¿Cuántas veces has dejado de hacer algo que querías por el qué dirán?, ¿Cuantas veces te has sentido juzgado solo por seguir tus impulsos?

En una sociedad en la que importan más las apariencias, en la cual el postureo está a la orden del día, de que aquello de que “una imagen vale más que mil palabras” se torna real en el mundo de las falsas apariencias. Casi parece que hay dos vidas, la que reflejamos en las redes sociales y la real, la que nadie conoce (o casi nadie).

No es necesario buscar paja en el ojo ajeno para descubrir que somos una sociedad juzgada y juez a la vez.

Hoy en día, parece que sino existes en las redes no eres nadie, como si mostrar algún aspecto de tu vida fuese a hacerte más feliz. Por supuesto, y como casi con todo en esta vida, existen matices. Yo misma siento a menudo ese pequeño subidón cuando subes una foto a Instagram y estás a expensas de ver cuántos likes tienes, de fijarte quien la ha visto e incluso quien sabes que ha podido ver ese nuevo contenido y simplemente lo ha ignorado. Es como una droga social. Y en todos los casos el patrón es el mismo. Seguro que, si buscas información, te saldrán mil artículos diciendo que si necesitas esa atención es porque tienes una autoestima baja, que eres una persona insegura, etc.

Y es que las redes sociales, ofrecen un sin fin de oportunidades y como decía antes los matices existen. Recuerdo que la primera vez que me metí en Instagram se me abrió un mundo de posibilidades, tenía en mi mano el acceso a saber de personas que hacía años no veía, como una oportunidad de retomar el contacto y, he de decir que me hizo ilusión saber que podía al menos saber un poquito de la vida de otras personas. Luego es cuando llega el lado cotilla y es pura obsesión. A cada rato libre o de aburrimiento ahí estoy. 

Si bien es verdad, que existir dentro de este mundo, me ha facilitado el contacto con otras personas, que te abre un mundo de posibilidades. Desde ahí lancé por primera vez mi blog, no sin mucho éxito más allá de personas muy cercanas. Y vinieron de nuevo los miedos, porque te expones al mundo, de forma abierta, con la mayor sinceridad y sin filtros. Al menos en mi caso.

¿Y qué tiene eso de malo? No es de sabios superar los miedos e inseguridades.

Vale, vale. No todos son iguales pensaréis, pero ¿Vas a impedir que el miedo frene tu vida? ¿Vas a dejar que el miedo a lo que otras personas digan frene tu felicidad?  Hay que entender que el miedo puede llegar a ser un gran compañero de viaje siempre y cuando, nos ayude a mejorar. Afrontar pequeñas cosas que nos aterran nos ayudará a superar otras mayores.

Alguien muy cercano me ha enseñado que en la vida hay que ser valientes y enfrentar nuestros miedos, que, con ayuda y apoyo, los momentos duros se vuelven un poquito más blandos. Que no todo es negro o blanco, que los matices existen. Que cuando quieres algo haces lo imposible, por lograrlo; que los sueños no son sólo fantasías sino objetivos que poder cumplir.

Nunca he querido un camino fácil, ni una vida de color de rosa. Soy de esas personas que creen que de los malos momentos se aprende, te endurecen, te hacen crecer como persona y con un poco de suerte, te demuestran que no estás sola en la batalla. He aprendido, que personas muy diferentes guardan más similitudes de las que parecen, que es necesario pararse y escuchar a los demás, aunque no nos guste lo que digan. Si todo se hace desde el respeto, aunque no entiendas o compartas lo que escuchas.

Nunca debes dejar que nadie dirija tu vida. Si algo me han enseñado los años, es que no siempre es fácil salir del cascarón que pensamos nos protege. La vida se trata de eso, de intentarlo, de cometer errores, de aprender, de lo bueno y lo malo. De los grandes momentos que nunca se olvidan como de aquellos que nunca desearíamos haber vivido. No es malo sentir miedo, lo malo es dejar que eso te consuma, que te impida vivir la vida a tu manera y, sobre todo que nunca te impida ser quién eres. Recuerda el límite lo pones tú.

Eva González

@EscribirSinH

@escribirsinhacerruido