Lee aquí la primera parte

 

¿Juraría que jamás lo he estado tanto? – ¿enserio he dicho eso? Se arrepintió Carlota nada más pronunciar aquellas palabras. ¿Podía haber hecho más el ridículo en tan poco tiempo? Sin duda, si un notario hubiera dado fe, ahora estaría dentro del libro Guinness de los Records.

Quizás el dolor de cabeza que le taladraba en ese momento no le dejaba pensar con claridad. Puede que lo único que le pasase en ese momento por su mente fuera decir cualquier cosa para no dejar escapar esa voz tan sexy. El hecho es que su boca se abrió para decir lo siguiente:

-Perdona la escena y gracias por haberme ayudado, no sé cómo te lo podría agradecer.

Él sentenció con una frase lapidaria: 

-Se me ocurren varias opciones, pero la mayoría llevan a tomarnos un cóctel en aquel chiringuito- . Sus hoyuelos se marcaron al son de su sonrisa y Carlota creyó volver a desfallecer. Ya ni siquiera vio a la niña de la toalla verde que se agachaba disimuladamente a recoger su frisbee con el sigilo de una gacela.

Carlota aceptó entonces con una afirmación casi imperceptible. Él tendió su mano, la agarró firmemente y tiró de ella para levantarla. Una vez se hubo incorporado, los labios de ambos quedaron a escasos centímetros y se hizo un silencio incómodo, mientras se miraban directamente a los ojos. Miel de brezo los de él. Verde intenso los de ella. Hubiera jurado que brillaban mientras su rostro se reflejaba en ellos.

Dante. Aquel era el nombre del morenazo que había corrido a socorrerla, con ojos marrón miel y dos medias lunas cerca de la comisura de aquellos labios carnosos que despertaban en ella los más tórridos deseos.

Sin apenas darse cuenta, caminaban hacia el chiringuito La Luna que presidía aquella zona de la playa. Mientras Dante le explicaba que él mismo era camarero de aquel bar de verano. En ese momento descansaba de su jornada leyendo “El ruido y la Furia” de Faulkner en la playa

La Luna era, sino el mejor, uno de los más acogedores del lugar. Y efectivamente lo era. Para Carlota, que se esperaba que San Pedro les abriese la puerta del local, era el mismísimo Paraíso después de su pseudo-muerte en la arena. 

Una vez saludó al camarero que se encontraba dentro de una barra, elegante y adornada con frutas exóticas, él la invitó a sentarse en uno de los taburetes que rodeaban la mesa con las mejores vistas, situada a escasos metros de la arena y desde donde seguro que podía verse un atardecer de película. 

Sé que quizás sea una hora muy temprana, pero me gustaría que probaras uno de los cócteles que hace Luka. Es todo un genio de las mezclas.- dijo Dante, tendiéndole la carta de las bebidas.

– No sé, puede que me deje aconsejar por el profesional- dijo Carlota haciendo un mohín con sus labios.

– Entonces, no hay duda, tomaremos ambos un Sex On The Beach-. Aquel Dios no dejaba de encenderla a cada palabra que pronunciaba y el calor que en esos momentos cubría todo el litoral resultaba insignificante en comparación con el que se hallaba entre sus piernas. Se sentía en el mismísimo cielo.

Dj Juanito presidía la cabina de mezclas, lo más parecido a un altar en el Edén. Pinchaba en ese momento “Otra vez” de J. Balvin ft Zion & Lennox. Miró a Carlota desde el Olimpo y le guiñó un ojo justo en el momento que Dante le ofrecía la copa y se sentaba peligrosamente cerca de ella. 

Con el “Qué necesidad es la que tienes” de la canción y tras dar un sorbo al cóctel mágico que había preparado Luka, a partir de ese momento, “El Dios Luka de los mejunjes del pecado”, a Carlota se le quedó un poquito de pulpa en los labios. Dante no dudó un segundo. Posó su dedo pulgar en el labio de ella y con una caricia dulce, a la par que super sensual, lo limpió. Despacio.  Mientras sus ojos hacían zoom hacia el contacto que estaban manteniendo y se quedaba embelesado. Mientras sentía el calor de la boca de ella en la yema de su dedo. Mientras se mordía su propio labio presa del deseo. No podía apartar su dedo de allí, ni siquiera su mirada de aquella tentación.

Justo en ese preciso momento la canción entonaba el estribillo: “Para seducirme otra vez,
besarme otra vez”. Dante acercó la boca a su propio pulgar, que aún se posaba en los labios de Carlota, y cerrando los ojos conectó, rozó y humedeció las fantasías de ella. Se besaron apasionadamente, suave pero firme, sensual y muy excitante. Sus manos buscaban contacto y las de él fueron a parar al interior de los muslos de ella. Las lenguas se entrelazaron, tímidas primero, ardientes después. Ella agarró su nuca con ambas manos y acarició con los pulgares la parte trasera de sus lóbulos. 

 

Los que en ese momento se encontraban en el Chiringuito, fueron testigo de lo ardiente de su encuentro. Nadie podía mantenerse indiferente y lejos de sentirse incómodos, todos se excitaron con la escena. Desde luego aquellos dos eran puro fuego y estaban destinados a quemarse.

Carlota no quería que aquel momento acabase, era como si cuando despegara los labios de Dante, fuera a quedar huérfana. Huérfana de esa boca y de esas manos que recorrían su cuerpo y le brindaban sensaciones que nunca había experimentado con esa intensidad. Se encontraba disfrutando, rozando el clímax cuando, de repente, el teléfono de él sonó y aquella llamada la arrojó fuera del paraíso de un plumazo. Se separaron, él miró el número en la pantalla, ella también lo vio. No era un contacto, no lo tenía guardado. La cara de él tornó, cambió de color, palideció casi. Con el mismo dedo que había rozado el labio de Carlota y encendido la mecha de la pasión, de su deseo, con el mismo dedo, deslizó para colgar. 

  • ¿Pasa algo?- preguntó Carlota.

No hubo respuesta.

 

MUXAMEXAOYI