El elfo de las trastadas supuso un trauma para mi hijo

 

Se nos fue de las manos. Lo sabemos, lo reconocemos y nos arrepentimos. ¿Conocéis la tradición (estadounidense) del ‘Elf on the shelf’? En España es conocido como ‘El elfo de la estantería’ o ‘El elfo de las trastadas’. Quizá os suena; de lo contrario, os lo resumo: se supone que es un elfo (más feo que una nevera por detrás) que viaja desde el Polo Norte para “vigilar” a los niños y niñas y contarle a Papá Noel si han sido buenos o no. Más allá del chantaje, el condenado muñeco hace trastadas mientras las inocentes criaturas duermen, siendo de todo menos un ejemplo de buen comportamiento.

Nos lo regaló la abuela. ¿Al niño? No, a nosotros. Nos contó que la nieta de una amiga suya del taller de costura lo tiene y es muy divertido, fomentando el vínculo familiar. El elfo llega el día 1 y se marcha el 24 por la noche, no se puede tocar porque pierde la magia y, de tocarlo, se le canta un villancico. Ya es ridículo vernos a los tres cantando “Mi burrito sabanero” a un muñeco de trapo (feo, muy feo), pero más ridículo es volvernos locos cada noche con la trastada de turno.

Llegó el elfo

Preparamos una bienvenida digna de un aristócrata, casi confundiendo al elfo con un Rey Mago, y empezamos con trastadas muy básicas: enrollar el árbol de Navidad en papel higiénico, poner al elfo a jugar a las cartas con otros juguetes y leyendo cuentos. Nuestro hijo lo recibió con los brazos abiertos, le hacía gracia y se levantaba cada mañana con ilusión de descubrir lo que estaría “maquinando” el elfo.

Sin embargo, los días pasaban y las ideas comenzaban a escasear. Mi marido se metió en un grupo de Facebook en busca de inspiración y encontró un nivel de trastada un pelín más intensa. Trastadas de verdad, no las tonterías que nosotros hacíamos. Un buen día: dibujó caras de terror en los huevos y frío uno dejándolo en la sartén. ¿Asesinato? Aquellos huevos estaban acojonados de ser los siguientes. En otra ocasión, ató a los muñecos de Toy Story en las vías del tren navideño y colocó en la cabina de mandas al elfo psicópata. Poco a poco, día a día, notaba que mi hijo le cogía miedo al elfo mientras su padre aumentaba el nivel de la trastada.

La trastada definitiva

A mi marido le pareció una idea cojonuda pintarle la cara al niño mientras dormía. Al día siguiente, al despertar y verse en el espejo del baño, fueron sus lágrimas las que le limpiaron el rostro. Nos pedía, suplicaba que, por favor, el elfo se trasladara a vivir al jardín. De repente, no lo quería dentro de casa. Le estaba cogiendo ¿miedo? Sí, miedo.

Hicimos que el elfo se fuese un par de días de vacaciones al Polo Norte con la excusa de llevarle la carta a Papá Noel, pero mi marido quiso que volviera. Le había quedado “mal sabor de boca” y pretendía arreglarlo. Lo empeoró. Y tanto que lo empeoró.

No se le ocurre otra cosa que, mientras el niño dormía, “recortar” su pijama con tijeras. Creó agujeros por toda su ropa. Aunque se trataba de un pijama viejo, descubrimos que se trataba del favorito de nuestro hijo.

Enfadado, enfadadísimo, buscó al elfo y lo echó de casa. No quería volver a verlo. Según comentó, lo odiaba.

Él, que ya dormía solo desde hacía años, quiso volver con nosotros a la cama, temeroso de que el elfo volviese a colarse en su cuarto. Desde entonces, tiene terrores nocturnos y ha desarrollado miedo a la oscuridad. Ni cuando vio Pennywise a escondidas en una fiesta de pijamas en casa de unos amigos, sintió tanto miedo. Y es que el elfo hacía cosas reales, como recortar su pijama favorito.

Chicas, no cometáis el mismo error. La terapia nos va a costar cara.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.