Una vez estuve con un chico al que el sexo oral se le daba increíble. No os exagero cuando digo que su maestría con la lengua en el potorro era legendaria. En la primera cita ya me lo dejó claro: <<Me encanta comer coño>>, casi di un saltito de alegría en la silla de aquella cafetería porque mi pepitilla se activó con esa frase y ya estaba mojando las bragas de anticipación.

El sexo en general era de lo mejorcito, pero cuando bajaba al pilón no había nada que lo igualara. Vivíamos en ciudades distintas, lo que nos limitaba un poco a la hora de vernos, por eso cuando lo hacíamos no perdíamos el tiempo, de hecho, creo que la marca de mi culo sigue en los asientos traseros de su coche. 

Cuando la relación avanzó quise pasar más tiempo con él, así que le propuse pasar el fin de semana en mi casa. El viernes vendría a mi casa. Por supuesto me armé de todo lo necesario para el finde lujurioso que se avecinaba: una caja de 12 condones ¿Cuántos polvos se pueden echar en un fin de semana? Mejor estar preparada porque con tremendo hombre me parecían pocos, un par de lubricantes para no quedarnos secos y hasta me compré unas bragas sexys carísimas de encaje, de estas que te tapan todo menos lo que viene siendo la raja del chumino, así no tendría ni que quitármelo cuándo empezará la acción.

El chico era vegetariano y así que para la cena cambie mi receta de berenjenas rellenas de carne por unas rellenas de verduras, porque la única carne que él comía era la que estaba entre mis muslos. La cena estaba lista, con un calentón en el horno bastaría, aunque para calentón el mío pensando en cómo me empotraría tras hacer que me corriera en su boca. Bajo la ducha me masturbé con intensidad, la menstruación me vendría la semana que viene y tenía la libido por las nubes. Me puse mis bragas nuevas y un lencero negro a conjunto para recibirlo.

Él también me sorprendió. Venía con una camisa que se le pegaba a esos hombros anchos y brazos fuertes, pero que le duraría poco puesta. Para saludarme me plantó un morreo en el que su lengua dejo húmedas caricias por cada resquicio de mi boca mientras me apretaba contra aquel cuerpo de infarto. Creo que si los vecinos estaban cotilleando por la mirilla ya se pusieron cachondos también imaginando el beso. Aunque más cachonda me puse yo pensando que me iba a hacer aquello en la parrusa. Cenamos mientras nos poníamos al día de lo que había sucedido esa semana. 

Siempre he sido muy juguetona, así que saqué el pie de la zapatilla y lo estiré hasta llegar a su entrepierna y me rocé de lo lindo. Él dejó de hablar con él contacto y puso una cara de pícaro mientras emitía el primer gemido. Yo me hacía la tonta mientras bebía el vino que él había traído. Pronto noté como se ponía duro bajo la planta del pie, no paré de frotar ni un instante. Todo se quedó en silencio mientras yo seguía con mi particular <<masaje>> y el gemía con los ojos cerrados. Ni que decir tiene que ya me notaba mojada entre los muslos al ver su cara de satisfacción con su cabello rubio revuelto. 

Entonces él se levantó apresuradamente, sin darme tiempo a reaccionar se acercó y retiró mi silla conmigo sentada, separó mis piernas y se arrodilló entre ellas. Escuché música celestial cuando sus manos apretaron mis muslos y nalgas hasta remangar mi lencero más allá de la cintura. Usó los pulgares para enganchar fina tira de seda de mis bragas para quitarme las, lo detuve con mis manos y abrí más las piernas para que viera que tenía acceso directo. Jadeé cuando sus ojos verdes brillaron al ver la excitación de mis pliegues. Me tomó por las caderas y me arrastró hasta el borde de la silla para encajar su boca entre los labios de mi vulva.

