Bueno, el título lo dice todo. Empezamos fuerte. Vengo a contaros el día que mi cuñada cagó en una terraza.

Resulta que mi cuñada, en sus años mozos tenía una empresa de limpieza (irónico, ¿verdad?) y la llamaron para que limpiase a fondo un piso recién reformado en un bloque muy pijo. 

Allí que fue ella con sus compañeras, pero claro, resulta que la pobre, en aquella época sufría de un ligero estreñimiento, y el médico le había recomendado unos sobres que debía tomar una vez al día para que lo que es el tránsito, fluyese correctamente. Ella, sin saber que el sobrecito iba a resultar básicamente milagroso, tomó como cada mañana su dosis y se fue tranquilamente a trabajar, pero al llegar se encontró con que la dueña del piso no estaba aún allí, de hecho, le había dicho que tardaría un poco en llegar, que la esperasen en el rellano de su planta. 

Así estuvieron, hasta que un rato después de hablar con ella, empezó a sentir unos retortijones importantes. Una fiesta se le estaba montando en el estómago, y como todas las veces que no viene en buen momento, amenazaba con ser la hostia. Claramente empezó a agobiarse, a intentar aguantarse, apretar hasta casi pasarse piel de una nalga a otra, pero al final, tuvo que confesar a sus amigas que no podía esperar ni un momento más. Barajaron ir a un bar, pero era tan temprano, que ni eso, su puntualidad y eficacia le iba a costar cagarse en el rellano que iba a tener que limpiar. 

Por desesperación, llamaron a la dueña, esperando que la mujer estuviese llegando ya, pero ni mucho menos. Pensaron en tocar a algún vecino, pero claro, aunque aún no hubiese el miedo al contagio covid, que una señora desconocida te toque de madrugada a la puerta para entrar a cagar en tu casa, tampoco sienta bien. 

Finalmente, ya pensando que estaba a punto de explotar, decidieron probar a subir a la terraza, según ella a tomar el aire, pero para mí, el plan ya se había gestado en su mente. Por una casualidad, encontraron que efectivamente la puerta de la terraza estaba abierta, y una vez arriba, lo tuvo claro. Pidió a gritos una de las bolsas de basura que llevaban y tranquilamente pudo cagar observando el bonito amanecer, una foto idílica. 

Ya había conseguido lo más importante, pero se encontró con un nuevo problema. La jefa venía, eran jóvenes, no querían causar mala impresión, y tenían una bolsa que empezaría a oler peor que un muerto. Pensaron en salir y buscar un contenedor, pero sus compañeras las avisaron de que la dueña del piso estaba entrando y subiendo. Las posibilidades se reducían, y ante los nervios, y para librarse tanto a ella como al edificio de la carga, hizo lo primero que se le ocurrió.

Agarró fuerte la bolsa y con todas sus fuerzas la lanzó a la terraza del bloque contiguo, viendo como caía en esta. Con total tranquilidad, se sacudió las manos y bajó a trabajar. La pelota ahora estaba en campo contrario. 

M. Lancaster