Creo que no me equivoco si digo que a todas nos ha pasado: hemos ido al médico y nos han tratado como si fuéramos imbéciles. Nos han dicho que lo que nos pasaba era normal, que no era para tanto, o la solución que nos han dado ha sido ‘’perder peso’’.
Mis problemas siempre han sido debidos a la menstruación, porque por más que el ginecólogo se empeñase en que sí, a mí no me parecía normal manchar diez días, no poder salir a la calle debido a la abundancia de mi flujo o incluso no poder caminar por culpa del dolor. Ibuprofeno y reposo, como si las mujeres nos pudiéramos permitir tomarnos tanto reposo como nos prescriben. Y si no, anticonceptivos.
Yo empecé a tomarlos el año pasado y debo decir que lo noté, si bien he de decir que la sombra de los posibles efectos secundarios planea sobre mí al igual que planea sobre todas nosotras. A nadie parece importarle el riesgo de trombosis; nadie se molesta en avisarnos de que nos andemos con ojo si fumamos o si tomamos antibióticos, y mucho cuidado si consumes algo que lleve carbón activo. De estas cosas solemos enterarnos porque nos avisamos entre nosotras, no porque nuestro médico de confianza se moleste en avisarnos.
Hace poco mis problemas con la menstruación regresaron, solo que esta vez, el problema fue que mi menstruación no llegó. Tras hacerme un test de embarazo por mi cuenta y dos análisis por prescripción médica, mi doctora me dijo que debía esperar y que no pasaba nada. Y sí, mi menstruación llegó, se fue y tras una semana regresó y se quedó conmigo casi un mes, así que volví a pedir cita aun sabiendo que volverían a decirme que siguiera tomando el anticonceptivo y que eso era normal. De todos modos llega un punto en que a una deja de afectarle que la traten como a una pesada que hace perder el tiempo a sus eminencias médicas, así que me preparé para aguantar las malas caras e insistir como un disco rayado en que me gustaría que me hicieran más pruebas.
Cuando llegué a consulta me encontré con que mi doctora no estaba y en su lugar había un médico al que yo no conocía, ‘’para colmo un señor’’, recuerdo que pensé con fastidio. Me pidió que me sentase y que le contase por qué estaba allí, y empecé a contárselo tratando de omitir lo menos importante y de sintetizar al máximo posible. Cuál fue mi sorpresa al ver que no sólo me estaba escuchando atentamente, sino que no me interrumpía y que únicamente abría la boca para pedirme más datos: me preguntó cómo había sido mi menstruación antes de empezar con los anticonceptivos, por mis hábitos, si había tenido problemas anteriormente y de qué tipo y en fin, más detalles que no recuerdo.
Cuando terminé de contarle todo y de responder a sus preguntas le comenté que conocía a otras mujeres que me habían dicho que al llegar al año de tomar las pastillas habían tenido que cambiarlas por otras más fuertes, pensando que se limitaría a eso y que me diría que probase y fuera viendo; sin embargo, me dijo que prefería descartar posibles problemas más graves, no fuera a ser que cambiar la medicación no sólo no arreglase nada sino que fuera contraproducente, así que me mandó una ecografía para asegurarnos de que no hubiera un quiste o algo peor.
Como vio que puse cara de susto me dijo que no me preocupase, que sólo quería asegurarse de no poner en peligro mi salud y que en caso de que tuviera un quiste podía operarse o incluso tratarse con medicación.
Salí de la consulta un poco nerviosa por la posibilidad de tener un quiste, sí, pero el motivo por el que tuve que encerrarme a llorar en el baño fue porque por primera vez en años (si no en toda mi vida) me había sentido escuchada por el médico.
No ya sólo eso: por primera vez un profesional de la salud me había hecho sentir que mi vida y mi salud importaban, y fue darme cuenta de eso lo que hizo que me desbordase emocionalmente. No descarto que en parte estuviera más sensible por los nervios y por el desajuste hormonal, pero joder, que te pregunten, te escuchen y te tranquilicen debería ser lo normal.