Al primer lametón me mordí el labio a reventar, porque este chico frotaba la punta de la lengua contra mi clítoris con una maestría que yo lo graduaba con cum laude. Por supuesto, eso no fue más que el principio de un lujurioso viaje. Una placentera travesía en la que su lengua exploraba todo mi potorro gordo, que a esas alturas ya estaba más mojado que las cataratas del Niágara. Lo que más me gustaba de su técnica es que usaba todas sus armas, lengua, labios, dientes incluso los incipientes vellos de la barba. Menudo fetiche descubrí con su barba rubia de un par de días que me daba pequeños calambres de gozo en mi sensible carne. Y cuando me besaba, madre mía, ese morreo del principio en mi boca lo replicó en mi coño, en vez de un cruce voraz de lenguas hubo una penetración de la suya en mi vagina. He de especificar que el chico tenía una lengua muy larga y que la hinchaba, como cuando le sacas la lengua a alguien de niña, para entrar con más dureza en las profundidades de mi ser. 

Yo ya estaba fuera de sí, jadeando como una jabata mientras me agarraba con fuerza a la silla al notar como me iba acercando al orgasmo. Necesitaba mover mis caderas contra él, apoye los talones en las esquinas del asiento y elevé la pelvis en un rítmico movimiento contra su boca. Se puede decir que le follé la cara. Seguí con los movimientos a pesar de que la silla se inclinaba hacia atrás a riesgo de partirme la crisma, pero un orgasmo así lo merecía. Él comprendió que me correría pronto, inmovilizó los muslos con sus fuertes brazos, emití un gemido de protesta, pero él siguió a lo suyo para llevarme a lo más alto. Eso sí era un succionador y no el Satisfayer. Mi clítoris estaba prisionero entre sus labios, siendo succionado sin piedad y a veces incluso mordisqueado con delicadeza. Cuando el orgasmo invadió mi cuerpo pegué un grito que me escucharon hasta en el bloque de enfrente mientras notaba como mi excitación descendía de mis labios vaginales a mi trasero. Después de eso, pensé que comprar lubricantes había sido inútil. Prácticamente me desplomé en la silla mientras recuperaba la respiración. 

Fue entonces cuando escuché su <<hostia>>.

Lo miré,  intentaba quitarse con el dorso de la mano pequeñas gotas de sangre su boca. Se levantó y fue hacia el baño. Confieso que me invadió una vergüenza terrible, de hecho, creo que nunca me había sonrojado hasta entonces. Una vergüenza absurda, ya que no puedo controlar cuando me baja la regla y de haber podido, no hubiera elegido ese momento. Mi teoría nada científica por supuesto, es que fue tanto el placer que las contracciones del orgasmo aligeraron la salida del sangrado. 

Fui al baño entre disculpas que ahora veo innecesarias pero claro en aquel momento me invadía la vergüenza. La verdad pensaba que el momento tan apoteósico se había ido a la mierda, pero me equivocaba. Él ya se había limpiado el rostro y yo busqué en el armario del baño unas compresas o la copa menstrual, ya que, por experiencia con otros tíos, la regla los espantaba. Pero él me detuvo, me puso la mano sobre su miembro y me dijo que me esperaba en el salón tras coger un par de preservativos que estaban junto a las compresas. Cerré la puerta del baño y sonreí sin creérmelo, la fiesta continuaba. Me enjuagué los bajos y los muslos, me quité el lencero y lo dejé tirado junto al bidé. Recorrí el pasillo en bragas meneando las caderas.

Pensaba improvisar algún baile sensual y cuando lo vi desnudo, sentado en la misma silla en la que yo había llegado al cielo lo tuve claro. Le perreé con más intensidad que Anitta a Ayuso, solo que yo sentía su dura polla crecer contra mi culo. Estuve escuchando sus gemidos hasta que la parrusa me gritó que lo quería dentro. Le puse el preservativo y me senté a ahorcajadas sobre él y seguí con aquella danza cachonda entre perreo y saltitos. Era un tiovivo, pero en versión adulta. Él también se unió al frenético movimiento dándome unas intensas embestidas que me llenaron por completo hasta que ambos nos corrimos. 

Fue un fin de semana ardiente en el que casi se nos acabaron los condones. A pesar de la menstruación tuve intensas sesiones de sexo oral gracias a la copa menstrual. Tuve el chumino irritado el resto de la semana, pero sarna con gusto no pica.

 

Margot Hope