Andaba yo por Tinder buscando conocer a alguien, no necesariamente sólo para follar, cuando di con aquel dios griego. Era imposible no quedarse embobada con sus fotos, para qué negarlo. Tenía una cara que parecía sacada de una escultura clásica, ojos pardos y cabello claro, nariz perfecta y labios carnosos. Parecía alto y corpulento. Daba el tipo de auténtico empotrador.

Hicimos match y empezamos a hablar. Nos caímos bien, Georgios parecía un chaval majo, atento, gracioso incluso. Hablamos de quedar y finalmente fijamos un sábado en el que yo estaba libre. Esto era toda una excepción, pues en el turismo ya se sabe. El plan era quedar, tomar algo, charlar y, como siempre, ya se iría viendo.

Iba llegando el momento y el chaval se ponía cada vez más intenso, no dejaba de proponer adelantar la cita. Polvo que puedas echar hoy, no lo dejes para mañana.

Tan interesado estaba que finalmente le dije que podíamos vernos el viernes por la noche al salir de mi turno, estaría muy cansada, pero haría el esfuerzo. Siguió insistiendo, me decía que le gustaba mucho, que bla bla… al final me preguntó si podía venir a mi casa, me dejé llevar y le dije que sí, imaginando lo que iba a pasar. Como un reloj, se plantó en mi puerta. Hablar, hablamos poco, él se ocupó del resto, ¡y vaya manera de ocuparse! He de decir que en persona era aún más imponente… madre del dios griego, que ni el yogur. Estaba para sacarle crías.

Hombre muy atractivo sin camiseta.

Después de aquella cita, seguimos hablando; parecía que había interés por ambas partes. Sin embargo, sin venir a cuento, me preguntó:

—¿Sueles hacer esto a menudo?

—¿El qué?

—Quedar y follar el primer día.

—Ehm… —fui sincera, aunque tenía que haberlo mandado al carajo —, alguna vez, pero no es lo habitual —red flag, amigas, tenía que haberle hecho caso a esa red flag…

Después de aquello, a pesar de haberme dicho que no buscaba sólo sexo, empezó a escribirme menos y a no proponer citas. Sí, lo sé, qué típico.

Un día, me puse en whatsapp una foto que me encanta, donde salgo con el perrito de una amiga. Y allá que fue él a hablarme, ¡dichosos los ojos!

—Me encantan los perros, pero prefiero hacer el perrito.

Quise pensar que era una broma o algo, pero… no, la gracia no era un don que le hubiese venido de serie, con la belleza ya cubrió el cupo.

Perrito blanco y marrón bailando.

Poco después, hice un viaje para ver a una amiga mía y le propuse vernos a la vuelta, por darle una última oportunidad o cerrar capítulo. Y allá que soltó, sin cortes:

—¿Vas a ver a alguien? —entendí que se refería a si estaba con otra persona, lo que negué. Todo quedó ahí —. Nos vemos a la vuelta.

A la vuelta… me comentó que estaba enfermo. Le pregunté si necesitaba algo y me dijo tajantemente que no. Al día siguiente, me soltó, sin más:

—¿Estás follando con otra persona? —yo ya no sabía qué le pasaba a este hombre… no entendía si era interés, si eran celos o si estaba mal de la cabeza. Fuera lo que fuera, no tenía buena pinta.

Emprendí retirada y el silencio se fue haciendo más grande. Si eso… ya vendría él. De verdad que estaba muy confusa, no sabía si era un mareador o le pasaba algo o… qué falto de psicólogos está el mundo.

Y vino el silencio más absoluto.

Meses más tarde, cuando ya apenas me acordaba de él, un domingo a las 8 de la mañana:

—¿Podemos vernos una horita?, ¿me dejas que te coma el culo? —venga, ciao.

 

Y así fue como el dios griego resultó ser un borrego… Me quedo con el yogur, sin duda.