5 de la tarde, tres copas encima, 4 amigas, un sex-shop y algo de aburrimiento. Parece el título de un chiste o de una película de Almodóvar, pero no. Son los elementos que hicieron de detonante para que, en un momento de enajenación mental transitoria mis amigas y yo decidiéramos comprar 4 tangas comestibles, una para cada una. Específicamente tangas comestible de caramelo. Si.

Un maldito tanga conformado por un montón de caramelos de azúcar ensartados en una diminuta goma elástica. Igual que las pulseras de caramelos de colores pálidos que vendían en los Kioskos en los 90.

12 de la noche y tantas copas encima que ya ni las contaba, y alguien suelta la frase:

-A que no hay huevos de…

Y la cosa acabó con nosotras 4 yendo por turnos al lavabo cutre del garito en el que estábamos para cambiarnos la ropa interior y ponernos aquella cosa que según la caja era lencería comestible.

Y de repente un chico mono (por no llamarlo hombre esculpido por los Dioses del Olimpo) se me acerca. Yo que me olvido de lo incómoda que voy y de que llevo el coño lleno de caramelos. Y él que tontea y yo que le sigo el juego, de tontear pasa a insinuarse y yo que me dejo. Porque oye… tenía ganas de fiestas, ambos parecíamos interesados, y el hombre simpático era un cacho.

Manoteo por un lado, besuqueo tonto por otro. Unas palabras al oído y mi único pensamiento era ignorar a mis amigas y fingir que no las conocía de nada para irme con aquel maromo de dos metros y camiseta de ACDC.

Salimos del local y ya nos comíamos la boca como si no hubiéramos cenado. Y el chico entusiasmado que mete la mano por dentro de mi pantalón y…

-¿Qué llevas puesto?- Pregunta.

¡Hostia puta! Que llevaba puesto el dichoso tanga de caramelo. Mira que estaba incómoda pero os juro que ya ni me acordaba de las jodidas bragas. Me reí porque no sabía que otra cosa hacer. Así que ni corta ni perezosa le dije rápidamente que era ropa interior comestible porque mis amigas y yo estábamos como una regadera. No pensé que fuera nada del otro mundo la verdad. Sabía que lo más probable es que acabásemos follando tarde o temprano, así que lo de las bragas era sólo un pequeño detalle que pensaba ignorar. Eso era obvio. Lo que no contaba es que me dijera:

-¿Y me lo puedo comer?

¡MADRE DEL AMOR HERMOSO! O sea… Yo creo que puse cara de lerda. No lo sé. No tenía espejos para verme. Creo que se me escapó una especie de: ¿Perdona?

O algo así. Ni idea, mi nivel de alcohol en sangre era suficiente para matar a cualquier microorganismo sólo con mi aliento y dejarme un poco tonta. Pero no lo suficiente como para no oír lo que acababa de decir.

-Que si me lo puedo comer.

Me insistió. Me lo quedé mirando y le pregunté si se refería a las bragas.  Y me dijo que no, que todo a la vez. Ay coño, que casi me muero. ¡Bendecidos todos los santos patrones por aquel hombre! Asentí rápidamente. Porque a ver… Me viene un hombre así, que parece la versión heavy metal de Chris Evans y me dice eso, y os juro que me faltó tiempo para subirme a una mesa y me ponerme una guinda encima y nata.

Así que allá que caminamos a trompicones durante unos minutos hasta mi coche. Y el hombre que no espera casi ni a que abra la puerta. ¿Habéis visto alguna vez a alguien lamiendo la tapa del yogur? Bueno… pues así pero además mordisqueando las bragas de caramelo a mayores. Del atracón que se dio yo creo que debió pillar una indigestión, y no sólo por las bragas comestibles. Y por si se quedó con hambre, al acabar todavía me dice que quedan caramelos y que los quiere todos. A esas alturas de la noche mi entrepierna era una fiesta pegajosa de azúcar de colores que parecía el coño de un Unicornio. Y claro, entre la idea de continuar y que él se acabara el postre, o de largarme a casa a ducharme…

Preferí llevármelo a casa y ducharme con él. Practicidad ante todo. Y eso hicimos, aunque antes de ducharnos primero cumplió lo prometido. Al día siguiente sólo quedaba el hilo de goma del tanga y su número de teléfono en el espejo de la entrada.

No, no fue la última vez que me lo comió todo.