Sí, amiguis, no es que esté en plan catastrofista, es que esto es más difícil que sacarse unas opos. Y que conste que no solo hablo por mí (que también), sino por todas mis hermanas.

Va a parecer que me obsesiona el tema, porque ya escribí sobre esto aquí, y también aquí. Pero es que pasa el tiempo y la cosa no cambia: no hay manera de echar un kiki.

Yo, que soy muy de la investigación, me he preguntado a mí misma, a mis amiguis e incluso a Google la razón de este desastre de dimensiones galácticas.

Google me da la razón: hoy fornicamos menos que ayer y, lo que es peor, parece que más que mañana. Hablan de agotamiento, de inseguridad, de ansiedades varias, a pesar de la liberación sexual, de la píldora anticonceptiva y del poliamor, que te permite enchufar a diestro y siniestro.

Mis amiguis chicas contestan con suspiros, con «Yo qué sé», «El mercado está fatal» y «Con lo que hemos sido».

Mis amiguis chicos responden, dependiendo del caso:

«No folláis porque no queréis»

«Es que se asustan»

«Pero, ¿estás en Tinder?»

Y aquí llegamos al epicentro de este terremoto que nos tiene en sequía perpetua, queridas. Porque al fin y al cabo, son ellos los que tienen todas las respuestas. Vamos a diseccionar esto de una vez por todas.

No follamos porque no queremos.

A ver, no follamos porque no queremos  follar con cualquiera. Y con «cualquiera» me refiero, no al primero que pasa, porque aquí no estamos ni para juzgar ni para ser juzgadas y porque «Un aquí te pillo, aquí te mato» puede ser muy maravilloso. No hablo de eso, sino a que nos hemos cansado de los Mareadores, de los machistas, de los egoístas.

Antes de que salte alguna voz acusándome de feminazi o similar: chicos, cambiadle el género a mis afirmaciones porque no dudo de que sean aplicables a todos los humanos.

Es que se asustan.

Aquí, lo siento, pero no puedo afirmar que les pase a hombres y mujeres. Nosotras no salimos corriendo ante un tío con una personalidad marcada, un buen puesto de trabajo, unas ideas bien claras y un «A mí tonterías las justas». Y no es que lo diga yo, es que hay estudios sobre el tema. No voy a repetir lo que ya conté en su día, pero sí me reafirmo en que muchos se acojonan ante un buen par de ovarios.

Qué lástima, con lo bien que nos lo íbamos a pasar.

Pero, «¿estás en Tinder?»

Por si éramos pocos, parió la abuela.

A este panorama tan poco alentador para el fornicio, se le suma una App para ligar por catálogo. Y ojo, que no la estoy criticando, es una manera nueva de conocer gente, pero pasan dos cosas (por resumir):

  1. A algunas nos ha pillado ya con las costumbres un tanto arraigadas. Somos de ligar en los bares, las fotos en una pantalla no nos despiertan curiosidad alguna y los mensajes no nos ponen de la misma manera que unas risas en directo.
  2. Somos minoría. Todo Cristo está en la App y esto, como todo, es una cuestión de oferta y demanda. Cada vez hay menos gente que ligue en directo. El catálogo es más rápido, más fácil, menos arriesgado. Le puedes tirar la caña a sesenta personas en una hora. O a ciento veinte.

Y así estamos. Al menos ahora ya sabemos cuales son los tres factores que causan esta escasez sexual. Siempre es mejor que pensar que la culpa era nuestra.

O no, quién sabe.