Ha vuelto pero no es un regreso feliz, es una despedida. Cuando hace un año dejaron a medias la séptima temporada para salirse con este nuevo formato (que mi mente todavía no acaba de comprender) de dividir una temporada en dos –para eso haced dos temporadas ¿no? Que los números son infinitos-, el pabellón estaba muy, pero que muy alto, y doce meses se me antojaban un mundo.

Sin embargo, tras un par de semanas de obsesionarme con Fly me to the moon y con esos dos últimos capítulos por los que hubiera dado los cuatro meñiques que tengo por llegar a poder tener un día el talento de escribir así, el tiempo pasó y conseguí mantener bajo una piedra esa sensación que nos embarga con nuestros problemas del primer mundo actuales cuando nuestra serie favorita se acerca a su fin.

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La calidad de Mad Men traspasa la pantalla. Es un buen festín cocido a fuego muy lento, y sí, es cierto que a veces a una le entran ganas de pasarse la crudité de turno que solamente tiene como objetivo calentar el estómago para la llegada del plato fuerte. Pero es que las grandes historias tienen el poder de transmitir en su trasfondo un torrente, y Mad Men es precisamente eso en todos los aspectos.

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Toca despedirse de personajes con mil y una capas y giros de trama que pasarán a la historia (la evolución dramática sin ir más lejos de Peggy debería enseñarse en las escuelas de narrativa), es turno de decirles adiós a esos años de evolución histórica, a esa recreación de décadas pasadas llevada a la milimétrica perfección y, ¡oh, dios! a ese impecable vestuario que hace que las siguientes dos horas post-capitulo las pases navegando en webs vintage. Adiós a hombres en traje de impecable galantería… aunque también hasta luego personajes machistas y misóginos que traen a la palestra de la actualidad los grandes males que aún se mantienen latentes en nuestra sociedad.

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Pero sobre todo, adiós, adiós de corazón Joan. A sus curvas, a su carácter, a su sonrisa (la de postín y esa tan bonita que lleva verdad). A su dureza, a sus flaquezas. He querido ver en Joan un reflejo de mi propia persona, tal vez soñando un poco con los ojos abiertos, tal vez por comparar mis curvas y mi melena pelirroja, y es por ello que he querido imitar sus contoneos o me he sentido muy defraudada cuando no he compartido sus decisiones.

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Es difícil especificar todas estas razones sin entrar en el temido mundo del spoiler, esa palabra tan intraducible como mal pronunciada e internacional. Joan, como dicen en el primer capítulo de este inicio de despedida (emitido el lunes pasado por C+, que nos traerá cada lunes y solo 24h después de su emisión en EEUU lo que queda hasta el fin), es una obra de arte. El contexto en sí es más que machista (y la reacción de Joan, más que encomiable) pero aún así no hay que perder de vista que Joan viaja en el tiempo desde los 60 para recordarnos que cuerpos como el suyo son un templo.Y en ella yo veo a todas las mujeres que han luchado porque no las pisen, por hacer de sus diferencias sus mejores armas. Es por eso que el 17 de mayo, día de la emisión del capítulo final, en homenaje me calcaré con orgullo mis tacones, me enfundaré mi vestido más peligroso y sentada ante la TV diré: gracias, chica. 

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