Hoy vengo a hablaros de otra de mis conquistas que jamás olvidaré.

Lo que más me chocaba de este chico era la mamitis que tenía. Un hombre de 34 años, independizado (desde hace pocos años), con un buen trabajo, buenas amistades y resultón. La verdad que el chico tenía un tiento (me parecía atractivo pero no era guapo) y al principio de conocernos le pregunté qué cual era el “fallo” que tenía, que cómo un chico como él estaba soltero y él me comentó entre risas que era porque él quería estar así, que no había ninguna mujer que le llamara tanto la atención como para empezar una relación. ¡Nos ha jodido, quería una novia-madre! 

Todo en su vida lo organizaba en torno a su madre. Como vivían en ciudades diferentes planeaba su semana para poder ir a verla todos los días que libraba; si su madre tenía una cita con algún hombre o simplemente quedaba con las amigas los días que él la iba a visitar, se enfadaba con ella hasta el punto de llorar porque no le hacía el caso suficiente. Buscaba la aprobación de su madre en todos los aspectos de su vida. A la semana de empezar a quedar ya le había hablado a ella sobre mí y como le parecía bien, podía seguir quedando conmigo. Todas sus decisiones las basaba en las opiniones y consejos de su madre. Yo ya estaba un poco quemada con la situación pero pensé: bueno el único problema es la mamitis, digo yo que poco a poco se le irá quitando la tontería. Pues no, el problema no sólo era ese, era algo peor. 

Al principio eran comentarios como: “mi madre también tiene este tipo de vestidos” o “mi madre también hace punto de cruz” o “mi madre también compra estas flores”. Yo la verdad que no sabía muy bien si mis gustos eran de señora mayor o si su madre era clavadita a mi y era la hostia de mujer pero ya me estaba escamando el tema bastante. Esos comentarios con el tiempo acabaron pasando a temas más fuertes: “ lo que cocinas está muy bien pero deberías aprender a hacer más platos de cuchara, a mi madre le quedan genial” o “me podrías acompañar a comprar cosas para casa porque mi madre no puede y tenéis el mismo gusto” o me dejaba caer sutilmente que le comprara calzoncillos. 

Tenía tanto miedo de sacar este tema con él en persona que tardé mucho tiempo en decirle que no quería seguir quedando con él por este motivo. Al principio empecé distanciándome un poco, luego a quedar menos y llegó el día en el que empecé a poner excusas tontas para evitar el panorama. No sabía cómo sacar el tema de manera delicada y se me ocurrió la gran idea de no comentarle directamente cual era el problema real, le solté que no sentía esa chispa que necesitaba para seguir viéndonos.

Era una persona muy sentida y lo que quería ahorrarle era cualquier mal trago y menos por mi culpa. Muy mal por mi parte porque posiblemente sea el mismo error que cometieron las mujeres anteriores y el pobre hombre siga sin saber cual puede ser el “fallo” en sus citas. 

Sandra Regidor