(Historia real de un lector, escrita en forma de relato por una colaboradora)

 

Soy un tío y encima tengo pasado “Forocochero”, no os lo voy a negar; pero a día de hoy estoy deconstruyéndome. Conozco esta página porque mi novia estaba enganchada a vuestro foro. Leía y comentaba vuestros problemas, usando algunos temas en nuestras conversaciones como centro de debate para conocer mi opinión o la de algún colega. Pues bien. Hoy vengo a compartir con vosotras lo que ella tanto criticó: una infidelidad, y de las mantenidas en el tiempo. 

Nos conocimos hace casi dos años

Rompí con mi pareja anterior por cuernos; ella se enrolló con quien hoy está felizmente casada. Me costó superarlo, pero a día de hoy somos buenos amigos, de los que se felicitan los cumpleaños y las fiestas navideñas con cordialidad. Me ayudó a pasar página un grupo de moteros y moteras que conocí por Internet. Empecé a hacer rutitas con mi moto cada fin de semana con esa gente.

Ahí estaba esta chavala, a la que voy a llamar “Carmen” -siendo este un nombre ficticio por preservar su intimidad-. Carmen salía cada domingo con nosotros y entablamos una bonita amistad que traspasó el grupo de motos: que si quedamos para comer su hora de trabajo, que si te paso a buscar a la tarde y damos un paseo, otro día al cine… Un slow burn en toda regla, que me trabajé porque ella me encantaba. Al final, pasó lo que tenía pasar en su casa. 

Apeló a una relación de maltrato 

Uno de los fantasmas del pasado era su exmarido. Me contó que era una relación nacida en el instituto, momento en el que “normalizó” ciertos comportamientos de su pareja que más tarde identificó como maltrato psicológico. Sumergida en área de confort de la que se vio incapaz de salir, se casó y el maltrato traspasó las barreras de lo psicológico para volverse físico. Era una historia desgarradora, que me hizo sentir asco de mi género. Hice por quererla más y mejor, porque sí: ella se lo merecía.

Hicimos planes de futuro juntos

Aunque su trabajo y el mío a veces dificultaban nuestros encuentros, solía rascarle cinco minutos al día para poder verla. Otras veces, incluso, un par de horas. Hastiado de pelear contra el reloj, organicé una escapada a Andorra para estar juntos. Fue como en las pelis. Cabaña, vino, sexo, y todo mientras en el exterior nevaba. Yo me acababa de mudar a un piso nuevo, casualmente más grande que el anterior, y le ofrecí una convivencia. Joder, me engresqué y le dije que era la mujer de mi vida, que me gustaría casarme con ella. Y Carmen que sí, que sí; emocionada, aceptó todas mis propuestas.

Llegó el MD de Instagram

Hace cuestión de un par de semanas, recibí un mensaje privado en Instagram en el que un perfil falso me advertía de que mi novia tenía pareja. Salté a defender a Carmen a capa y espada, hasta que empezó a pasarme capturas de Facebook del perfil de su supuesta pareja. Las fechas eran recientes y coincidían con momentos en los que ella me decía que estaba de viaje por trabajo o no podía salir por enfermedad. La persona que se escondía tras aquel perfil falso, me invitó a escribir a una cuenta y preguntar. Dudé, ya que yo confiaba en Carmen; pero soy humano, y tuve la necesidad de desvelar la verdad, fuese la que fuese. 

Escribí al tío. Le dije que Carmen era mi novia, que alguien me había puesto sobre aviso de una posible infidelidad con él y que le daba el derecho a réplica. Me saltó con un mosqueo brutal, anunciándome que ella era su mujer. 

Incrédulo, insistí en quedar. 

De copas con el marido 

Quizá decir “de copas” es un poco fuerte, pero un par de birras sí que cayeron. Era inevitable: no podíamos enfrentar aquella charla sin grados de alcohol en sangre. El tío vino con pruebas, yo vine con pruebas. Pusimos sobre la mesa el puzle y lo armamos. Estábamos ante una maestra de la doble vida; un nivel tan profesional, que yo llegué a follar en su casa, sin darme cuenta de que allí vivía otro hombre. Quitaba desde fotos hasta pertenencias personales. Lo poco que me encontré, fue al inicio y ella lo achacó a que aún su ex se negaba a aceptar la separación. Me pareció viable, ya que mis padres llevan 10 años separados y aún hay chaquetas de mi viejo en el armario. 

 

Nuestra investigación se centró en el viaje a Andorra. Su marido y yo cruzamos conversaciones de WhatsApp: ella aseguró que estaba en un viaje de empresa para conocer las nuevas instalaciones de un cliente y se dirigía a él como “mi amor”, “te quiero”, “te echo de menos”; decía burradas del estilo, “qué bonito es esto, ojalá pudieses estar aquí”, “celebraremos nuestro aniversario en esta cabaña”, en la misma que compartía conmigo. 

Lo negó hasta el final 

Con todas las pruebas en mi poder, quedé con ella para comer y la encaré. Se victimizó, garantizando que todo aquel plan estaba urgido por su ex; me culpó por creérmelo. A su marido le vino con el cuento de que yo era un acosador, que me había vuelto loco por ella y que me inventaba cosas con tal de joderme su feliz matrimonio. 

Yo casi pico, y la mandé al carajo; pero el marido resultó no ser tan mal chaval y la perdonó. A día de hoy, sigue con él. 

 

Anónimo

 

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