El lado oscuro de que te den como a cajón que no cierra.

 

La fantasía de toda mujer, o al menos el de unas cuantas; es que un maromo de dos metros y culo para partir nueces te empotre contra una pared, o una estantería; y si no somos exigentes, contra cualquier otra superficie. 

Yo desde luego he fantaseado con ella varias veces. Pero con 80 kilos de peso desde pasados los 20 años, mis esperanzas de que un hombre hiciera eso conmigo se desvanecían a la velocidad de la luz. Y pasados los 30 se quedó en una fantasía a la que recurrir cuando mi amigo el Satisfyer y yo teníamos una cita romántica. 

Hasta que llegó él. Mi empotrador favorito, el ingeniero de mis sueños. Y no porque sea realmente ingeniero. Si no porque un chico normalito, de estatura pequeña y a priori poca cosa; con la imaginación y habilidad de un ingeniero consiguió empotrarme tanto contra el armario de mi habitación que voy a plantearme comprar uno nuevo.

Lo conocí a través del amigo de un amigo de un amigo. No me llamó especialmente la atención, pero el chico simpático era un rato.  Él rápidamente demostró que yo si le había llamado la atención. Días después quedamos con la excusa de devolverme una cosa que me había dejado en la casa de un amigo. Algo de 5 minutos de los del estilo “lo recojo, tomamos un café y me voy”, pero se convirtió en dos horas de charla, chistes e insinuaciones. La verdad es que yo siempre he sido más de cosas sutiles que de insinuaciones directas. Y él me pilló el punto a la primera y lo usó a su favor. Total que a mitad de las cañas yo ya estaba que me subía por las paredes. Pero jamás me he tirado a nadie en la primera cita (porque sí, al final fue una cita) y se lo dejé bien claro viendo por dónde iban los tiros. 

Sobreviví de milagro a aquella noche. La verdad es que me tenía a punto y ni siquiera se estaba esforzando. Pero el orgullo es el orgullo y como dije que nada de nada en la primera cita se despidió de mí con un beso en la comisura y con la promesa de verme pronto. Os puedo asegurar que yo ya iba haciendo palmas.

La segunda cita fue igual que la primera. Se inventó otra tontería para quedar. Y a esa le siguieron unas cuantas más todas cortadas por el mismo patrón. Y de ahí surgió el juego de pedir una cita de la forma más absurda posible. Desde: tengo que devolverte el sobre de azúcar que te dejaste en la mesa. A: he visto un cartel torcido en aquel restaurante, deberíamos ver si está torcido.

A la quinta cita le dije que creía haber oído un ruido en mi casa. (Muy sutil yo, lo sé). Y ahí que se vino a mí casa. Lo primero que hizo fue preguntarme por el ruido y lo siguiente fue empujarme contra el mueble de la entrada y besarme. Y que queréis que os diga, después de varias semanas podía pasar por alto los formalismos. Rápidamente me di cuenta de que él sabía lo que hacía, algo que no me había encontrado nunca, la verdad, siempre he tenido mala suerte con el sexo y los tíos. Y antes de que pudiera decir nada el chico ya estaba entre mis piernas ocupado. Parecía que no había comido en años y a mí no me importó. 

Tardamos 45 minutos en recorrer los 7 metros que hay desde la entrada de casa a la habitación. Y en cuanto llegamos allí se las ingenió, bendito sea, para alzarme y empotrarme contra la puerta del armario y darme como a cajón que no cierra. ¡Pero qué energía tenía! Yo nunca he sido de polvos largos, me aburrían. Pero este no dejó que eso fuera así. Al mínimo gesto ya se encargaba de levantarme una pierna, meter la mano, cambiarme de sitio, o darse otro atracón de marisco como si fuera Navidad. 

Me di cuenta de las horas que habían pasado cuando me entró hambre y le sugerí salir a comer y riéndose me suelta: Será a cenar.

¡Ay  coño! Que llevábamos horas dándole al mambo. 

Nos fuimos a cenar y después de eso nos despedimos como siempre. A los 5 minutos de verlo irse en coche me manda un mensaje diciendo que teníamos que volver a quedar, que tenía que devolverme algo que tenía él. Me reí pensando que era el juego de siempre, pero casi me meo de risa cuando me manda una foto con mi tanga. Le contesté diciéndole que eran mis preferidas y que obviamente tendríamos que volver a quedar para que me las devolviera. No soy tonta.

Me metí en la cama feliz, con la sonrisa estúpida de cuando se queda una en la gloria y me quedé frita como un bebé. 

No tenía la misma sonrisa a la mañana siguiente cuando me levanté y me dolía hasta sentarme. ¡Satán! Nunca me había pasado algo así. Pero claro… ¡Cómo no iba a molestarme si ese niño me había empotrado como si quisiera clavar un clavo! Era sentarme y no sabía si poner gesto de molestia o mearme de risa. Ahora os digo… Si ese es el precio a pagar, me compro un cojín de estos de embarazada y me tomo un ibuprofeno. ¡Porque pienso repetir hasta que tenga que cambiar todos los muebles de la casa!

 

TSSC