Bueno, pues sigo la historia de Julio, mi jefe, el acosador de mujeres que se dedica a follarse a quien puede mientras su familia le espera en casa para cenar, se permite hacer comentarios sobre el físico de sus trabajadoras (nosotras), y encima luego va y escribe en su diario que si una es feminazi, o se está inventando una baja por depresión, o en mi propio caso, tiene sueños eróticos conmigo (después de haberme dejado bien claro que la foto del cv es engañosa porque ahora estoy más gorda).

Leímos su diario cuando él no estaba y una vez que leímos ya no podíamos desleer la cantidad de mierda que tenía ese tío en la cabeza, así que acudimos a la directora de la agencia de comunicación, que ni siquiera conocíamos en persona.

Fuimos con miedo, porque ya sabíamos que, afortunadamente, este tipo de asuntos ahora tienen más repercusión que nunca, y que lo que dijéramos traería consecuencias.

Pero Marta, la directora, fue una tía súper profesional y quiso citarnos a todas por separado y hacernos una especie de entrevista en la que nos preguntaba mucho más allá que lo del diario. Por lo visto Marta estaba enterada de que Julio tenía actitudes muy cuestionables fuera del trabajo, pero estaba esperando a que alguien de su equipo levantara la liebre para ir a por él.

No debía de ser fácil porque él ocupaba ese puesto gracias a alguna relación entre su familia y la de los dueños de la agencia, pero todo tiene un límite, evidentemente, ¿no? O eso pensábamos todas. Nos dijo que ella se ocuparía del tema. Sí que le expresamos el miedo que teníamos a que Julio se enterara de que le habíamos leído el diario y de que habíamos ido a “denunciarlo”, pero ella nos dijo que no había nada que temer, que ante esas acusaciones unánimes por parte de su equipo, era imposible que se permitiera tomar represalias contra nosotras. 

A Julio lo llamó un par de días después para que pudiera dar su versión. Salió de la oficina alegando que tenía dentista, pero nosotras ya intuimos que no era eso a lo que iba.

Pasamos la mañana fatal, muy nerviosas y con mucho miedo a cuando volviera, pero lo cierto es que no volvió aquel día. La que sí vino fue Marta, y nos explicó que, dada la situación, había suspendido a Julio de empleo y sueldo durante una semana y que tenía que reunirse con los dueños y no sé quién más para decidir si lo echaban o no. Nos animaba a sindicarnos y a mover el tema a través del sindicato también. 

Pero una semana pasó volando, y otra vez teníamos a Julio de vuelta, con una actitud incluso peor que la anterior. Más agrio que el vinagre, no saludaba, no nos miraba a la cara cuando nos hablaba, cuando teníamos que decirle algo íbamos a su despacho con un miedo horroroso, y pasó de ser el viejo verde al hombre del saco.

Estábamos desesperadas ya por saber cuándo se piraría definitivamente, cuándo decidirían qué hacer con él, y quién le sustituiría. Pero nos llamó Marta otra vez, esta vez a todas juntas, y nos dio la noticia que nadie, y menos ella, quería escuchar: Julio se quedaba en su puesto. Con un expediente abierto, una amonestación de no sé cuánto dinero, y un aviso desde dirección, pero se quedaba.

Se nos cayó el mundo encima.

Nos quejamos todas a la vez, pusimos el grito en el cielo, pero Marta nos dijo que aunque a ella también le pareciese un error gigantesco, eso era lo que había por parte de los dueños de la empresa y que había que aguantarse y apechugar. También nos dijo que ella se retiraba del asunto porque el hecho de hacer de intermediaria y posicionarse con nosotras le iba a repercutir negativamente para con sus jefes, y que no podía permitírselo. Eso lo entendimos, la verdad.

Pero de apechugar nada de nada, nosotras seguimos luchando a través del sindicato, como ella misma nos recomendó, y en ello seguimos, y no vamos a parar hasta que no quiten a este señor de su puesto. Ahora mismo han establecido una comisión de investigación del caso y parece que las cosas pintan bien para nosotras, así que deseadnos suerte.

Anónimo.