perfecta y un excelente acento de Liverpool. Ahí supe que estaba perdida (miento, las que se perdieron fueron mis bragas, que salieron volando en cuanto ese señor apareció por la puerta).

Pese a que a mi lo de ligar no se me da bien, es cierto que si solo quiero echar un polvo (como era este caso), saco mi sarcasmo y mi poca vergüenza, algo que con los años he aprendido y perfeccionado. Esa semana empezó un juego de tira y afloja del que se hicieron eco todos mis compañeros (quizá porque tomando vino soy la persona más boca-chancla del mundo y lo cuento todo).

Tras una semana de esfuerzo y constancia (y también aprendizaje de inglés, que no todo iba a ser mamoneo, también me fui con un bonito certificado acreditando mi B2), llegó el viernes y con él la última fiesta. Ya teníamos las notas y ellos ya no eran técnicamente nuestros profesores, así que había vía libre. Yo, que soy muy pájara, invité al profesor de los 45 años  a venirse de fiesta, y le dije que invitara al otro también, para que no viniera solo y se sintiera incómodo (jejejeje). Al final, aunque tarde, aparecieron los dos. El primero no paraba de decirme lo guapa que estaba, mientras que mi crush no se detenía ni a mirarme apenas (maldito seas).

bailando borracha

Yo tenía muy claro que iba a ir a saco a por él esa noche, pero amigas, la realidad es que si os ponéis borrachas como una cuba no ligáis como en vuestra mente creéis (y menos si tu objetivo ha dejado de beber hace unos años por problemas de alcohol y lo único que ve es a una niñata tambaleándose y bailando Work de Rihanna como una mamarracha). El caso es que estando yo así no me hizo caso en toda la noche, y yo  tampoco le di mucha importancia. Y mucho menos cuando después me robaron mi preciado móvil y me quedé incomunicada para el resto de la noche y de la vuelta a mi casa desde Santander (yo vivo en Madrid).

Pero a lo que vamos, eran las 5 de la mañana y mi crush decidió irse a casa porque estaba cansado, yo ya me di por vencida, le dije que le echaría de menos y él me dijo riéndose: “you´re a crazy b*tch” (pues muchas gracias, majo). Ya nos habían cerrado todas las discotecas y nos disponíamos a irnos de vuelta al hotel (el día siguiente lo teníamos que dejar a las 10 de la mañana), cuando el primer profesor de 45 años me propuso irme a su casa. Yo, dando un giro loco a los acontecimientos, decidí aceptar, a ver si por lo menos me comían el chochamen y me alegraban un poco la noche. Y así mis planes iniciales se fueron a la mierda y terminé en la cama con un señor que nunca hubiera imaginado (me sacaba en total 26 años, era el Risto de mi Laura Escanes).

La verdad que no fue el polvo de mi vida, pero no estuve nada mal. Cuando terminamos él intentó abrazarme y quedarse dormido, pero le dije que a mí el contacto físico sin una razón de peso no me va mucho, así que decidí irme de vuelta a mi hotel (ya eran las 9 de la mañana) y despedirme de él (le llamé por el nombre del otro profesor sin querer, UPS). Cuando llegué al hotel (os podéis imaginar mis pintas) dio la casualidad de que casi todos mis compañeros estaban en una zona de descanso, así que intenté pasar dignamente y como si nada hacia mi habitación para hacer la maleta e irme (me salió un poco mal).

Y esa es la historia de mi viaje a hacer un curso de inglés que parecía normal, jamás digáis “de esta agua no beberé” porque al final termináis ahogándoos.

P.D.: Gary, sigo esperándote, déjame zambullirme en esos ojos azules por favor, nunca es tarde.

 

Anónimo