Sí chicas, vengo a contaros la pequeña gran historia de cómo un micropene me quitó los prejuicios de un polvazo. 

Una tarde cualquiera hice match con un chico que me había parecido guapísimo. Decidí probar suerte y empecé la conversación. Me pareció muy simpático y agradable. Seguimos hablando durante unos días para conocernos mejor, intercambiamos Instagram y también me gusta y unos fuegotes en mensajes privados cuando subió la temperatura. Tenía muchas ganas hacer con este chico las guarradas que nos habíamos dicho a través de la pantalla así que le propuse vernos.

Quedamos para cenar, al principio ambos estuvimos un poco tímidos después de todo lo que nos habíamos dicho por redes, pero pronto se rompió el hielo. Teníamos cosas en común y entre tapas y cervezas las risas no faltaron. Hicimos una breve sobremesa donde ya dejamos ver las ganas que teníamos de follar. Me estaba comiendo con esos traviesos ojos verdes. Pagamos y entre morreos llegamos al coche para irnos a un descampado a hacer realidad nuestra lujuria. 

El coche era amplio aun así el tumbó los asientos de atrás para mayor comodidad. Nada de lo que me había dicho era mentira, me besó ansioso, un beso salvaje con una lucha de lenguas y varios mordiscos en los labios. Sus manos tampoco estuvieron quietas y pronto se colaron bajo mi vestido en busca de lo que escondían mis bragas. Tocaba la guitarra, tal vez por eso sus dedos eran más ágiles y me estaban poniendo como una perra en celo. Entre gemidos se acomodó a mi lado mientras yo me encargaba que la ropa no fuera una molestia. Seguíamos besándonos mientras yo vibraba de placer.

Quería tocarlo también así que me aventuré a tocarlo sobre el pantalón. Estaba muy duro y eso me hizo lubricar de inmediato. Es cierto que ahí noté que no era tan grande como el de los chicos con lo que había estado, pero como estaba en una postura con las piernas encogidas pensé que se debía a eso, a la postura. Seguí tocándole y me susurró al oído con la voz ronca de deseo que tenía muchas ganas de metérmela, yo gemí y le mordí el cuello para luego responderle en un jadeo :¡Empótrame! 

Se apartó y de los bolsillos de los asientos sacó un preservativo mientras yo me acababa de desnudar. Se deshizo de su ropa y entonces lo vi. He de admitir que los prejuicios me cortaron un poco el rollo cuando vi que su polla era más pequeña de lo que esperaba. Seguía muy cachonda pero la situación se volvió rara porque me daba vergüenza tener pensamientos tipo ¿Voy a notar eso? Sí sé que fui gilipollas y ahora soy mejor persona y no juzgo el tamaño de los penes gracias al divino castigo que me dio este chico. Tengo una cara muy expresiva y creo que él pudo leerme los pensamientos. Me dijo: «Es pequeño, pero lo vas a flipar», su voz denotaba tal autoridad y seguridad en sí mismo que me olvidé del tamaño de su polla y volví a arder deseando que me hiciera de todo. Se puso el condón y empezó el show.

 

Había hecho esa postura con anterioridad, pero no me había corrido tanto nunca. Se colocó sobre mí y me hizo poner las piernas sobre sus hombros, mi coño estaba totalmente abierto y él me hizo gozar de lo lindo. Me agarró de las caderas y me penetró con fuerza marcando un ritmo frenético que me mantuvo gritando hasta el final. Su sonrisa descarada y como se mordía el labio me hacían saber que él también estaba disfrutando de aquello. A veces baja la intensidad para luego volver a subir las embestidas, otra se inclinaba hacia a mí y movía circularmente sus caderas volviéndome loca. Estaba tan excitada que notaba mis propios fluidos cayendo nalga abajo, le dejé la tapicería del coche algo manchada. Tuve un orgasmo explosivo que me hizo perder la noción de quién era por unos instantes. Mi chumino se contrajo tanto del gusto que él no tuvo más opción que correrse como si le hubiera exprimido todo el zumo.

Los dos estábamos bastante afectados por las oleadas de éxtasis, se tumbó a mi lado y comenzamos a hablar, le pedí disculpas por mi primera reacción y le confesé que me había hecho flipar. La verdad es que el chico fue muy amable con mi estúpida reacción. Seguimos hablando y comenzamos a besarnos de nuevo mientras rodábamos. Me coloqué sobre él y rocé mi coño cómo una gata contra su pene que poco a poco dio señales de que estaba listo para un segundo asalto. Me propuso cambiar de postura, pero yo le supliqué que volviera hacerme lo mismo. Y lo hizo, y de nuevo me entregué al placer. Fue una noche maravillosa.

Esto me demostró que más que el tamaño de la espada, es más importante que el espadachín sepa usarla. He estado con otros tíos con un miembro bastante grande que han pasado por mi cama sin pena ni gloria. Pero a ese micropene no lo olvidaré nunca. No llegamos a ser nada serio, pero mantuvimos relaciones durante aproximadamente un año en el que me dejó el chumino seco y dolorido placer.

 

Margot Hope