Aunque, reconozcámoslo, eso de crecer no era como nos habían contado, no está mal.

Por una parte, te conoces más a ti misma: has luchando en alguna que otra guerra interna y, aún sin estar segura de si las has ganado o no, has logrado quererte. Eso mola, mola mucho.

Por otra, te han caído los años encima y ya nunca jamás volverás a ser esa jovencita despreocupada.

Ahora tienes mil nuevas inquietudes, y todas te parecen de vital importancia:

  • Hacer una lavadora aprovechando que el hombre del tiempo ha dicho que hará sol todo el día

  • Comprar un carrito de la compra bien grande para poder ir al supermercado cómoda… ( si tiene un apartado para los fríos, puntos extra)
  • Organizar el undécimo babyshower de tu grupo de amigas ( deseando que sea el último)
  • Aprovechar los cupones de descuento de La Sirena antes que caduquen

Y un sinfín más de quebraderos de cabeza inherentes en la vida adulta.

 

Para más inri, te sientes súper feliz en ese nuevo papel de persona adulta responsable. Y, justo en este instante y sin ni siquiera darte cuenta, te han convalidado el carnet de SEÑORA.

Así, en mayúsculas y con todas sus letras y, ¡eh! No pasa nada.

Porque, a partir de cierta edad, ese carnet no te pesa. Es más, acabas haciendo bandera de él.

En definitiva, es la prueba plastificada que demuestra tu madurez. Ampara tus conocimientos adquiridos en esos años que llevas viviendo aventuras por ese loco mundo. Y, qué carajo: tienes que estar orgullosa de eso.

 

Y para acabar, permitidme un chascarrillo*:   

“Ahora ya formas parte de uno de los clubs más exclusivos y numerosos del mundo, el de la Señoras que, y tienes permiso para saltarte todas las colas del súper que quieras.”

¡Qué más puedes pedir!

 

* aclaración para las más jóvenes del blog: «chascarrillo» significa broma en nuestro argot.

 

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