La palma de la falta de empatía y responsabilidad afectiva se la lleva mi ex, lo tengo claro. No había firmado ningún contrato que le forzara a quedarse conmigo. Era libre de irse cuando le diera la gana, y yo solo tendría que gestionar su marcha y superarlo. ¿Pero dejarme el día de mi examen de las oposiciones? No había necesidad.

Mirando atrás, veo claro que nuestra relación no tuvo sentido. No teníamos mucha complicidad y él parecía disfrutar con sus amigos más que conmigo. Creo que me dedicaba tiempo solo para cubrir el expediente, sin más.

Yo lo asumía como parte de tener novio a los veintipocos. Me convencía de que, bueno, ya habría tiempo para comprometerse más. Pero eso no significa que no estuviera enamorada ni que dejara de merecer su empatía.

Más hielo

Nuestra relación partía débil, como digo, pero terminó de enfriarse cuando yo decidí ponerme a estudiar en serio. Hacía poco que había terminado Educación Primaria y quería trabajar, así que tenía que aprovechar todas las oportunidades. Me puse a estudiar con un horario fijo y jornadas largas, como si de un empleo se tratase. Así que tuve que renunciar a invertir más tiempo y esfuerzo en una relación que, a lo mejor, solo necesitaba que se la regara un poco.

Yo me pasaba los días estudiando mientras él hacía su vida: trabajo, familia, amigos, fiestas… No hubiera sido racional ni sensato pedirle que renunciara a ello, pero sí que fuera un soporte emocional para mí. Nos veíamos unos cuantos ratitos a la semana y él no parecía seguir mis progresos con mucho entusiasmo.

Mis oposiciones caen al filo del verano, cuando ya hace calor y se multiplican los planes. El tenía una agenda apretadísima de planes y eventos, mientras yo apuraba las horas que me iban quedando. Si antes nos veíamos poco y su apoyo escaseaba, peor aún fue en las semanas previas a mi examen. Directamente, nuestra relación pasó a ser algo testimonial.

Estudiando y penando

A su práctica indiferencia sumamos la información que me iba llegando: que si el otro día estuve con tu chico, que si estaba hablando con la tal, que si se recogió a no sé qué hora con no sé quién… La cosa se estaba poniendo muy fea y yo tenía que agregar rayadas románticas al desgaste emocional al que te somete una oposición.

Para cuando quedaban muy pocos días, se habían acumulado demasiadas discusiones. Es más, discutíamos más de los que nos veíamos, y siempre era lo mismo: él se excusaba en que la oposición era cosa mía, y yo en que a una pareja se le debe prestar más apoyo.

La recta final la tuve bien aderezada con más rumores, más cansancio y más nervios. El día antes de las oposiciones decidí no dedicar ni un minuto a los temas y apuntes, por desconectar. Pero, en lugar de hacer rutinas de relajación por mi cuenta, quise meter a mi novio en la ecuación. Estaba convencida de que le tocaba estar conmigo para darme soporte moral, y se convirtió en un reto personal que así fuera. Por huevos tenías que estar conmigo.

Lo llamé para que nos viéramos y pasáramos el día juntos, pero él ya tenía planes. Hubo insistencia, reproches, gritos y alguna falta de respeto en aquella larga conversación. Hasta que, al final, él me dijo que lo mejor era terminar la relación. ¡Justo en aquel momento! Alucinante. No era bastante triste constatar lo poco dispuesto que estaba a apoyarme. Es que, con tal de no hacerlo, prefería desestabilizarme en un día como aquel.

Las oposiciones

La noche antes de mi examen, dormí como una mierda. A los nervios y la tensión acumulada de todos aquellos meses uní la tristeza de una ruptura tan dura. Porque era previsible, sí, pero no imaginé que llegara a alcanzar tal nivel de egoísmo. Por mucho que te esperes lo peor, es duro confirmar lo poquísimo que le importas a alguien que ha sido tu pareja.

Aquel combo hubiera sido difícil para cualquiera, pero más aún para una aspirante a un puesto de empleo público. Se parten con pocas posibilidades estando en un estado emocional y de preparación óptimo, así que imaginaos en mi caso.

El examen me salió fatal y suspendí. Lo peor es que busqué una cabeza de turco y le eché la culpa de todo a él. Era incapaz de hacer autocrítica, ni por la forma ni por el contenido con el que resolví el examen. Todo era SU culpa, en exclusiva, y así se lo grité a él y a nuestros círculos. No me enorgullezco de ello, pero fue como pasó.

A día de hoy, me quedo con las lecciones que aprendí. Hay que terminar a tiempo con lo que te desgasta, hasta el punto de hacer peligrar tus objetivos vitales. Y si alguien es tan incapaz de brindarte un apoyo sincero, fruto del amor que te debe tener, ahí no es. No tiene sentido alargarlo.

En cuanto a las oposiciones, he interiorizado esa frase tan manida que anima a visualizarlas como una carrera de fondo. Es así. Gana quien más persiste, no necesariamente quien sea mejor. Yo lo intentaré hasta conseguirlo, porque tengo vocación. Y, para asegurarme el éxito, despejaré cuanto pueda el camino de obstáculos de cualquier tipo a los que me pueda anticipar, incluyendo a parejas egoístas.

Anónimo

 

[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]

 

Envíanos tus testimonios a [email protected]