Recuerdo aquel verano como una bocanada de aire fresco, supongo que los momentos que ponen un antes y un después en nuestra vida lo marcamos con rotulador rojo en el calendario. Era julio. Un mes como otro cualquiera para mí, no es que los veranos hayan sido gran cosa en mi vida: alguna fiesta inmemorable, charlas con amigxs en el césped y poco más. Tampoco es que haya ansiado más. Por lo menos en aquel momento de mi vida que lo único que me preocupaba era mi cuerpo.

Los bañadores habían sido mis mejores aliados y las camisetas largas. De estas de rodilla para bajo y un par de tallas de más. Era vergonzosa conmigo misma, pero pretendía hacer creer que no, aunque el enfrentamiento con los espejos y la ropa siempre me parecieron una batalla perdida. Sabía que quería cambiar algo en mí, qué coño, no lo quería lo deseaba con todo mi ser.

El verano siempre había sido una estación que deseaba que pasara como un suspiro. Pero eran tres meses de invitaciones a piscinas e idas y venidas a la playa y las excusas estaban en el borde de la deriva. No tenía más AS sobre la manga. Estaba bastante perdida y las brújulas estaban en peligro de extinción. Así que me conciencié. Mi cuerpo había cambiado bastante a lo largo del año, había cumplido mi objetivo físicamente pero mentalmente todavía me faltaba una barrera que saltar. Una altísima y yo me puse unos tacones como dos rascacielos para saltar aquel obstáculo sin ningún tipo de esfuerzo. Pero claro que hubo esfuerzo. Muchísimo.

Me di cuenta de que cambiar físicamente no era mi objetivo sino cambiar el chip de mi mente y mis ojos. Así que me planté delante del espejo como mi madre me trajo al mundo. Sin nada que esconder. Con todos los defectos y virtudes en una libertad sumamente íntima. Me miré, repasé y volví a mirarme. Una vez tras otra. Mi móvil sonaba, había quedado para ir a la playa. Volví a repasarme. Cogí un bikini, de estos que siempre había querido ponerme, pero nunca me atreví porque no eran para mí. Fui consciente un tiempo después que la única operación bikini que debería de importarme era la de ir a la tienda, elegir el más bonito y ponérmelo. Salí como dice la canción: preciosa y orgullosa. Y aunque existan días que vuelva a entrar por la puerta que salí para hacerle jaque mate a mis complejos, hay muchos otros que digo que sí. Que si me quiero todos los días de mi vida.

 

Espe García