Sí amigas, el porno me ha jodido la vida y os vengo a contar por qué.

 

A lo largo de nuestra vida nos guiamos por el tipo de tele/cine que vemos. Asumámoslo, esto es tan triste como cierto.

De pequeñas nos empapamos de superhéroes y princesas. Así que nos plantamos una capa que complementamos con una corona o un antifaz según el día y si queremos jugar a los castillos o neutralizar a Carlitos que ayer nos tiró una piedra y “este no sabe con quién se ha metido”.

Crecemos y las influencias van cambiando, pero la esencia es siempre la misma. Desde Pipi Calzaslargas o Verano Azul, que nos hicieron creer que éramos inmortales. Hasta las más modernas como Los Thundermans que nos seguirían enseñando que somos más listos que los adultos.

El problema viene cuando en la adolescencia nos topamos con el porno. Esos cuerpos… esas caras… esas escenas… esos diálogos… y sí, ¡¡esas pollas!! 

Te empapas bien de ese “cine” (sí, he dicho “empapar”, no me seáis predecibles…) y te pasas tus rolletes adolescentes moviendo la melena al viento y a cámara lenta mientras te besan el cuello. Poniendo cara de estar a punto de estornudar para conquistar a quien tienes en frente. Y haciéndote la tontita porque la peli “A las tontas del bote les meten el cipote” te marcó de por vida. 

Y la cosa no mejora. Porque cuando llegas a la intimidad con tus parejas te sorprendes contoneándote al ritmo de quién sabe qué, mientras cabalgas en lo alto de un pene (digámoslo ya) nada que ver con lo que tú habías visto hasta ahora. Y te bajas al pilón para demostrar todo lo que tú bien habías aprendido (y practicado con vegetales incluso…), pero resulta que en ese pene que te encuentras no te caben las dos manos. Pero tú te haces con la situación y sigues poniendo en práctica todo lo aprendido. Melena de lado… cara de “mmm… soy la más guarrona del lugar…” y actitud. Mucha actitud.

Pero ¡OH, SORPRESA! Arcadas. Y la cara de guarrona se convierte en cara de “acabo de ver la muerte de cerca”. A lo que él no se da ni cuenta porque bastante tiene con lo suyo. Acabas como puedes intentando conservar la poca dignidad que te queda y te vas pensando en qué es lo que ha salido mal. Porque tú lo has hecho todo bien. Al igual que ayer cuando vino el de la caldera. Que al final, y sin saber cómo, se marchó sin empotrarte contra la encimera. Y el repartidor de pizzas al que le abriste con el camisón que te deja medio jamón al aire, pero que te dio la pizza y ni un “pichazo”.

¡Y es que el porno nos ha jodido la vida! Ahora nos toca desaprender lo que tanto nos costó aprender en su día. Menos caras y más caricias. Menos postureo y más magreo. Y, sobre todo, cuando te venga el vecino a pedir huevos, ábrele con las bragas puestas que lo más que puede pasar es que al abrir la puerta haga corriente y el pobre hombre a la pegunta “Tienes huevos” se responda él mismo con un “Tranquila, ya veo que no”. 

 

Marta Toledo