Esta es la historia de cómo inundé un coche de sangre y en consecuencia mis bragas acabaron en la papelera del cuarto de baño de un bar de carretera. No, no es una broma, sino una de las desagradables consecuencias de que, cuando se trata de la regla, todo sea normal según la mayoría de los médicos. 

¿Que no puedes mantenerte derecha por culpa del dolor? Es normal.

¿Que sangras durante diez días? Es normal.

¿Que expulsas tal cantidad de sangre que en una hora rebosas por completo un tampón normal y una compresa maxi? Absolutamente dentro de la normalidad.

Como entenderéis, si a esta combinación le sumas un viaje de 594km. que realizas para reunirte con tus amigos en una casa rural en la que celebrar Halloween (que ya tiene guasa la cosa), tenemos los ingredientes perfectos para la catástrofe absoluta.

Ese día, mi chico, una amiga y yo salíamos de nuestra ciudad para recoger en Madrid a otro de nuestros amigos. Por supuesto yo iba preparada con ropa cómoda, un tampón, una compresa y un neceser enorme lleno de compresas y tampones por si surgiera cualquier problema, y cuando paramos a recoger a nuestro amigo lo primero que hice fue subir a su casa para asegurarme de que todo estuviera en orden; me cambié el tampón, que si bien no había rebosado aún no parecía que fuese a aguantar mucho más, y continuamos camino.

Durante buena parte del trayecto fuimos charlando, bromeando y cantando, pero llegó un punto en que me empezó a entrar modorra, y como todo parecía estar bien por ahí abajo me dormí como un ceporro, confiando en que si rebosaba el tampón me daría cuenta antes de que pasase algo grave

Pues me di cuenta en Briviesca, cuando me despertó mi chico para avisarme de que habíamos parado; me desabroché el cinturón de seguridad, abrí la puerta del coche, fui a levantarme y, ¡ZAS!, ahí estaba: había dejado una mancha de sangre en el asiento del copiloto. Mi amiga me acompañó al baño, ella casi a la carrera y yo caminando como un vaquero que acabara de bajarse del caballo, mientras mi novio trataba de solucionar lo de la mancha en el asiento del coche sin demasiado éxito.

Cuando llegué al baño me encontré con una escena digna de las fechas que corrían: la sangre había empapado por completo mis bragas, mis mallas deportivas casi chorreaban a la altura de la cara interna de los muslos y yo misma estaba tan llena de sangre que parecía que acabase de sobrevivir de milagro a la matanza de Texas. Por supuesto, las bragas fueron derechas a la papelera con todo el dolor de mi corazón, y las mallas habrían ido detrás de no haber sido bastante nuevas. Ahora me lo tomo a cachondeo, pero en el momento me eché a llorar de la impotencia de no poder ni disfrutar de un viaje con mi pareja y mis amigos por culpa de la puñetera menstruación. Menos mal que mi amiga estuvo ahí para tranquilizarme y traerme toallitas húmedas, y que mi novio estuvo pendiente en todo momento del móvil por si necesitaba algo y no tardó en traerme unas bragas limpias, unos pantalones y una bolsa en la que guardar mis ensangrentadas mallas.

Huelga decir, por supuesto, que lo primero que hicimos nada más llegar a nuestro destino fue buscar una tienda en la que comprar agua oxigenada en grandes cantidades. O bueno, más bien lo primero que hizo mi novio, que antes de eso me dejó en la casa que habíamos alquilado, me llenó la bañera y prácticamente me obligó a darme un baño relajante y a descansar mientras él se dedicaba a pelearse con las manchas del asiento del coche y a tratar de salvar mis mallas. Porque sí, pasé un rato horrible y lloré muchísimo, pero el verme rodeada de personas que me apoyaron, me sostuvieron y me cuidaron consiguió que todo fuera un poco menos malo. 

Por suerte, desde que empecé a tomar anticonceptivos no he vuelto a tener ese tipo de problemas y puedo hacer vida normal, sin tener que salir con miedo a empaparme la ropa ni cargada con un arsenal de productos de higiene íntima, y a día de hoy ese tipo de momentos han quedado como anécdotas. Aunque sin duda, la imagen que se me quedará grabada a fuego de ese viaje es la de mi chico lavando mi ropa y cuidándome con tanto amor; es en esos momentos en los que una se da cuenta de que ha elegido bien.

 

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