Ahora que se acerca la Navidad me gusta recordar una de mis historias favoritas de todos los tiempos:

El miergalo de Navidad.

Para que os pongáis en contexto, me mudé a Madrid en 2017 y aunque encontrar piso barato y medianamente bien situado era una locura, tuve «suerte» y encontré uno no muy lejos del centro con tres chicas más. Al principio la convivencia iba bien con todas, pero al cabo de los meses la ocupante nº3, llamémosla Lena, empezó a mostrar comportamientos raros.

¿Y qué es un comportamiento raro?

  • Todos los días al entrar y salir de su habitación se montaba un complejo y avanzado sistema de seguridad elaborado con cinta adhesiva y un cordel que estoy segura que tendría que haber vendido al servicio de inteligencia israelí porque eso tenía ingeniería de alto nivel.
Su habitación
  • Nos robaba las cartas de las facturas de la luz para que no supiésemos cuánto había que pagar.
Maldad sólo comparable a Rocío Piso
  • Se ponía a dar golpes a la pared de madrugada y a mantener conversaciones imaginarias para no dejarnos dormir.

Navidad

Como ya ni los caseros querían que estuviese en el piso y hacía meses que había dejado de pagar el alquiler pues la cosilla estaba tensa. Estuvo un par de días sin salir de su habitación ni siquiera para ir al baño y mis compañeras y yo empezábamos a pensar que cagaba en una bolsa para que no le robásemos sus excrementos también.

Pues resulta que aquí nuestra amiga tenía un plan maléfico antes de marcharse del piso y se dedicó a robarnos las escobillas del váter, todo el papel higiénico que teníamos y se marcó una mierda del tamaño de un Tiranosaurios Rex que aquello era TAN TAN grande que real era imposible que hubiese salido del cuerpo de ningún ser humano. En términos literarios podríamos decir que aquel tarugo era el Titanic de las mierdas.

Navidad

Ahora mis compañeras y yo nos reímos, pero la verdad es que aquello por más que tirábamos de la cadena no bajaba y tampoco teníamos con qué limpiarlo.

Fue un miergalo de Navidad en toda regla.