¿Quién no ha ido alguna vez a trabajar con las bragas a la vista? Es de esas preguntas a las que la gente no suele responder con un: ¡Yo!

Pues bien; en cierto momento de mi vida mi novio y yo decidimos hacer separación de colada; por mera practicidad. Teníamos horarios diferentes, ropa diferente, y a veces resultaba incómodo tener que esperar para hacer la colada juntos;  eso, y que trabajaba en un sitio donde mi uniforme acababa tan lleno de porquería a veces que no sabía si meterlo en la lavadora o en el cubo de la basura. Así que me daba un poco de asco mezclarlo con la ropa de diario. Por la misma razón mi ropa interior empezó a ser exclusiva para el uniforme. Y por lo tanto iba en la misma tanda de lavadora.

Yo nunca he sido mucho de separar ropa blanca o de color, ropa de cama, etc. Así que en cuanto llegaba del curro me lo quitaba todo delante de la lavadora y para dentro que se iba todo. Calcetines, camiseta, pantalón, bragas… Y según salía de la lavadora al tendal. Mi trabajo a veces se llevaba tantas horas de mi vida que lo último que quería era tirarme media hora teniendo. Esos minutos los podía usar para algo productivo… O no. A lo mejor sólo quería tumbarme en el sofá en tetas y relajarme. Así que solía tenderlo deprisa y corriendo sin fijarme mucho que colgaba y como.

El día que menos podía llegar tarde fue el día en que se me pegaron las sábanas. Normalmente cogía el uniforme y me lo ponía en el trabajo, con calma y relax. Pero aquel día iba tan ajustada de tiempo que fui vestida de casa para ahorrarme 5 minutos.

Llegué por los pelos, pero llegué; y me tiré toda la mañana haciendo lo que solía hacer todos los días pero con más agobio, porque había VIPs y jefazos por la zona y lo odiaba. A media mañana alguien de mi oficina sugirió que fuéramos a tomar algo a la cafetería del recinto y aunque normalmente prefería quedarme en mi zona sin que me molestara nadie, aquel día decidí que salir un poco a que me diera el aire no era mala idea. Así que allá que nos fuimos unos pocos.

Casualidad del destino: La cafetería estaba llena de jefes, jefazos y VIPs. Maldita la hora.

¿No tenían ellos suficiente con el catering de primera categoría que se les ponía en la sala de reuniones cuando venían, que tenían que irse a tomar un café a la cafetería de empleados? Y encima no era uno, ni dos… Me faltaban dedos en las manos para poder contarlos a todos. No podía estar más incómoda, la verdad. Quise darme media vuelta y tomarme un café rancio en la máquina de mi oficina. Pero uno de mis compañeros me insistió en que sería genial tomarse un café en condiciones para variar, y que ya que estábamos ahí nos quedáramos. Además, ninguno de los jefes se iba a fijar en nosotros según él.

Así que a desgana e incómoda nos pedimos los cafés. No le había dado ni el primer sorbo a la taza cuando se me acerca uno de ellos. No un jefe, no; JEFAZO. Uno de los altos cargos. Lo que menos quería en aquel momento era poner buena cara y responder a las típicas preguntas absurdas que suelen hacer al personal. Pero no me quedaba otra. Así que ahí que pongo mi mejor cara dispuesta a responder a todo diligentemente y con educación cuando se me acerca al oído y me dice:

-Mira… tienes algo que asoma por la pernera del pantalón.

No tenía ni idea de que decía, pensé que se me habría pegado alguna etiqueta o yo que sé. Y cuando bajo la vista me encuentro asomando por la parte de abajo del pantalón una cosa roja.

A mi cerebro le costó un segundo procesar que estaba viendo hasta que algo hizo ‘clic’.

¿Eso eran unas putas bragas?

Mi instinto fue huir, pero ¿y si se me caían ahí en medio con todos aquellos mirando?  La otra opción era ir al baño, pero estaba demasiado lejos. Así que con toda mi naturalidad y disimulo allá que me agachó a recogerlas.

¡PROBLEMÓN!

Las muy mamonas estaban liadas con los cordones de las botas y el dobladillo del pantalón y estaban atascadas. ¡Aquello no salía! Entré en pánico y empecé a tirar con fuerza. El señor seguía ahí sin saber que decir o hacer, mis compañeros sin saber qué coño me pasaba, me miraban como si me hubiera picado un mosquito. Y yo seguía ahí tirando de la maldita tela mientras trataba de ocultarla en mi mano para que no se viera.

Al final las bragas salieron, yo me caí de culo en medio de la cafetería y acabé llamando la atención de todo el mundo que me miraban en plan: Pobre chica.

¿Qué pasó? Pues que me encontré con media docena de personas tratando de ayudar a levantarme mientras pedían mi mano para alzarme del suelo. ¿Cómo iba a darles la mano si tenía mis bragas dentro? Me levanté como pude, me disculpé diciéndoles que había tropezado con los cordones de la bota y me metí la braga en el bolsillo a la velocidad de la luz.

 

Lo peor fue el momento en que un compañero me dice:

-¿Qué se te rompió el calcetín?

Me quedé pálida. Le pregunté qué calcetín, y me responde:

-Si mujer, el rojo ese que llevas colgando toda la mañana del pantalón.

¿Toda la mañana? ¡Lleve toda la mañana las bragas fuera! Por suerte nadie comentó nada. Desde entonces tenga tiempo o no, sacudo toda la ropa antes de tenderla.

 

Hacerlo, os puede salvar la vida.