Hay instantes en la vida de tanta calidad que hacen que todos los demás hayan valido la pena. Hay recuerdos que consiguen que toda existencia haya tenido sentido…

Yo creo que todos vivimos en algún instante algún momento de película pero quizás aún no estamos preparados para valorarlo. Esas escenas pasan a menudo delante de nuestros ojos y ni siquiera nos damos cuenta… Pero yo sí que fui tan afortunada como para percatarme de la mía y vivir con toda la intensidad posible cada segundo de aquella historia.

Eric y yo tuvimos una relación breve pero potente, de esas que te marcan más y recuerdas para siempre con más nitidez en tres meses que otras que hubieran durado años.

 

 

Sentíamos que, juntos, todo encajaba. Que, desde el primer momento de rozar nuestras pieles, habíamos encontrado exactamente aquello que se ajustaba perfectamente a nuestras almas. Porque todo aquello iba más allá de conexiones físicas o intelectuales. Había algo más profundo, algo que no soy capaz de expresar ni de entender desde el raciocinio. Algo “mágico” (creo que esta es la palabra que puede expresar mejor nuestro vínculo y todo lo relacionado con nosotros), incomprensible e inexplicable. Algo que nunca habíamos percibido en el contacto con otras personas y que nunca hemos vuelto a sentir.

Por los avatares de la propia vida, fue imposible continuar nuestra relación. Parecía que todos los astros se interponían entre nosotros, enviándonos toda una suerte de dificultades externas que cada vez lo ponían más difícil.

La última de ellas fue su traslado al extranjero. Quizás, de ser más propicias el resto de circunstancias, hubiéramos intentado continuar a distancia, pero en aquel momento, todo lo que nos rodeaba planteaba esta idea como un imposible.

 

 

Rompiendo nuestros corazones, decidimos que, aunque aquello había sido lo más hermoso que habíamos vivido hasta entonces, debía terminar entonces precisamente para que no se contaminase y siempre lo pudiéramos recordar con la misma pureza y belleza.

Pasaron los años y, aunque al principio habíamos mantenido cierto contacto como amigos que se desean lo mejor y se alegran con cada una de las cosas buenas que le ocurren al otro, poco a poco ese contacto se empezó a distanciar, hasta acabar diluyéndose para siempre en el cajón de los recuerdos.

Pero la vida, el destino, o lo que sea, quiso que nos volviéramos a encontrar…

 

regalos

 

Había transcurrido más de una década desde nuestra relación, siendo tan jóvenes. Yo no había vuelto a tener una pareja con la que sintiera el mismo nivel de satisfacción. Ninguna de las relaciones que había tenido habían funcionado.

Siempre lo recordaba, con una sonrisa, como el que había sido el amor de mi vida.

Y, un buen día, en la empresa donde trabajaba me mandaron a hacer un curso a Madrid. Sería una semana en la que me formaría y aprovecharía para cambiar de aires. Me hacía ilusión y estaba emocionada. No entendía por qué me sentía así. Al fin y al cabo, había estado muchas veces allí y tampoco se trataba de unas vacaciones. Pero algo palpitaba dentro de mí, como si supiese que aquel viaje cambiaría por completo mi vida.

 

 

Me encontré con Eric nada más llegar, justo el primer día. De hecho, iba arrastrando mi maleta saliendo de la estación de tren cuando la primera señal se presentó ante mí…

A unos metros de mí, de espaldas, caminaba un chico completamente igual: su misma complexión física, pelo, formas, misma forma de vestir, incluso mismos andares.

Me dio un vuelco el corazón, al recordarle y “reconocerle”.  Intenté acercarme lo máximo posible, entre la multitud de gente, y grité su nombre. No se volvió. Así que corrí y me puse a su lado.

La decepción me inundó. No era él, de cerca y cara a cara estaba claro…

 

 

Llegué al hotel y dejé mi equipaje. Sonreí amargamente de tanta “casualidad” cuando me di cuenta de que el número de mi habitación era el número del día y mes en el que él y yo nos habíamos conocido. Un detalle imperceptible en el que quizás en otro momento no hubiera reparado y, sin embargo, ese día se desveló con facilidad en mi mente.

Me duché y salí a dar un paseo y cenar por ahí. Y, cuando regresaba al alojamiento para descansar antes de empezar el curso al día siguiente, fue cuando ocurrió.

Venía andando de frente a mí, en una calle bastante larga y estrecha. Lo vi a lo lejos, y me reí de mí misma creyendo que ese día me estaba volviendo loca reconociéndolo en todos los sitios. Pensé que esa era una vez más…

Pero, conforme nos acercábamos, mi corazón empezó a sufrir taquicardias. No solo se parecía a él, cada vez más cuanto más cerca, sino que su reacción era similar a la mía. Por cómo me miraba, aún de lejos, por cómo reaccionaba su cuerpo y su cara, parecía haberme reconocido él también.

No sé a cuántos metros estábamos cuando nos dimos cuenta de que realmente éramos quienes creíamos. No sé cuál fue el impulso que nos empujó, pero esa última distancia la recorrimos con una sonrisa de felicidad en nuestras bocas, corriendo el uno hacia el otro por la misma acera, hasta fundirnos en un largo y sentido abrazo que me pareció que duraba minutos y, sin habernos dicho palabra alguna aún, mirarnos con lágrimas en los ojos y besarnos en los labios con un amor infinito, anhelante, acumulado desde hacía mucho tiempo.

 

Aún tardamos bastante rato en conseguir hablar. Las palabras no eran necesarias.  Cuando por fin nos separamos, solo nos sonreíamos, con ojos desbordantes de amor y de sorpresa. Alguna lágrima se nos cayó también en ese tiempo. Y, simplemente, echamos a andar, abrazados y mirándonos embelesados hacia ninguna dirección concreta, tocando nuestras caras, nuestras manos, como si quisiéramos cerciorarnos de que aquello no era un sueño.

Cuando conseguimos verbalizar alguna palabra, descubrí que él había regresado a España hacía algún tiempo y ahora vivía allí, en la capital, muy cerquita precisamente de donde nos habíamos encontrado.

Me enteré de que él tampoco me había borrado jamás de su mente y sus recuerdos, que tampoco había tenido suerte con sus relaciones, que ese día también se estaba volviendo loco con todas las cosas extrañas que le estaban sucediendo y que relacionaba conmigo.

 

 

El resto es ya historia. A partir de ese momento, ya sí que nunca hemos vuelto a separarnos. Yo me acabé trasladando a Madrid para estar a su lado y ahora llevamos juntos varios años y nos sentimos plenos y cada día más enamorados.

Nos encanta nuestra historia y seguimos alucinando con ella cada vez que recordamos cómo la vida nos volvió a unir para siempre.

 

Envía tus movidas a [email protected]