(y más cosas que me pasan por haberla tenido con 47 años)

Estaba a punto de cumplir los 48 cuando sufrí una crisis que no sabría si llamar de la mediana edad o qué. Yo, que siempre he sido una persona muy segura de mí misma, de pronto empecé a hacer lo que nunca había hecho. Que era básicamente aparentar y, de algún modo, ser lo que no era. Me teñí las canas por primera vez desde que me empezaran a salir allá por los treinta. Me puse a dieta estricta. Cambié mi forma de vestir por una más actual y juvenil. Comencé a maquillarme y a alisarme el pelo… Lo que fuera para parecer más joven. Lo más joven posible.

Nunca me había preocupado por eso. Entonces ¿qué me pasaba? Pues que todo había cambiado el día que me preguntaron si era la abuela de mi hija. Cuando mi bebé tenía solo unos mesecitos, además. Claro que la culpa es mía, por haberla tenido a los 47 años. Es lo que tiene ser una madre añosa. Que un día estás tan tranquila y feliz con tu bebé, paseándola en su carrito para que respire el aire limpio de una tarde soleada y maravillosa, y de repente viene alguien y te jode la tarde. Y la semana y el mes y lo que queda del año. Todo eso con una preguntita de lo más inocente: ¿Es tu nieta?

Qué tres palabras más matadoras. Y eso que había superado un embarazo lleno de miradas de reprobación. De esa gente que se me quedaba mirando y analizando mi aspecto mientras pensaban cómo era posible que estuviera embarazada. O calculando qué edad tendría y si lo que ocurría es que me hacía mayor de lo que en realidad era. No intenté parecer más joven entonces. Supongo que las hormonas del embarazo me tenían en un estado en que todo lo que no fuera la salud de la bebé y la mía propia me la traía floja. No sé por qué llevé tan bien lo de ser una madre añosa antes de dar a luz y tan mal lo de ser una madre que podría ser la abuela una vez que nació mi hija.

El caso es que lo llevé fatal. Lo de que me preguntaran constantemente si era la abuela, porque no se quedó en esa primera anécdota. He tenido preguntitas y confusiones al respecto con completos desconocidos, con maestras, pediatras y hasta vecinos despistados. Llevé y sigo llevando muy mal que la gente me juzgue, la verdad. Que me pregunten si me sometí a un tratamiento de fertilidad o si fue un embarazo inesperado. Que asuman que cosas. O que me hagan comentarios sobre cuánto me voy a perder de la vida de mi hija porque pasaré a mejor vida siendo ella muy joven. Me molesta la gente que me echa un vistazo de arriba abajo y pone esa cara de morirse de ganas de preguntarme en qué año nací. Me entristece pensar que en algún momento otros niños le dirán a la mía que su madre es un dinosaurio. Uf, se me ponen los pelos de punta solo de imaginarlo.

Aunque llevo peor a los que no se cortan y, en lugar de preguntar si soy la abuela, me preguntan directamente qué edad tengo o cómo se me ocurrió ser madre tan tarde. Como si estuviera obligada a explicar a todo el mundo las circunstancias de mi embarazo, fertilidad, situación sentimental o de mi vida en general.

Sin embargo, lo que peor llevo no es la opinión de los demás. Bueno, antes sí, ahora hace ya un tiempo que he decidido que paso de todo. Haber sido madre por primera y única vez a los 47 años ya solo me afecta, y mucho, cuando siento que no puedo hacer con mi hija todo lo que quisiera. Cuando me encuentro demasiado cansada, lenta o poco ágil para seguirla el ritmo. Cuando siento que la edad de mi cuerpo no casa con la fase que estoy viviendo. Ahí sí, ahí sí me siento mal de veras. Por eso he dejado de invertir energía en tratar de verme joven y lozana por fuera y para los demás. Lo que hago es disfrutar de mi maternidad y de mi hija todo lo que puedo y más. Me cuido por dentro, hago ejercicio y como bien y todas esas cosas que te dicen los médicos. Y lo hago porque quiero estar en la mejor forma posible el mayor tiempo posible. Por ella. Y por mí. Y por todo el tiempo que la vida nos permita estar juntas.

 

Anónimo

 

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