Era 2016 y yo me había ido de Erasmus a Londres más sola que la una pero con muchas ganas de conocer a gente, aprender inglés y olvidar a mi exnovio, que me puso los cuernos con toda la facultad sin que yo me enterase de nada. Ya sabéis, no hay mayor ciego que el que no quiere ver, y yo por aquel entonces iba con un antifaz por la vida.

De todos modos, el Karma (o la vida, whatever) me recompensó con un Erasmus maravilloso en el que conocí a gente con la que encajé desde el principio. Empecé a salir con un grupito de chicos que también eran de España. Consejo: no os echéis amigos españoles, porque así no vais a aprender ingles ni de coña.

Aunque no aprendí mucho más inglés que el que traía de casa, sí que aprendí cosas muy útiles para la vida: cómo evitar la resaca, cómo colarme en las discotecas caras, cómo disimular las ojeras post-borrachera con un buen corrector, etc. Ya veis que la sabiduría que adquirí no se paga ni con becas ni con dinero.

También aprendí que si de primeras un tío parece turbio, ES PORQUE ES TURBIO. Y eso fue lo que ocurrió con Marco (nombre inventado para preservar la dignidad e intimidad del susodicho). Era un chaval tímido, con un aire así bohemio y, al parecer, interesado en mí. La cosa es que yo soy nefasta detectando las señales y para saber que le molo a un tío necesito un cartel luminoso, luces de neón o una valla publicitaria. Pues imaginaos lo que me costó saber que le molaba al chaval cuando era más reservado que la zona VIP de una discoteca pija.

Total, que una noche fuimos en tropel a una fiesta “typically spanish” que organizaba una discoteca muy metida en el tema Erasmus. A veces hacían fiestas alemanas con cerveza a tope, otras veces fiestas rusas con vodka y ese día hicieron una fiesta española con decoración flamenca. ¡Vivan los estereotipos! La cosa es que el alcohol era barato, así que si había que bailar flamenco, hablar de tortilla y ensalzar la paella, pues se hacía bien a gusto.

Marco se pilló un pedo memorable y con la excusa del alcohol, perdió las inhibiciones y me contó que le gustaba. A mí también me hacía tilín así que nos acabamos dando el lote, primero en la discoteca, luego en la calle, y finalmente en su residencia.

El follodrama llegó cuando estando él encima en posición misionero, veo que me mira con ojos de pena, desconcierto o vete tú a saber qué emoción y se pone a llorar. Yo estaba flipando lo más grande, pero soy una tía comprensiva y me preocupe por el muchacho.

– ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

– No… Nada, da igual.

Sobra decir que era inviable animarle follando porque se le había bajado todo el asunto.

– De verdad, cuéntame qué pasa. Igual puedo ayudarte.

– Pues es que bueno, según estábamos así… Y te he mirado… No sé, me has recordado a mi madre y me ha entrado mucha morriña.

¿QUÉ ME ESTÁS CONTAINER?

O sea, tenía su rabo dentro de mí, yo estaba poniendo cara de actriz porno venida arriba, y me dice que le recordaba a su madre. No me lo podía creer.

Total, que el muchacho echó las lagrimicas, se quedó dormido y yo me fui pa’ mi casa. Nunca volvimos a hablar del tema pero siempre recordaré a Marco como el Norman Bates español.