Hay muchas cosas que no se dicen, cosas que llevamos por dentro, escondidas. Son secretos que nos duelen, inseguridades, complejos, cosas que no nos dejan ser nosotras mismas.

Todo el mundo dice que la imagen no lo es todo y bueno, tienen razón solo en parte. Una puede acostumbrarse a ciertas cosas de sí misma, pero otras…hay cosas a las que personalmente, no he podido acostumbrarme nunca.

No puedo decir que sea una persona muy presumida, no creo que la cosa venga por ahí. Siempre he sido feliz con lo que soy, con mis altos y mis bajos, como todo el mundo, supongo. Pero en lo que no he tenido suerte ha sido con la piel, eso ha sido desde hace años para mí una condena.

Primero me diagnosticaron piel atópica, me salían zonas resecas y enrojecidas en la espalda, los brazos, las piernas… pero con los productos adecuados la podía controlar. Después empezaron a salirme descamaciones en la cara, junto al nacimiento del pelo. Bajaban por mi frente hasta llegar a las cejas, a la nariz. Cuando me vi así me asusté mucho. Mi rostro tenía muy mal aspecto, pero pensé que con un buen tratamiento mejoraría.

Me equivoqué.

Las eccemas cada vez eran más virulentas.  Cuando me tomaba la medicación, que a esas alturas ya no solo eran cremas con corticoides sino también por vía oral, la cosa mejoraba unos días. Pero después era mucho peor.

La gente me decía que no me preocupase, que no se notaba tanto, pero mentían, sé que mentían. Podía verme en el espejo, mi cara estaba roja, despellejada y extraña.

En una nueva revisión, el dermatólogo me dijo que al parecer también tenía rosácea, o que mi problema de piel había sido rosácea todo el tiempo y me lo había tratado de manera incorrecta. Yo no sabía a dónde ir, o a quién creer. había probado cremas, serum y aguas termales. Había restringido mi dieta, cambiado el material de las toallas, de las sábanas…todo, pero nada funcionaba.

Me corté el flequillo para intentar tapar mi frente, que era la parte que más se notaba, pero con el pelo parecía ponerse peor.  Me maquillaba para intentar cubrir las rojeces, pero la inflamación de mi piel y las escamas hacían que mi aspecto fuese todavía más desagradable.

Y yo lloraba, por las noches, cuando nadie me veía. También por la mañana, cuando me enfrentaba al espejo y tenía que mirarme a los ojos. Aquel rostro no era yo, no era mío.

Empecé a encerrarme en mí misma. Era tal la angustia que me provocaba aquello que dejé de salir, de relacionarme. No quería que nadie me viese así, me daba la sensación de parecer sucia o enferma…y no podía con ello.

Sin darme cuenta, caí en una depresión. Solo salía de casa para trabajar y cuando estaba en la oficina intentaba alejarme de todo el mundo. Mi familia empezó a preocuparse, intentaban convencerme de que era normal, de que no era la única que tenía esos problemas, que la gente lo comprendía. Que nadie me iba a juzgar por el estado de mi cara. Pero aquello no era verdad.

Veía como me miraba la gente por la calle y tenía claro que sí que me juzgaban. Se quedaban mirándome como si fuese una leprosa y en ese momento no me sentía capaz de soportarlo.

Me daba asco a mi misma, así sin más. no creo que pueda definirlo con de otra manera.

Casualidades de la vida, un día en una farmacia, mientras compraba un producto para un constipado que me tenía medio KO, la farmacéutica se me quedó mirando fijamente. Empecé a incomodarme, siempre que pasaba eso terminaba con un “pero ¿qué te pasa en la cara?

Aquella chica, sin embargo, se dio media vuelta y al regresar traía una muestra de algo entre las manos y me dijo; “¿Has probado esto alguna vez? Tengo una amiga que tiene la piel de la cara, así, como tú, y esta crema le ha ido súper bien” 

Pensé que me estaba vendiendo la moto. También estaba acostumbrada a eso. Cuando alguien tiene una debilidad mucha gente intenta aprovecharse de ella. Suspiré, agotada, vencida, pero dejé que me contara su historia. Para mi sorpresa no intentó venderme aquel producto; me dio varias muestras y me dijo que probase.

Cuando llegué a casa miré escéptica aquella crema. “Oro africano, suena a poción para pardillos” pensé. Pero como lo tenía ya todo perdido, decidí probar.

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Yo no creo en los milagros y esto tampoco lo es, pero se le parece. Con solo una aplicación las zonas escamadas se redujeron muchísimo. La piel pareció desinflamarse y aunque la rojez permanecía, mi cara era otra cosa. Ya no parecía un lagarto, era algo parecido a la imagen que yo recordaba antes de que todo esto comenzase.

Aquel día también lloré.

Después fui a por más crema y empecé a usarla diariamente. Mi piel se ha desinflamado, las eccemas están muy controladas y las rojeces se han reducido muchísimo.

Eso me ha hecho recuperar un poco la confianza en mí misma. Ahora salgo a la calle sin miedo de que la gente me mire como si fuese una enferma.

No existen productos milagrosos, ni fórmulas que sirvan para todo el mundo, pero a mí esta crema me ha salvado la vida. Jamás pensé que algo así fuese a funcionar, pero he aprendido una gran lección, no hay que rendirse porque nunca sabes cuando llegará algo que de verdad funcione. Y puede parecer tonto, pero a veces un “por qué no” es lo que puede cambiarte la vida.

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Lulú Gala.

 

Opinión real

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