Querida adolescente:

El verano que entré en la adolescencia fue tan pavoroso para mí que siempre me viene a la memoria en cuanto me pongo las primeras sandalias cada mes de junio. Me habían crecido de golpe las piernas y los brazos, y le sacaba una cabeza a mis compañeras (y compañeros) de clase. Tenía caderas pero no pechos y me tenían que ajustar toda la ropa nueva que necesariamente tenía que comprarme. Zara ni siquiera era una opción, estuviera o no centrado Amancio, porque yo ocupaba entonces en ese espacio vacío entre la talla de niña más grande y la más pequeña de persona mayor.

Así que allí estaba yo, en una tienda de señora, con un vestido precioso nuevo puesto mientras esperaba a que la señora de la tienda marcase con alfileres todos los puntos a arreglar en el. Alfiler a alfiler comentaba con mi madre y una de mis tías de corazón que le emocionaba haberme visto crecer tanto. Aquel vestido me había hecho enrojecer ya en la percha, pero el corro de señoras que observaban la escena celebrando mi estirón, me dieron el apoyo moral para salir y pasearme con el por mi ciudad de origen como una auténtica diva.

Yo en la playa. ¡No sin mi camisa!
Yo en la playa. ¡No sin mi camisa!

En la playa y la piscina yo no encontraba mi lugar y mientras me debatía entre usar biquini, bañador o batamanta, veía a mi madre feliz correteando por la playa jugando a las palas. De vez en cuando alguien miraba con extrañez la cicatriz de cesárea que cruzaba su barriga pero a ella no parecía importarle nada. He recorrido mil veces esa cicatriz con el dedo desde que era un bebé sin pensar jamás que algo malo podía haber en ella. Y se que en eso tuvo que ver la ejemplar actitud de mi madre al respecto.

Recuerdo que en las rebajas, como no había ASOS ni nada de eso, íbamos siempre a una corsetería bastante cara que había en nuestra ciudad pequeñoburguesa a la caza de gangas. Yo comprobaba aburrida las cajas de bañadores y biquinis buscando los más alegres y menos de señora para mi madre. Encontré un biquini espectacular y se lo dí a mi madre para que se lo probase cuando la dependienta me corrigió diciendo «Uy, ¡biquini no nena! Con esa cicatriz mejor un bañador». Mi madre ni siquiera pestañeó, cogió el biquini que yo había escogido y me dijo que era precioso, que a ver si había suerte y le valía. Se lo puso, se lo compró y yo fui muy feliz por haber acertado con mi elección.

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Ese verano yo miraba con más envidia que nunca a mi madre, a mis tías y a sus amigas. Escuchaba a todas esas señoras contarse cosas de sus hijos e hijas, reírse de los dramas que les pasaban en el trabajo y darse consejos sobre los temas más diversos que podáis imaginar y…. les envidiaba esa seguridad aplastante, esa manera de estar en la vida, esas ganas de celebrarlo todo (mi estirón incluído). Yo no tenía entonces Weloversize, pero aquel batiburrillo de voces entre las que me crié era muy muy parecido;  recomendaciones para las rozaduras incluidas.

Mis tías (las de sangre y las de corazón) llenaron mi niñez y mi adolescencia de alegría, de diversidad y de achuchones. Eran divinas, diferentes, extravagantes y estaban llenas de risas  y de proyectos; encontraban siempre las palabras justas para ver en positivo todo lo que te pasaba. Y lo siguen siendo! Son mis señoras del alma, las que me han criado feliz, combativa, feminista y curiosa.

Mi madre y sus amigas arreglando el mundo
Mi madre y sus amigas arreglando el mundo

Y ahora yo tengo casi la edad que ellas en esos momentos de mi adolescencia. Y tengo también la obligación moral de honrarlas siendo cuando menos tan feliz como ellas! Al fin y al cabo, mis amigas, mis cuñadas y yo seremos las señoras que poblarán la infancia y adolescencia de nuestros sobris, hijas, ahijados… Les debemos un ejemplo tan maravilloso como el que nos dieron, se merecen muchas tardes de risas en la playa, ir a la pisci con su tía soltera molona que solo tiene ojos para sus sobris del alma, amigas de mamá que les demuestren que la felicidad es posible en cualquier talla, cogerle la ropa a sus mayores para ver que tal, y que les aplaudamos siempre  el peinado que hayan escogido…

Mientras escribía este artículo le comenté a mi madre la anécdota del biquini, me sonrió con esa energía que sólo ella puede regalar y me dijo que aún lo tenía. Mi madre es simplemente la mejor madre del mundo. Y si, yo también guardo aún aquel vestido de medidas imposibles en el que me hice mayor.

Así que querida adolescente: busca tu vestido de crecer , disfruta del verano como la sirena que eres y dale besos en ráfaga a las buenas mujeres que te rodean. Honra a las señoras de tu vida como se merecen, practicando la sororidad en las pequeñas y en las grandes cosas.