Esto me pasó hace un par de meses, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer.

Es una de esas cosas que nunca esperas que te pase a ti, pero que de repente te caen del cielo, o, mejor dicho, te encierran entre cuatro paredes de metal.

Ese día tenía mil cosas en la cabeza y, como siempre, iba con el tiempo justo. Corría para no llegar tarde otra vez, y ya estaba nerviosa porque, con mi suerte, sabía que algo saldría mal. Aunque no contemplaba quedarme encerrada en el ascensor como posibilidad.

Al llegar corriendo al edificio de mi trabajo, vi que uno de los ascensores no funcionaba. Maldije a todos por dentro y me fui a la otra punta, donde estaba el otro ascensor, porque no iba a subir 7 pisos con tacones.

Llegué corriendo y para mi suerte, estaba vacío. Pulsé el 7, pero se paró en el primer piso. Pensé que, por supuesto, como tenía tanta prisa, el ascensor se iba a parar en absolutamente todos los pisos.

Se subió un hombre, me saludó y pulsó el 9. Bien, al menos no pararíamos otra vez antes de llegar a mi piso.

El ascensor empezó a subir, notamos que reducía velocidad y de repente, un chirrido, un parpadeo de luces, y se paró.

No fue nada brusco, no hubo un momento de frenada en seco ni de pánico. Los dos nos miramos, nos preguntamos si estábamos bien, y apretamos la campanita de emergencia.

Sonó un pitido muy fuerte, que suponemos que escucharon desde fuera, y procedimos a avisar al técnico o a quien estuviera al otro lado del altavoz. El silencio que siguió al pitido de la campanita fue deprimente. Ambos esperamos unos segundos, pero nadie contestó. Presioné el botón otra vez, con un poco más de fuerza, como si eso pudiera hacer que funcionara mejor. Nada. Ni un sonido, ni una voz al otro lado, solo la sensación creciente de que estábamos desamparados.

El hombre, que parecía bastante tranquilo hasta ese momento, suspiró y me dijo que parecía que nos tocaría esperar.

Saqué mi teléfono para llamar a alguien, pero no había cobertura. ¿Cómo puede ser que no puedan construir los ascensores de manera que tengan cobertura? Con los avances que hay, no me entra en la cabeza.

Tampoco tenia internet, así que nos sentamos en el suelo y cada poco tiempo íbamos pulsando la campana que hacía ruido.

No sabíamos entre qué pisos estábamos, pero seguro que alguien nos tenía que oír. El problema era que estábamos en el ascensor de la parte más lejana a las oficinas.

Intentamos llamar a emergencias, pero había tan poca cobertura que no les entendíamos, ni ellos a nosotros. Todo pintaba muy negro y yo solo pensaba en que, en cualquier momento, me entrarían ganas de ir al baño y tendría un problema.

Nos quedamos en silencio por unos minutos, cada uno perdido en sus propios pensamientos.  El tiempo se estiraba, como si estuviera en cámara lenta, y el hecho de estar en un espacio tan pequeño con un completo desconocido empezaba a ponerme más nerviosa de lo que quería admitir.

Él pareció darse cuenta de mis nervios y se presentó, yo le dije mi nombre y nos pusimos a hablar de nuestro trabajo y de nuestros departamentos.

Teníamos a personas en común, sobre todo jefes, y pudimos hasta reírnos de algunas anécdotas.

Después de lo que debieron ser unos treinta minutos, comenzamos a hablar de cosas más personales, como si, de alguna manera, la situación nos obligara a romper esas barreras que normalmente existen entre dos personas que acaban de conocerse. Me contó que tenía dos hijos pequeños, y que siempre estaba corriendo de un lado a otro entre el trabajo y las extraescolares de ellos. Yo le hablé de que hacía casi medio año que me había mudado y que aún tenía cajas por abrir en casa. Era como si no acabase de adaptarme a la ciudad, y lo del ascensor fuera una señal.

La conversación fue fluyendo y para cuando me di cuenta, ya no estaba nerviosa.

El tiempo pasó, y para cuando llevábamos más de una hora atrapados, habíamos cubierto temas que iban desde nuestros trabajos hasta nuestras familias, e incluso los viajes que queríamos hacer.

A las tres horas empecé a agobiarme, intenté contactar otra vez con emergencias, pulsé la campana como una loca y grité ayuda. ¿De verdad nadie se había dado cuenta de que no estábamos?

Poco después, tuve un ataque de ansiedad. Me puse a llorar y él me calmó. En ese ataque empecé a soltar todo y me desahogué. Lloré porque soy un desastre, porque no me sé organizar, porque no me gustaba el trabajo, porque no me gustaba la ciudad, porque había tomado malas decisiones y, en definitiva, porque no era feliz.

Yo misma me sorprendí. Aunque llevaba un tiempo mal, tampoco me había parado a pensar ni a poner nombre a lo que me estaba pasando, y ahora que lo hacía, era con un completo desconocido.

Él me consoló y me intentó animar, pero la verdad es que estaba con tanta ansiedad que no recuerdo lo que me dijo. Lo que sí recuerdo, es que al acabar de llorar apreté la campana y esta vez, sí que nos oyó alguien.

Gritamos y nos dijeron que iban a avisar a los bomberos, que aparecieron en nada y con un poco de acrobacia, nos sacaron por el techo del ascensor.

Todo quedó en un susto. Mi jefa al verme con los ojos tan mal de haber llorado, me mandó para casa. Al llegar dormí como 2 horas del tirón, y cuando me levanté, me puse a pensar en todo lo que había dicho.

Tardé bastante más en atreverme a hacer algo, pero tiempo después, pedí un traslado más cerca de mi pueblo y cambié de piso.

No fue inmediato, pero el proceso de cambio empezó gracias a un ataque de ansiedad y a la conversación con un desconocido.