EL PADRE DE MI HIJO LO ABANDONÓ CUANDO SUPO QUE ERA AUTISTA

De todos es sabido que el amor nos ciega. Y si él me decía que solo tenía ojos para mí, cierto tenía que ser. «La tierra es plana Leonor«, pues allá iba yo a ponerme taconazo porque coño, iba a caminar en llano. Sí, el amor nos ciega amigas. Y ahora es cuando me doy cuenta de que más que en una canción de amor, esos años los pasé tarareando una de Sabina. Él visitando habitaciones de hotel y yo esperándolo más de 19 días y 500 noches.

Pero no vais a entender nada si no empiezo por el principio. El comienzo. Ese maldito momento en que las mariposas parecen haber tomado el control de tu vida. Ese cosquilleo incesante. ¡¡Qué horror!! Pero sin él no encajarían todas las piezas, sobre todo el final, que es lo que recuerdo con más “cariño”. Al lío…

Abrid mi diario por la primera página; capítulo 1, “Huye ahora que puedes insensata”.

No os quiero aburrir con muchos detalles. Por aquel entonces yo andaba llorando por las esquinas. No recuerdo muy bien el por qué, algo sobre un “ghosting” y sus fatales consecuencias. Y entre lágrima y lágrima, y alguna que otra copa, al final del túnel, me esperaban él, sus maravillosos ojos verdes y aquellos abdominales en los que me sequé las cuatro lágrimas y creí salir a flote. Año y medio después me descubrí embarazada y enamoradísima. Y seis meses más tarde ni la falda más corta ni la barriga más grande, podían hacer que aquello acabara bien.

Nos abandonó a mí y al bebé (que nació prematuro) y ahogó todos sus pecados en bares de mala muerte y (supongo) tetas más firmes. El niño pasó 10 días en la UCI neonatal y el padrazo no asomó la cabeza por su cuna ni uno solo de aquellos largos 10 días. Aun así, y aunque duela leerlo y creerlo, yo que he soñado toda mi vida con cuentos de hadas, creía en el perdón y añoraba un final feliz, con papá y mamá cambiando pañales. Pero acabé con mierda hasta el cuello y sola. 

Por un momento quiso arrepentirse y volver a nuestras vidas, pero la noticia de que Dylan era autista le sacudió de tal manera que tuvo que haber aterrizado en Maldivas por lo menos, porque no le hemos vuelto a ver más.

Cuando se me cayó la venda de los ojos y empecé a ver con claridad, supe que sí que había conseguido mi final feliz. Y que nunca había estado sola. ¿Cómo estarlo? Mi familia es como los Vengadores, pero sin trajes de última generación. Y sin el marido de Elsa Pataki. Pero ese es otro rollo. Siempre dispuestos a dar su vida por proteger la nuestra. Y Dylan un superhéroe al que no le hizo falta un martillo mágico para hacerme vivir de verdad. Sin mentiras, sin promesas falsas y sin noches de oscuridad y larga espera. 

Mi hijo cumple ahora 8 años y no sabe nada de ese “donante de esperma” (así lo llaman mis amigas). Pero sí tiene un padre. Alguien que se ha propuesto hacernos felices. Que juega con él y que le seca las lágrimas cuando algo le hace llorar. Que canta con él en el supermercado cuando a Dylan se le ocurre que es un buen momento para que el mundo descubra sus dotes artísticas. Porque especial lo es un rato. Es autista no verbal, pero jamás le ha hecho falta para hacerle saber lo mucho que le quiere. 

No apareció en nuestras vidas a través de uno de esos cuentos de hadas que tanto me gustan. No amigas. Este príncipe ya había sido rana en mi estanque de decepciones mucho antes de que Dylan naciera. Pero eso, queridas mías, es otra historia.

 

Leonor